Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Apertura del Año de la Vida Consagrada, celebrada en Villa San Pedro en Málaga el 30 de noviembre de 2014.
APERTURA DEL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
(Villa Nazaret-Málaga, 30 noviembre 2014)
Lecturas: Is 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7; Sal 79, 2-3.15-19; 1 Co 1, 3-9; Mc 13, 33-37. (Domingo de Adviento I-B)
1.- Año de la Vida Consagrada
Este tiempo esperemos que sea un «kairós», un tiempo propio de salvación. Y no solamente para los consagrados, sino para todas las personas, para toda la Iglesia que reconsidera esta dimensión de especial consagración como parte esencial de su vida, que agradece a Dios la presencia, la misión, el trabajo, todo de las personas de especial consagración. Que acompaña a estas personas y que pide a Dios que siga concediendo nuevas vocaciones. Todo esto vamos a hacerlo en este año que hoy comenzamos.
Por tanto, que sea en primer lugar, una acción de gracias por parte de todos. Al fin y al cabo, hemos sido llamados, el Señor nos ha llamado; no hemos sido nosotros los que hemos dicho: «yo quiero ser». Les digo a los jóvenes y a las personas que trabajan con los jóvenes que cuando les plantean el tema vocacional no le pregunten nunca: «¿tú que quieres ser?», que es la pregunta que solemos hacer, porque el joven puede querer cualquier cosa. Y aunque suene a raro, a más de uno de los que estamos aquí, a lo mejor, no hemos deseados estar en la misión que se nos da, pero se ha aceptado la voluntad del Señor. Quizás una no ha pensado nunca ser la administradora, o la ecónoma, o la superiora general de la Congregación, y, sin embargo, le ha tocado. O uno no ha pensado que iba a ser obispo y le ha tocado. No preguntemos: «¿qué quieres ser?», sino que hay que decirle: «Ponte delante del Señor y pregúntale qué quiere Él de ti».
Y nosotros igual. Estamos aquí porque nos ha llamado, no porque nos hemos presentado a Él y le hemos dicho: «quiero ser religiosa», eso se dice después del proceso de llamada, eso es ya una conclusión. Decir «sí, quiero», es una respuesta a una pregunta previa. «¿Quieres?», es una invitación que se hace a través de otra persona, de una inspiración, de un momento de oración, en un sueño; pero el «quiero» es ya una respuesta. No parte de nosotros la respuesta sin la pregunta.
La Virgen no dijo: «yo quiero ser la madre del Salvador». Cuando se le preguntó: «¿quieres?», entonces respondió: «acepto, aquí está la esclava del Señor». Fue una respuesta a una pregunta previa.
La carta a los Corintios que hemos escuchado nos sitúa en tema que estamos hablando. Dice: «habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo» (1 Co 1, 5-6). Acción de gracias: habéis sido enriquecidos en todo, incluso en una vocación de especial consagración. Y continúa diciendo Pablo una cosa muy importante: «Él os mantendrá firmes hasta el final» (1 Co 1, 8). De modo que, no sólo la llamada, sino también la fidelidad diaria nos la mantiene Él, porque con mis propias fuerzas no soy capaz. «Él os mantendrá firmes hasta el final».
Por tanto, agradecimiento desde el origen de mi vocación, desde el bautismo. La vocación bautismal es la más fundamental y originaria, las demás vocaciones son una concreción.
«Gracias porque me has hecho hijo tuyo. Me has llamado a una vocación especial, pero me lo has dado Tú. Yo sólo he tenido que decir: sí quiero. Y ahora me prometes la fidelidad hasta el final. Todo por gracia tuya, por don del Espíritu».
Nuestra vocación y la fidelidad a ella es por gracia y regalo de Dios, no por méritos propios.
2.- Tiempo de Adviento
Vamos a pedirle al Señor que nos ayude en este Año de Vida Consagrada y en este nuevo año litúrgico. Hoy no podía faltar una meditación sobre el tiempo de Adviento.
