
Uno de los grandes activos que tiene la Iglesia Católica en Málaga es su capital humano. Sí, su gente. No es momento de hablar de dinero sino de hombres y mujeres; jóvenes, niños y niñas que, desde su fe cristiana, son y aportan luz. De sobra sé que no todo lo que reluce es oro y de todo hay en la viña del Señor, que habría motivos para ser críticos con las sombras eclesiales, que las hay, pero hoy no toca.
Lo siento. Así, que a partir de estas líneas no espere crítica alguna el lector o lectora: toca agradecer y valorar positivamente; toca hablar de la buena gente de las parroquias malagueñas que entregan su vida, toca aplaudir a las comunidades religiosas de la diócesis malacitana: de las personas que van a las cárceles y hospitales, de las que trabajan en la enseñanza y sindicatos, de las que están en hermandades y Cáritas o en las residencias de ancianos y de menores, en la política o en la atención a la mujer maltratada; por poner algunos de los muchos ejemplos que se pueden poner.
Sí, porque es mucha la gente y muchos los ejemplos de vida. Personas que, movidas por su fe, son faros de esperanza, también para las propias comunidades, barrios y trabajos; familias, amistades y ambientes. Es gente luminosa que con su oración y acción impulsa un mundo mejor. ¿Quiénes son? Personas diversas: seglares, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispo. Sí, ese el capital humano con el que cuenta la Iglesia en Málaga. Gentes de todo tipo, para nada la comunidad católica malagueña es homogénea que, alejadas de juicios y prejuicios, entregan parte de su vida y tiempo; lo que son y tienen. No es realidad virtual, es realidad hecha sangre y tiempo: hablamos de millares de cristianos que hacen Málaga mejor.
Artículo publicado en la sección Opinión del Diario Sur