El sacerdote Fernando Motas, SJ, profesor de Sagrada Escritura, ayuda a profundizar en el evangelio de este domingo, 15 de agosto (Lc 1, 39-56), Solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
El autor del tercer evangelio, pese a ser de origen pagano y de cultura helenística, conoce, como pocos autores del Nuevo Testamento, la literatura y poesía bíblicas. Suyos son, aparte de nuestro Magnificat (Lc 1, 46-51), el cántico de Zacarías (Benedictus, Lc 1, 68-79) y el de Simeón (Nunc dimittis, Lc 2,29-32) que la Iglesia canta cada día, respectivamente, en los oficios de Vísperas, Laudes y Completas.
El canto de María, respuesta a la bendición de Isabel (“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”), tiene su clarísima inspiración en el canto de Ana (1 Sm 1-10) que da gracias a Dios, tras años de lágrimas y súplicas por su esterilidad, al saberse embarazada. María comienza, como Ana, glorificando a Dios por lo que ha hecho en ella (vv 46-48) para pasar enseguida a las “grandes proezas” a favor de los hombres que no son otras que echar abajo las grandes hazañas de la lógica humana (planes de los soberbios, tronos de los potentados y satisfacción de los ricos) y hacer que se imponga la lógica de Dios (ensalzar a los humildes, colmar a los hambrientos). Así muestra Dios su grandeza, en su ponerse junto a los nadies.
Todo ello lleva a María a destacar la fidelidad de Dios a su promesa de misericordia hecha a Abrahán.
En este día en que celebran sus fiestas más de la mitad de los pueblos de España no estaría de más que recordemos que lo que de verdad debemos festejar es que Dios, y María, se pone decididamente al lado de los que menos cuentan en nuestro mundo.
(Recomiendo escuchar hoy el Magnificat de J. S. Bach, en la versión de Jordi Savall en You Tube).