Comenzamos este tiempo litúrgico que nos pone en sintonía con Cristo en sus dos venidas: en la venida en carne mortal, en la venida donde fue vapuleado, donde asumió la naturaleza humana, y en la próxima venida que esperamos que será glorioso, triunfante, como Juez.
El Adviento es la espera de esa segunda venida; en la primera él asumió nuestra naturaleza y se revistió de nuestra humanidad.
Aceptamos que la humanidad no tiene futuro sin el Dios del Adviento, viviríamos sin esperanza. El Dios de la encarnación se ha acercado a nosotros, ha acortado las distancias, ha tendido un puente insalvable y ese puente es Cristo, es el Verbo encarnado. Eso es lo que celebraremos en la Navidad, su presencia entre nosotros.
Por tanto, esa venida suya lo que hace es trasformar nuestra situación. El hombre revestido con un traje sucio, roto, viejo, que huele mal; Cristo lo ha asumido y nos da una vestidura nueva. Él nos cambia el traje viejo y la naturaleza rota, caída, por una naturaleza nueva, renovada. Eso es la encarnación. La cercanía del Dios de amor que se acerca no para dejarme como estoy, se acerca para transformarme y cambiarme. Esa es la gracia y el don.
3.- Irrupción de Dios en la historia
En este primer domingo de Adviento, siguiendo al profeta Isaías, la liturgia y nosotros con ella, pedimos a Dios que venga porque necesitamos su venida. Textualmente el profeta dice: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!» (Is 63, 19). «Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia» (Is 64, 2).
Necesitamos la presencia de Cristo que rompa los cielos, que baje, que se acerque, para cambiar nuestra naturaleza, para cambiar y perdonar nuestro pecado.
Cuando habla el profeta Isaías de derretir los montes, podemos pensar cada uno qué montes debe derretir en mí. En los montes abruptos no se puede estar, en los montes puntiagudos y con piedras no se puede vivir; esos montes, como dice la liturgia del Adviento, hay que abajarlos, hay que quitarle esos picos duros, punzantes. Hay que rebajar esos montes y ponerle el calificativo que queráis a vuestro monte: orgullo, deseos de, proyectos de, planes de, autonomía… Son montes que el Señor tiene que derretir, tiene que quitar para poder estar a gusto.
4.- La venida del Señor cambia el mundo
«Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento» (Is 64, 5). ¡Pues vaya panorama se encuentra el Señor que baja a nosotros! Somos como hojas que lleva el viento, no tenemos peso específico. Nos lleva como el viento cambia la veleta de dirección, como una paja revolotea por el aire. Incluso nuestro paño, nuestro corazón, nuestro vestido está manchado, está roto.
Pero el Señor viene a darnos la vestidura nueva que nos dio en el bautismo. Esa vestidura nueva nos pide el Señor que la mantengamos lo más limpia posible y si hace falta que la lavemos con el sacramento de la penitencia, que para eso nos lo regaló; además, es bueno que lo practiquemos de un modo especial en este tiempo de Adviento.
5.- Espera confiada en la venida del Señor
Como hemos rezado en el Salmo le decimos al Señor: «Despierta tu poder y ven a salvarnos» (Sal 79, 3). Necesitamos la salvación del Señor.
La espera en el Señor es una espera confiada, es una espera alegre, dichosa, con gozo. No es una espera triste porque el Espíritu nos va cambiando por dentro y al ir transformándonos nos da su alegría y su paz.
En ese camino que hacemos al encuentro del Señor que llega, como ha dicho la oración colecta, nuestros corazones están alegres a la espera de Cristo que llega; pero nos pedía la oración que nosotros nos acerquemos con las buenas obras, no con las manos vacías.
6.- Vigilancia
Y en esta espera, como ha dicho el texto evangélico de Marcos, nos hace falta vigilar: «mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento» (Mc 13, 33). ¡Estad alertas!
