Alegría, sencillez y fidelidad. Son los tres rasgos que, como bien recordó el padre Antonio Sosa en su homilía de la misa funeral por don Alfonso Rosales el pasado domingo, en la parroquia de la Divina Pastora, marcaron el ejercicio del sacerdocio de este hombre bueno que, con su cercanía, su sonrisa y su permanente dedicación a los demás, ponía ante sus parroquianos un magnífico ejemplo de cómo ser fieles al espíritu del Evangelio.
Se nos ha ido todo un pastor, un cura de los que dejan huella, pero en muchos hogares de Málaga y, en especial, en su barrio de Capuchinos permanecerá siempre su recuerdo y el testimonio de su profundo amor a la Virgen en las diferentes advocaciones con las que se venera en este rincón de la ciudad. Creo que no me equivoco si digo que la tristeza que todos cuantos le conocimos de cerca sentimos por su pérdida terrenal se ve rápidamente consolada por la certeza de que lo tenemos muy cerca de su Divina Pastora, Auxiliadora de los Cristianos, intercediendo por todos nosotros. Damos gracias a Dios por el regalo que nos hizo en la figura de este sacerdote que pasó por este mundo entregado a su ministerio y al prójimo. Descanse en paz.