Abdelmalik El Barkani: «La inmigración está en manos de un colectivo que se llama mafia»

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Abdelmalik El Barkani (Melilla, 1960) dejó su profesión de médico para convertirse el primer delegado de Gobierno musulmán nombrado en España en la historia de la democracia. De niño, estudió en el colegio católico de La Salle y allí ha querido que se formen también sus dos hijos. Ahora, afronta uno de los momentos más difíciles de su carrera política. Alrededor de un millar de personas inmigrantes han llegado a Melilla en lo que va de año. Los últimos -alrededor de 500- este martes. El Barkani aboga por una política migratoria supranacional y por arrebatar a las mafias el control de la inmigración ilegal.

-¿Desde qué perspectiva debemos analizar el fenómeno de la inmigración para encontrar soluciones?

-En mi toma de posesión, el 2 de enero de 2012, dije en ese momento que yo afrontaba fundamentalmente dos grandes problemas de tipo de gestión, como delegado del Gobierno: uno era la inmigración, la enorme presión migratoria que existía sobre Melilla, y el otro el de los pasos fronterizos, fundamentalmante el de Beni-Enzar. En el primer caso, sobre el tema de la inmigración, lo afrontamos partiendo de la base de que la inmigración es absolutamente necesaria. Pero, para que eso sea así, ha de ser una emigración regular, que no produzca las desgracias que está produciendo, como la pérdida de vidas de seres humanos, tanto menores como embarazadas o adultos.

-¿Y qué se puede hacer?

-Hay que, desde mi punto, acabar con esa inmigración irregular que solamente trae desgracias. Pero eso no significa acabar con la inmigración. Todo lo contrario. Hay que trabajar desde distintos niveles. Siempre lo venimos defendiendo. En primer lugar pensar que esto no es solamente un problema que afecta exclusivamente a la ciudad de Melilla y Nador o España y Marruecos, sino que esto es un problema supranacional, y que por lo tanto deberíamos estar implicados de una forma absolutamente solidaria y uniforme los 28 estados que componemos la Unión Europea. En segundo lugar, que hay que trabajar no solamente en cuestiones de medidas de contención de la inmigración, de la entrada de la inmigración, sino impedir o evitar y prevenir que se produzcan esos movimientos de esta manera. Es decir, mediante programas de cooperación en puntos de origen, mediante la información y mediante la captación de personas que desde sus lugares de origen puedan venir al territorio europeo con su documentación en regla para poder insertarse en el mercado laboral, que es lo que al final pretenden.

-¿Cómo podemos ayudar a los inmigrantes que tratan de llegar a Europa?

-Los inmigrantes, en su inmensa mayoría, buscan una oportunidad en el viejo continente. Aunque es verdad que en algunos fenómenos migratorios, como el caso Siria, se producen por otros motivos, como huir de un conflicto bélico, lo que merece una atención absolutamente diferente. Yo creo que hay que ser valiente, y una cosa no quita la otra. Ayudar de verdad al inmigrante es regular de nuevo los flujos migratorios. Analicemos qué es lo que está ocurriendo con aquellas personas inmigrantes que entran de forma clandestina. La inmensa mayoría que quedan en la Unión Europa porque ha sido imposible, inviable el cumplimiento de la ley de extranjería -que sería en primer lugar su retorno al país de origen- se quedan en una situación de «un limbo», esparcidos por todas partes, por toda la Unión Europea y en situación de clandestinidad. No están regulados, no tienen documentación, no tienen trabajo y, por lo tanto, son carne de cañón. Utilizan, fundamentalmente, a las mujeres -en este caso, a las nigerianas- en el mundo de la prostitución. Y otros, pues como no puede ser de otra manera, porque tienen que comer y tienen que vivir están en manos de la economía sumergida y, si no, de alguien que les utiliza. Por lo tanto, yo últimamente utilizo una frase que considero que expresa lo que yo pienso sobre el tema de la inmigración. En estos momentos, por desgracia, la inmigración está en manos de un colectivo que se llama mafia y no en manos de los estados miembros. Lo que hay que hacer es arrebatarle a esas mafias el control de la emigración. Y eso no es fácil. No es cosa de una ciudad, ni de un país. Sino que es cosa de todos. Soy un defensor a ultranza de la inmigración. La inmigración es consustancial con la vida. Los seres humanos emigran desde el inicio. Por lo tanto, es imposible acabar con ello. Pero sí podemos regularlo y hacerlo de las mejores condiciones. Primero, para los propios inmigrantes, y luego, por supuesto, para el resto de la sociedad.