Preparémonos, pues, para esta venida del Señor, para esta nueva y cercana Navidad y también para la otra venida, la Parusía que será la manifestación gloriosa del Señor y que será la última, la más importante. Mientras tanto, cantémosle el ¡Maranatha, ven, Señor Jesús!
7.- Actitudes para el Adviento
Veamos cuatro actitudes que nos ofrece la Iglesia para prepararnos a esta venida del Señor en el tiempo del Adviento.
1.- Con esperanza gozosa, fijos nuestros ojos en la eternidad, agradecidos en el corazón por todos los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos y con el esfuerzo en cuidarlos y hacerlos producir en obras de caridad, justicia, humildad y pureza. Por tanto, espera gozosa por lo que Dios nos da, mirando a Dios, contemplando al que viene. Una espera gozosa y esperanzada.
2.- Firmes en la fe. Ha dicho Pablo que Jesús os mantendrá firmes hasta el final. ¿Firmes en qué? Firmes en la fe para no dejarnos llevar por las falsas ideologías y de los errores del tiempo actual. Firmes respecto a la manipulación de un lenguaje que se nos quiere imponer, firmes ante una confusión doctrinal, firmes frente a una visión horizontalista de la vida y no trascendente que es lo que funciona en esta sociedad, firmes frente al mito del progreso indefinido y del paraíso en la tierra. El paraíso no está en la tierra por mucho que nos digan, por muchas imágenes que nos presenten los medios de comunicación; aquí no está la felicidad plena; aquí hay momentos de gozo, pero hay momentos de sufrimiento.
3.- Sobrios y vigilantes. La obediencia y la pobreza de la que hablábamos en la reflexión de esta mañana implican sobriedad y vigilancia. Nuestro mundo no nos pide la sobriedad, al contrario, nos pide que seamos consumistas y más aún en estas fiestas cercanas a la Navidad. Ahora es el boom del consumo. Sin embargo, la Iglesia nos pide sobriedad y vigilancia para usar de las cosas de este mundo sin abusar de ellas, para no echar raíces demasiado profundas en esta tierra. Las religiosas tenéis una ventaja, cuando empezáis a echar raíces la Superiora os cambia de sitio. Eso de los cambios el Señor lo hace bien. Y aunque uno no haga un cambio físico, es bueno que, por dentro, de vez en cuando, haga limpieza de papeles, de cosas, de proyectos…
Pero es cierto que cuando el Señor nos traslada físicamente de una comunidad a otra, eso nos ayuda a limpiarnos por dentro. Pues, cuidado con querer echar raíces y querer tener frutos aquí. Hay que producir frutos, pero frutos de gloria de los que el Señor quiere.
Y cuidado con no quedarnos con los bienes temporales perdiendo de vista los eternos. El Adviento lo que nos dice es: «levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación». Levantad la cabeza, dejad de mirar hacia abajo, mirad un poco hacia arriba. El Señor viene, miradle a Él. Y Él os ayudará a despegaros de ciertos apegos.
4.- Como buenos samaritanos, con los ojos abiertos para ver lo que necesita mi hermano cercano y con el corazón también abierto para que pueda entrar. Abrir los oídos para escuchar el quejido y el gemido del pobre, del necesitado, del anciano. Hay que abrir las manos con caridad generosa. Hay que estar abiertos en todos los sentidos para ver contemplar al que viene y para percibir a quién está a nuestro lado.
8.- Ven, Señor Jesús.
Ven, Señor Jesús, ven a nuestros corazones, re-naciendo en la fiesta de Navidad. Ven también al fin de los tiempos, en tu Parusía final gloriosa, clausurando la historia del mundo con tu juicio de amor.
Ven también ahora en la Eucaristía, en este sacramento, en el que celebramos tu misterio de pasión y muerte «hasta que vuelvas».
Ven y entra en nuestras almas depositando tu semilla de la esperanza.
¡Que tu Madre Santísima nos tome de la mano para no perdernos en este camino a la eternidad! Amén.