José Luis Fernández Orta explica el camino recorrido tras los primeros cinco años de Círculo de Silencio en Málaga.
Los silencios dicen más que muchos discursos. En estos cinco años ha habido muchos silencios y no todos dicen lo mismo.
Las administraciones públicas, partidos políticos, instituciones gubernamentales, los propios medios de comunicación y muchas personas particulares han guardado silencio (cuando no han promovido bulos) ante los miles y miles y miles de migrantes que tratan de venir a nosotros para reclamar una oportunidad de comer, de tener un hogar, un trabajo, una asistencia médica, unas mínimas garantías de dignidad y de libertad. Su silencio intenta ocultar las muertes de tantos hermanos nuestros que han dejado su vida en los caminos de Libia, Túnez, Marruecos, El Monte Gurugú… Quieren que no veamos el cementerio en el que se ha convertido el Mediterráneo o el Atlántico e intentan ocultar las condiciones infrahumanas en las que viven en los CIEs o en los campos de refugiados que improvisamos para, literalmente, aparcar a quienes nos sobran. Se calla la falta de respuesta a los menores o las mujeres embarazadas y la desesperanza de esos padres que son capaces de desprenderse de sus hijos, a los que no verán más, abandonandolos a su suerte en un país desconocido del que esperan una respuesta para su futuro. Ni siquiera son capaces de reconocer las alianzas que hacen, la ilegalidades que cometen o los abusos que infligen por preservar unos supuestos derechos; propagan entre nosotros el miedo a que vengan anunciando el peligro del “efecto llamada”. Pero tampoco son capaces de solucionar su situación en origen para que no tengan que migrar.
Nuestro silencio durante estos cinco años es diferente. Nuestro silencio es el de las personas que han visto ahogados sus gritos (por desgracia su ahogo, en la mayoría de las ocasiones no es simbólico). Es el lamento ante el dolor de quienes sufren el hambre, la persecución política, cultural o religiosa. Es una llamada a mejorar las condiciones laborales en los países de origen para que quien quiera no tenga que emigrar y reclamar que entre todos debemos buscar una solución en el origen del problema. Es una denuncia de quienes se lucran con la miseria de los más pobres. Es un intento de cambiar legislaciones que hieren y laceran los derechos más fundamentales de las personas. Es una repulsa ante las actuaciones de gobiernos que permanecen impasibles ante las llamadas de los necesitados y ponen trabas físicas, judiciales, policiales y armadas a sus demandas, cuando levantan muros y vallas imposibles de atravesar y que se han convertido más en una trampa mortal que en un obstáculo.
Ante tanta injusticia, ante sus muertes no nos queda otra sino callar. Ninguna palabra. Guardar silencio en medio de los bullicios de cada día. Nuestros silencios nos abren a su dolor y a su impotencia, nos ayudan a cargar con él y hacerlo nuestro. Enmudecemos, así se refuerza nuestra compasión convirtiéndonos en sus testigos ante la indolencia de quienes piensan que no son sus hermanos. Llegamos así a lo más profundo de su corazón para hacerlo nuestro y poder hacer más fuerte nuestro compromiso en su favor.
Estos cinco años han sido un largo recorrido juntos. Ójala no hubiéramos tenido que continuar hoy aquí con nuestro silencio para sacar a la plaza de la vida sus voces que no llegan a todos los espacios de la sociedad. Aquí estamos hoy desde el recuerdo agradecido a quienes hacen posible que se vayan superando todas las injusticias y con el deseo de que llegue un día en el que el silencio se torne en cantos de alegría al ver florecer entre nosotros la justicia.