-Fue presidente del Instituto de las Culturas de Melilla. En esa etapa ¿pudo comprobar hasta qué punto es enriquecedora la convivencia entre religiones?

-No solamente es enriquecedora esa convivencia, sino que además es absolutamente necesaria. En Melilla convivimos, desde hace muchísimo tiempo, personas de distintos orígenes que profesamos distintas religiones y que tenemos una anterior cultura diferente. Lo que estamos haciendo en la ciudad de Melilla es un pequeño microcosmos en el que por fortuna prevalece el concepto de persona, por encima de todo. A partir de ahí, puede haber todas las diferencias que se puedan plantear, pero esas diferencias son, posiblemente, lo que nos hace más iguales: el respeto, la tolerancia y el deseo de conocer la diferencia que tiene el otro es lo que nos enriquece. Yo creo que a nadie se le escapa que un estado de derecho, un estado avanzado, democrático, un estado que se precie de ser responsable tiene que ser respetuoso con la diversidad. La diversidad, como la vida misma, que es absolutamente diversa en la cultura y en las religiones también. Y lo importante, es el respeto. Como presidente del Instituto de las Culturas, que tuve el honor de presidir en los tres primeros años de su existencia, me ha servido también para profundizar en ese asunto y yo creo que Melilla puede ser un ejemplo de convivencia. Pero ¡ojo!, nuestro modelo ha de ser explicado, nunca extrapolado. Porque extrapolar un modelo que ha funcionado bien en un sitio no significa que tiene funcionar bien en otro. Por lo tanto, lo que nosotros queremos es darnos a conocer y sobre todo y fundamentalmente profundizar en nosotros mismos para que esa convivencia que es buena todavía sea aún mejor.

-Ejemplo de esa convivencia lo encontramos en las religiosas de la Divina Infantita de Melilla y en las de El Monte María Cristina, que ayudan a niñas y mujeres musulmanas. ¿Cómo valora su labor?

-Las conozco y, fundamentalmente la labor que hacen en Monte María Cristina, porque yo nací un poco más abajo de donde ellas están. Yo soy de ese barrio. Y por supuesto que las conozco. Es una labor ejemplar e importantísima que tiene su máximo reflejo en el cariño que esas personas muestran a aquellas que les ayudan en el día a día a hacer su vida mucho más fácil, a enseñarles a leer, a escribir, a ayudarles a criar a los pequeños, a formarles en alguna actividad. Ésa es la labor importantísima que ha de ser visibilizada. Y yo creo que en Melilla es así, y además que todos respetamos. Nadie puede poner en duda esa magnífica labor y lo bonito que es que no se trata de algo «monocolor», en el sentido solamente para cristianos . Todo lo contario. En este caso son una entidad religiosa, con ánimo de ayudar y que ayuda a los más necesitados, y los más necesitados están encantados de recibir esa ayuda.

-Hablando del lugar en el que nació: siendo niño usted estudió en un colegio religioso, en La Salle. ¿Cuáles son sus recuerdos de infancia en este centro religioso?

-Muy buenos. Entré a formar parte de la comunidad religiosa de La Salle con 9 años y salí con 16. Por lo tanto son muchos años. Unos años, además, importantes, no solamente me formé allí en el sentido de adquirir conocimiento, sino que también me he formado en otros aspectos muy importantes. Tengo gratos recuerdos. Sigo manteniendo grandes amigos, algunos de ellos profesores, otros evidentemente ya desaparecieron. Entonces los profesores que pertenecían a la comunidad eran más numerosos de los que hay en este momento; yo creo que tengo que decir que tengo un grato recuerdo. Y, además, puedo decir también, que no me ha ido mal habiendo sido alumno en ese colegio con el que además sigo manteniendo muchos vínculos, porque mis dos hijos también han estudiado allí. Uno de ellos ya ha salido de La Salle para hacer primero de bachillerato, pero la niña sigue estudiando allí. Por lo tanto, si a mí me ha ido bien, a mis hijos también les tiene que ir bien.

-¿Cómo es su relación con la Iglesia Católica de Melilla y con su vicario, Roberto Rojo?

-Una de las labores que más satisfacciones me ha dado ha sido ser presidente ejecutivo del Instituto de las Culturas. En esa etapa, con el vicario trabajamos muchísimo. Y seguimos haciéndolo. Sé que hay una Mesa Intercultural en la que están ciertas personas, entre ellos el vicario, y mantienen una actividad importante para esta ciudad que, repito, es modélica, es muy buena, pero que es un bien muy frágil. Hay que cultivarlo. Y para eso hay que seguir trabajando y profundizando en lo que nos une y no en lo que nos diferencia.

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