“Tiempo de Pascua y de Gloria»

Carta pastoral del obispo de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez

Es evidente que la Gloria no está nunca separada de la Pasión, del mismo modo que la Pasión de Jesucristo nunca se puede contemplar al margen del horizonte de la Gloria. La Pasión fecunda la Gloria y esta ilumina la Cruz Redentora de Cristo. Por eso, la celebración cristiana de la Iglesia vive siempre en la unidad del Misterio Pascual, al que siempre sirve para que la gracia de Dios venga abundante sobre nosotros. En la liturgia de nuestra Semana Santa, la Pasión y la Resurrección se suceden y se fecundan, hasta que en la Vigilia Pascual, corazón de la fe, todo se desvela en su sentido más profundo y en el don que la nueva vida resucitada trae para la humanidad.

La Pascua es tiempo de resurrección y, sobre todo, es tiempo de acoger la gracia que se derrama en la Pascua para nosotros por los Sacramentos, en especial por los de Iniciación Cristiana: la Pascua del Señor nos recuerda siempre quienes somos los nacidos en Cristo el Señor a la vida cristiana por el Bautismo. Por eso, además, de tiempo de alegría desbordante es tiempo también de reconocer y de mostrar quienes somos; al tiempo que se abre la nueva vida en Cristo Resucitado a nuevos cristianos, por los Sacramentos de Iniciación, que son pascuales.

En lo que se refiere a la piedad popular, las catequesis pascuales ya no tienen ese matiz narrativo que tuvieron las que se nos mostraban en los desfiles procesionales a lo largo de los días de Pasión. Lo más narrativo que encontramos es la propia Vigilia Pascual, que es, por su profundidad teológica y su belleza y expresividad, un itinerario de fe al encuentro de Cristo Resucitado. La Luz del cirio pascual, la Palabra que escuchamos y el agua bautismal que recibimos en una preciosa y rica liturgia nos sitúan ante el misterio salvador de Cristo, que renovamos en la Celebración Eucarística y que nos lleva a confesar con fe y alegría: Jesucristo ha resucitado, aleluya. Verdaderamente ha resucitado, aleluya. Luego, seguramente en algunos lugares, veremos en la calle representaciones de los encuentros de Jesús Resucitado, especialmente del que tuvo con su Madre, la Santísima Virgen.

Ese encuentro, que expresa la lógica del pueblo cristiano sobre lo que tuvo que hacer el Hijo con su Madre, es el que va a marcar este tiempo de gloria y el que le va a dar sentido cristiano profundo a las Hermandades de Gloria. En efecto, el tiempo Pascual, en lo que se refiere a las manifestaciones festivas del pueblo cristiano, es todo, y casi exclusivamente, mariano. Gran parte de las devociones a la Virgen de nuestra piedad popular se celebran, en sus fiestas y romerías, en el tiempo de Pascua. Yo mismo, estoy acumulando en la lista de peticiones que recibo para que acompañe las fiestas marianas de nuestra Diócesis de Jaén, una cantidad grandísima, que desgraciadamente no voy a poder atender, porque os puedo asegurar que hay fechas en las que se acumulan más de cinco peticiones.

A todas las parroquias y pueblos que veneréis con solemnidad y fiesta a vuestras patronas, os invito a situar vuestra vida ante su imagen y devoción bendita, teniendo en cuenta que, en la Pascua, María Santísima experimenta la ternura de haber vuelto a sentirse Madre en su Hijo Resucitado. María siempre será para nosotros una Madre Pascual, porque ahora es el tiempo en que ella ejerce el mandato de cuidarnos y protegernos en nombre de Jesús, que desde la cruz le encomendó: “Madre, ahí tienes a tu hijo”.

Os recuerdo, por eso, que la Virgen María de Gloria y de Pascua siempre refleja la luz, la alegría y el consuelo de Jesucristo Resucitado, el Señor al que confesamos en nuestra fe. Al venerar a su Madre, ella siempre nos llevará a la alegría de la resurrección del Hijo, y proyectará sobre nosotros su luz, para que seamos en él luz del mundo; y nos ofrecerá, en nombre de Cristo, el consuelo que ella experimentó en su corazón al encontrarse con su Hijo Vivo y Resucitado, tras haber compartido con él el dolor redentor de la Cruz.

Feliz Pascua de Resurrección.
Con mi afecto y bendición.

+Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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