
Homilía de Mons. José Antonio Satué en la Eucaristía con motivo del 25 aniversario de la coronación canónica de María Santísima de la Trinidad, el 25 de octubre de 2025. Cofradía de Nuestro Padre Jesús Cautivo (Málaga). 2
25 aniversario de la coronación canónica de María Santísima de la Trinidad
Cofradía de Nuestro Padre Jesús Cautivo (Málaga)
25 de octubre de 2025
Queridos hermanos y hermanas, parroquianos de este barrio de la Trinidad, sacerdotes, autoridades, hermano mayor y miembros de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Cautivo y María Santísima de la Trinidad.
Nos reunimos hoy en la plaza de San Pablo, a las puertas de esta parroquia, para celebrar los 25 años de la coronación canónica de María Santísima de la Trinidad. Muchos de vosotros acudís con frecuencia a rezarle o le dirigís vuestras oraciones desde casa o el trabajo. Yo vengo hoy por primera vez, para contagiarme de vuestra devoción a la Virgen y para rezarle con vosotros y como vosotros.
Al asomarnos a la vida de la Virgen María, aprendemos a acercarnos al Misterio de la Trinidad: tres personas y un solo Dios. Ella es Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Por eso, quisiera animaros a vivir tres verbos muy importantes en la vida cristiana: confiar, acoger y amar.
1. La relación de María con Dios Padre nos invita a CONFIAR.
La primera imagen que nos ofrece el Evangelio de la Virgen María aparece en el relato de la Anunciación (cf. Lc 1, 26-38). María está en oración y entra en diálogo con el ángel Gabriel. Se abre a la gracia de Dios, expresa sus dudas: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,34); pero finalmente confía y se entrega: «Aquí me tienes, Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).
La Virgen de la Trinidad nos enseña a confiar en Dios Padre, propiciando momentos de encuentro con Él.
Habladle a Ella, rezadle, pero sobre todo rezad a Dios como Ella y con Ella. Contad a la Virgen y al Padre cómo estáis, presentad vuestras preocupaciones y dudas, también vuestras alegrías. Hablad a la Virgen y al Padre de vuestros hijos y nietos, de sus ilusiones y proyectos, de sus caídas y dificultades. Habladle también de quienes más sufren. Ella es madre y Dios es Padre y os entienden a la perfección.
Os invito, en definitiva a CONFIAR y a cultivar esta confianza abriendo momentos frecuentes de oración a Dios Padre, de la mano de la Virgen.
2. La relación de María con Dios Hijo nos invita a ACOGER.
María acogió en su seno al Hijo de Dios y lo acompañó durante toda su vida, hasta los pies de la cruz. Muchos de los que estáis aquí sois madres o padres; sabéis bien cómo la llegada de un hijo transforma la existencia para siempre. Acoger una nueva vida, aunque a veces cueste, siempre la mejora. Así también, acoger a Cristo cambia la vida. El apóstol san Pablo nos lo recuerda: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Cor 5,17).
Acojamos, pues, a Cristo en los sacramentos, en la oración, en nuestro corazón y en cada persona, especialmente en quienes más sufren. Porque, como enseñó Benedicto XVI, «Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados… En el más humilde encontramos a Jesús mismo, y en Jesús encontramos a Dios» (DCE 15).
Desde la cruz, Jesús nos entregó a María como madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»… «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). Acojamos también nosotros a la Virgen como algo propio, como un tesoro, y aprendamos de Ella a acoger a Jesús cada día, incluso cuando el horizonte de la vida se oscurece bajo la sombra de la cruz.
3. La relación de María con Dios Hijo nos invita a AMAR.
Desde la concepción de Jesús, María vivió una íntima unión con el Espíritu Santo, por lo que la Iglesia la llama Esposa del Espíritu Santo. A lo largo de su vida se dejó transformar por su acción, y en Pentecostés reunió y sostuvo a los discípulos temerosos, para que lo acogieran, dando inicio al camino de la Iglesia.
El Espíritu Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo, el mismo que movió a Jesús y que hoy nos impulsa a nosotros a amar como Jesús, hasta el extremo.
El Amor busca el bien de todos y se manifiesta en primer lugar a los más cercanos. Como enseñó San Pablo los Gálatas: «Hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe» (6, 10). Por tanto, si un hermano o una hermana en la fe me han hecho daño o si yo les he hecho daño, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a perdonar y a pedir perdón. Es cierto que algunas ofensas no las podemos superar por nosotros mismos; pero, si pedimos la fuerza del Espíritu, Él, poco a poco, puede disponer nuestros corazones y nuestras voluntades para la reconciliación.
El Amor busca el bien de todos y especialmente de quienes más sufren, porque, como ha escrito recientemente el papa León, «no es posible olvidar a los pobres si no queremos salir fuera de la corriente viva de la Iglesia que brota del Evangelio y fecunda todo momento histórico». (DT 15). Por consiguiente, cada creyente, cada hermandad y cada parroquia cristiana estamos llamados a manifestar un amor real y tangible hacia quienes más sufren, pues ellos son la misma carne de Cristo.
El Amor conlleva también compartir nuestra riqueza espiritual. Por eso, os invito también a ser mensajeros del Evangelio, que es Cristo. Pero no de manera aislada, sino en comunidad de hermanos, como parroquia, como cofradía, de la mano de la Virgen. Hoy, cuando saquéis en procesión a la Virgen de la Trinidad, convertíos en mensajeros de la Buena Noticia para toda Málaga.
Conclusión
María Santísima de la Trinidad hunde sus raíces en este barrio trinitario. Un barrio que sabe de enfermedad, pero también de Salud. Un barrio que sabe de soledades, pero también de cómo acompañar la Soledad. Un barrio que es Cautivo, pero liberado por Dios.
Trinitarios y trinitarias, os felicito por la conmemoración de este aniversario y os animo a renovar todos los días la coronación de vuestra Virgen. Hacedla reina de vuestras vidas y aprender de Ella a confiar en Dios Padre, a acoger a Jesucristo, el Hijo, y amar con la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Amén.

