
El profesor de los centros teológicos diocesanos Santiago Vela invita a profundizar en el Evangelio de este domingo 28 de septiembre, (Lc 16, 19-31).
Es muy significativo, y lleva toda su intención, que sea ésta la única parábola donde Jesús diga el nombre de su protagonista: un mendigo llamado Lázaro, pues este nombre significa “al que Dios ayuda”. El mensaje de Jesús es claro: al pobre olvidado de todos, Dios no lo olvida jamás; quien, a los ojos de los hombres no vale nada, es valioso a los del Señor. Además, Jesús está señalando que el destino eterno está condicionado por nuestra actitud ante los pobres. Somos libres de vivir, como el rico de la parábola, centrados solo por acumular riquezas materiales, o, por el contrario, ponernos a la escucha de las Escrituras y optar por el camino que nos muestra Jesús, el camino del amor, pero amor no entendido como sentimiento de lástima hacia el pobre al que le damos lo que nos sobra, sino como servicio efectivo a los “lázaros” de nuestros portales.El rico de la parábola no es condenado por haber hecho nada malo. Su pecado fue de omisión porque no hizo el bien que estaba llamado a hacer. ¿Y nosotros, tenemos también anestesiado el corazón por el apego y el disfrute momentáneo de las riquezas e ignoramos al hermano que sufre a la puerta de casa? El papa Francisco decía que un cristiano, aunque no haga nada malo, si no ejerce la solidaridad concreta y no se arrodilla ante el pobre donde está Cristo, no es cristiano. Ya lo sabemos: al atardecer de la vida nos examinarán de amor. ¡Estamos a tiempo!