El profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis, Javier García Asensio, ayuda a profundizar en el Evangelio de este domingo, Solemnidad de la Ascensión del Señor (Marcos 16, 15-20).
¿Hace cuánto que no hablamos lenguas nuevas? ¿Hace cuánto que no nos jugamos la vida (nuestro esfuerzo, nuestra reputación, nuestro tiempo o incluso nuestro dinero) por hacer algo por el Reino, aunque sea “llevar serpientes entre las manos”? ¿Por qué ya no estamos preocupados de echar demonios? Sí, esos que viven entre nosotros y de los que nos cuesta tanto desprendernos: seguridad, comodidad, pereza, autorreferencialidad… ¿Dónde están los signos que se esperan de nosotros, ésos que deberían definirnos como seguidores de Cristo? Porque a lo mejor no hay signos, ni expulsiones de demonios, y nos envenenan las serpientes, simplemente porque, en realidad, todavía no nos hemos convertido.
Si las primeras palabras que pronuncia Jesús en el Evangelio de Marcos fueron “convertíos y creed en el Evangelio”, las últimas nos vienen a decir que llevemos ese Evangelio a todo el mundo para que el plan de Dios se haga realidad. Un plan
que el Evangelista Juan nos expuso el domingo pasado: el amor a todos y por encima de todo.
Se trata, por tanto, de dejarnos inundar con este amor, hacer de él nuestra bandera y salir a la calle. Y, a veces, para que esta proclamación sea efectiva y llegue al mundo, es necesario cambiar los lenguajes. Eso no significa traicionar la tradición, sino actualizarla es decir, hacer realidad, el ruego explícito que hoy nos hace la Palabra de Dios. Seamos valientes. Entonces vendrán los signos. ¡Que nos teman serpientes y demonios!
