El sacerdote Alejandro Pérez, profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga, ayuda a profundizar en el evangelio de la Solemnidad del Corpus Christi, 19 de junio, (Lucas 9, 11.17).
Jesucristo nos deja la huella de su presencia, marcada en nuestros corazones. En la Eucaristía, Jesús resucitado está presente y nos ofrece su propio cuerpo y sangre como alimento. Esta es la grandeza de la pequeñez de un poco de pan y vino consagrados con las palabras de Cristo, quien, en aquel descampado, atendió a todos cuando les asaltó el hambre, la impotencia, el desamparo, el cansancio… Todos comieron y se saciaron. Nos ha llenado tanto que le seguimos hasta su vuelta definitiva, y proclamamos su muerte por nosotros, no sólo de palabra, sino con obras.
Cuando hay problemas o necesidades, la solución inicial es simplona: “despide a la gente…”; pero entonces, la respuesta de Jesús es: “dadles vosotros de comer”. Tras las palabras de bendición, la solidaridad de Jesús se prolonga en las manos de los discípulos: “se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”.
Eucaristía es sacrificio porque dio su vida; lo compartió todo. En el día del Corpus, comemos su Cuerpo y Cáritas nos pide generosidad. Sacrificio y solidaridad son necesarios para dar vida ahí donde falta hasta lo preciso para vivir.
Mientras haya gente que se haya dejado cautivar por Cristo será posible el amor auténtico y la caridad, su expresión más clara. Jesucristo nos deja la huella de su presencia en nuestras calles y en el descampado de nuestros corazones para alimentarnos y para que nuestras manos sean sus manos para alimentar a todos.