
El profesor de los centros teológicos Emilio López Navas invita a profundizar en el Evangelio de este domingo, 4 de enero, II después de Navidad (Jn 1, 1-5. 9-14).
En el prólogo del Evangelio de Juan, el autor utiliza un hilo conductor: la expresión el “verbo”. Esta expresión nos puede confundir, pero pensemos un momento: el “verbo” estaba junto a Dios y era Dios. En teología decimos que se trata de la segunda persona de la santísima trinidad; del Hijo, que después se encarnó. Pues bien, de ese Hijo se nos dice que es “verbo”, “palabra”. Se nos dice que quiere comunicarse, o más bien que es comunicación. Que quiere entrar en diálogo. Esa intención de comunicarse es tan fuerte, que no sólo nos llega por los oídos, no sólo es luz para guiar nuestros pasos… sino que toma carne y acampa entre nosotros. Jesucristo es la encarnación de esas ganas de comunicarse que tiene Dios. Lo expresa atinadamente el último versículo: el Hijo único nos ha dado a conocer al Padre.
En el texto hay un reconocimiento de cierto “fracaso” de comunicación: algunos no recibieron esa palabra, no acogieron este mensaje de salvación, como tampoco ahora; pero hay otra mucha gente que se esfuerza en responder a esa Palabra creadora y dadora de Vida. La continua contraposición en el texto de luz y tinieblas tampoco ha de confundirnos: la luz es más poderosa que la oscuridad. No podemos descartar la presencia de la oscuridad, pero debemos ser positivos: la luz (que es Dios) es mucho más fuerte que la tiniebla.

