Las Monjas Dominicas Contemplativas del Monasterio de Santo Domingo (Segovia) ayudan a profundizar en el Evangelio de hoy (Lc 7, 31-35).
«El amor de Dios de Dios ha sido derramado en nuestros corazones». «Nos creó para ser irreprochables por el amor». Hoy tenemos la dicha de recibir una vez más en la predicación lo que constituye la esencia de nuestro ser. Hemos escuchado el «canto al amor», el himno a la caridad que Pablo entrega a los cristianos de Corinto. No casualmente la liturgia dominicana hace memoria en este día de san Juan Macías, fraile extremeño que, como santo Domingo todo lo aprendió en el libro de la caridad. Verdadero portador de luz pasó a la historia por ser hombre de fe, esperanza y amor.
La queja de Jesús que refleja el evangelio proclamado es esa indiferencia de sus contemporáneos al no reconocer las llamadas de Dios a través de las personas y de los sucesos: «Vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: «tiene un demonio»; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «mirad que hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores»».
Como los coetáneos de Jesús solemos rechazar las insinuaciones de Dios, tanto a la penitencia de Juan como la condescendencia de Jesús. Pero la llamada insistente de hoy es acoger el Amor, el sabio designio de Dios. Miremos a lo esencial: en el corazón del hombre Dios ha puesto el Amor, la eternidad. Por eso Pablo dice de la caridad que «permanece», es lo único que permanece eternamente. El amor de donación, o ágape, no es pasión sentimental, al contrario, abraza a todos, no puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo. El primero, el eros, es para nosotros el punto de partida; el segundo, la caridad, el punto de llegada. Entre ambos existe todo el espacio para una educación al amor y un crecimiento en él. Pide conversión.
La caridad es aquí y ahora lo que será eternamente. Y para la vida es el único don indispensable. La caridad es algo de la madurez, de lo eterno. Todo lo demás pertenece a la imperfección de la vida. Vivir la caridad es participar aquí ya del mundo de Dios.
Las notas con que las describe Pablo no son normas a cumplir sino afirmaciones sobre el amor de Dios. Es la sabiduría de Dios. Si no hubiera sol todo se quedaría sin luz, así todos los carismas sin el sol de la caridad. Está caridad a base de serenidad y de humildad, de olvido y de don de sí, de servicio y de ayuda mutua, probada con obras, llegará a su plenitud en la visión. La buena sabiduría brota del amor. Y encuentra en la entrega total de Cristo en la cruz como expresión suprema de amor y perdón, su expresión más acabada.
No estamos solos en esta empresa; primero hemos sido amados. «El amor de Dios de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, con el Espíritu Santo que se nos ha dado».
Monjas Dominicas Contemplativas
Monasterio de Santo Domingo (Segovia)