Los Retiros de Emaús están atrayendo a la Iglesia a mucha gente alejada y haciendo que otros muchos cristianos vuelvan a reencontrarse con Cristo a través de este fin de semana de retiro.
Aunque en la Diócesis ya se está trabajando con personas que ya los han hecho, sin embargo aún no se han establecido en Jaén un calendario de retiros. Jaén va de la mano de la Diócesis de Córdoba en este sentido. Por eso, anuncia que el segundo fin de semana de junio: 7-8 y 9, se celebrarán en Córdoba una tanda dirigida a hombres y abiertos a participar fieles de Jaén.
Los Retiros de Emaús están basados en el pasaje bíblico del evangelio según San Lucas, capítulo 24, versículos 13-35, donde dos discípulos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, cerca de Jerusalén. Por el camino van hablando de todo lo que había pasado en Jerusalén. Mientras hablaban, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos, pero no le conocieron. Al caer la noche Jesús hizo como que iba a seguir adelante, pero ellos le invitaron a quedarse, cuando ya estaban sentados en la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se los dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús que él había resucitado.
Inscripción
Para inscribirse pueden hacerlo a través de este formulario
¿Qué son los Retiros de Emaús?
Los Retiros de Emaús nacieron en Miami hace 35 años y están en España desde el 2009- Estos Retiros están aprobados por la Iglesia. Los primeros retiros se organizaron en Madrid, convocados por la Parroquia de San Germán, y se siguen organizando tanto de mujeres como de hombres.
Se trata de una cita personal e íntima con el Amor de Dios. A lo largo del fin de semana, los caminantes, (personas que hacen el retiro), se encuentran con EL, descubren el Inmenso Amor que tiene a cada uno de ellos, perciben en sus almas Su Presencia, el extraordinario Don de sus vidas, y al reconocerle, el corazón arde en ascuas por Cristo que les dice: Tú eres mi amado”
Esta es una experiencia que cambiará tu vida para siempre, como ha cambiado la de tanta gente. Emaús es, en verdad, un regalo que uno se hace.
Los que han participado son tocados de una manera especial por el Amor de Dios y han recibido una fuerte efusión del Espíritu Santo. Muchos de los que asisten a los Retiros de Emaús están alejados de la Iglesia o su fe es muy tibia. Sus conversiones son espectaculares. Para los que tienen una fe viva supone una reafirmación de sus creencias y un vuelco en su vida espiritual.
Los Retiros de Emaús no los organiza ninguna congregación religiosa sino que son retiros pensados para todo el mundo, promovidos por una parroquia. No se trata de unos ejercicios espirituales como tales, ni siquiera es un retiro convencional. Es un “camino” de un fin de semana basado en la lectura del Evangelio según S. Lucas 24:13-35, que narra el camino de los discípulos de Emaús. Está preparado por laicos y para laicos, bajo la supervisión del sacerdote responsable del retiro. Al estar desarrollado por laicos “facilita” la participación de aquellas personas más alejadas de la Iglesia, a las que sería difícil implicar en unos ejercicios espirituales al uso. Hay charlas, oración, compartir de grupo, música, interiorización y testimonios de fe de personas laicas que nos demuestran como su vida se ha ido transformando.
¿Quién puede hacer el retiro?
Por ello cualquier persona puede hacer el Retiro, no importa al grupo que pertenezca: Opus Dei, Jesuitas, Neocatecumenales… Es habitual encontrar gente de diversos carismas, desde la Obra, Legionarios, Jesuitas o Carismáticos, gente de diócesis o que no pertenecen a ningún movimiento. Acuden también muchas personas que están alejados de la Iglesia. Emaús provoca un cambio muy profundo en la vida de cada uno. Es importante que los sacerdotes lo hagan si desean llevarlo a sus parroquias, y puedan invitar posteriormente a personas que necesitan encontrar a Dios, o reencontrarse con ÉL.
¿Puedo repetir?
Estos retiros se hacen una sola vez en la vida (como caminante).Tras el retiro, puedes ser servidor en los siguientes, ayudando a otros en la experiencia que tú has tenido. La parroquia fija las fechas para los retiros, coordinando hombres y mujeres (Normalmente dos retiros al año para hombres y dos para mujeres).
El caminante cuando deja su parroquia (Jerusalén) siente que se embarca en una peregrinación a Emaús y en el camino se encuentra con Jesús, pero al principio no le reconocen. Como los discípulos en el camino se vaciaron contándole a Jesús “todas las cosas que pasaron esos días.” En el retiro los caminantes se vacían totalmente, le entregan a Jesús todo lo que han pasado en sus vidas en su propia peregrinación. Jesús escucha y seguidamente les ofrece la Eucaristía, en ese momento es cuando lo reconocen: cuando parte el pan. Los discípulos se levantan e inmediatamente regresan a Jerusalén a darle a otros la Buena Nueva, que Jesús está vivo y con nosotros. Y eso mismo es lo que van a hacer los caminantes.
Una vez finalizado el retiro, (algunos caminantes dicen que vinieron casi obligados, o escépticos) dan gracias a Dios por lo que hizo en sus vidas ese fin de semana y ahora desean compartir con sus familias todo lo que han recibido. La consecuencia lógica, es la implicación de los caminantes en las diferentes actividades de su parroquia (aconsejados por el párroco o sacerdote encargado del retiro) que sabe dónde y en qué momento se encuentra cada cual para formar parte activa de la comunidad, para llevar ese Espíritu que Dios nos acaba de dar a través de Emaús a los grupos existentes. De esta forma se revitaliza la vida de las parroquias donde se ubica Emaús, al integrar y recoger en las mismas, el ímpetu apasionado de estas personas, que desean transmitir y compartir su encuentro con Cristo. Hermano, Amigo y Señor.
El Papa Francisco sobre Emaús…
– En el encuentro con el episcopado brasileño (Arzobispado de Río de Janeiro, Sábado 27 de julio de 2013): El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.
Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta. El hecho es que actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios.
Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de ellos. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarlos en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo.
La globalización implacable y la intensa urbanización, a menudo salvajes, prometían mucho. Muchos se han enamorado de sus posibilidades, y en ellas hay algo realmente positivo, como por ejemplo, la disminución de las distancias, el acercamiento entre las personas y culturas, la difusión de la información y los servicios. Pero, por otro lado, muchos vivencian sus efectos negativos sin darse cuenta de cómo ellos comprometen su visión del hombre y del mundo, generando más desorientación y un vacío que no logran explicar. Algunos de estos efectos son la confusión del sentido de la vida, la desintegración personal, la pérdida de la experiencia de pertenecer a un “nido”, la falta de hogar y vínculos profundos.
Y como no hay quien los acompañe y muestre con su vida el verdadero camino, muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aun los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a abrazarlo. Piensan que el ideal es demasiado grande para ellos, está fuera de sus posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable. Sin embargo, no pueden vivir sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que les parece demasiado alto y lejano. Con la desilusión en el corazón, van en busca de algo que les ilusione de nuevo o se resignan a una adhesión parcial, que en definitiva no alcanza a dar plenitud a sus vidas.
La sensación de abandono y soledad, de no pertenecerse ni siquiera a sí mismos, que surge a menudo en esta situación, es demasiado dolorosa para acallarla. Hace falta un desahogo y, entonces, queda la vía del lamento. Pero incluso el lamento se convierte a su vez en un boomerang que vuelve y termina por aumentar la infelicidad. Hay pocos que todavía saben escuchar el dolor; al menos, hay que anestesiarlo. Ante este panorama hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay gente que se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía. Jesús le dio calor al corazón de los discípulos de Emaús.