Carta Pastoral del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo López, a los trabajadores.
Queridos fieles diocesanos:
1. El mes de mayo comienza con la fiesta del trabajo. Los cristianos fijamos nuestros ojos en la persona del Patriarca San José, esposo de la María de Nazaret. Fue artesano y la misma profesión ejerció también Jesucristo, nuestro Señor.
Sabemos que esta fiesta nació como exaltación del trabajo y en recuerdo de los trabajadores asesinados en Chicago en el año 1886, por reivindicar ocho horas, no más, de trabajo diarias.
En el año 1955 la Iglesia, por medio del Papa Pío XII, la instituyó como fiesta cristiana, en honor de San José Obrero, para, además de orar por todos los trabajadores y sus familias, dar a conocer su rica doctrina social sobre el trabajo y dignidad del trabajador, exhortándonos también a nuestra santificación personal mediante el mismo. San José no sólo se entregó al trabajo artesanal en Nazaret y Egipto para así sacar adelante a su familia, sino que también, por medio de esta entrega, fue santificándose acogiendo día a día el proyecto de Dios sobre su persona: proteger y alimentar a María y a Jesús, creciendo en su fe desde su convivencia en familia.
2. En la Carta encíclica del Papa Juan Pablo II, Laborem exercens, del 14 de septiembre de 1981, aparecen dos principios fundamentales para poder fijar el verdadero alcance y sentido que debe dar un cristiano al trabajo: Por una parte, que toda persona está llamada, en los planes de Dios, a trabajar y, por otra, que el trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo. Solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo, se dice en esta Encíclica, que el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, es signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas.
El mismo Pontífice señalaba otro principio fundamental, en otra ocasión, que también hemos de tener muy presente: la íntima relación entre el trabajo y la familia, alrededor de los cuales se desarrolla la vida del hombre y la mujer desde sus orígenes. El trabajo existe en función de la familia y la familia no puede desenvolverse más que gracias a la aportación del trabajo. Este es esencial para el desarrollo de la vida en familia. Es también, un derecho natural y vocación de toda persona1.
3. Los cristianos hemos de acercarnos y mirar la realidad del trabajo y del mundo laboral con ojos de fe. La Iglesia es enviada al mundo para vivir como cristianos y proclamar en él la Buena Noticia del Evangelio2.
El Espíritu de Dios está ya presente en la historia humana más allá de la Iglesia, como sabemos, preparando el terreno para la siembra del Evangelio. Por eso, con esperanza fundada y ojos de misericordia, los cristianos mantenemos una actitud de constante espera, de acompañamiento, de diálogo y disposición para aprender y abrir puertas para reconocer la verdad cristiana, que subyace en el mundo del trabajo, y para contribuir, con el Evangelio, a purificarla y enriquecerla en cuanto sea necesario y posible.
El cristiano, como miembro visible de la presencia de Cristo entre nosotros, tiene la misión, desde su situación laboral, de vivir y mostrar ante los demás su vocación de ser portador de la Buena Noticia del Evangelio. Esta vocación incluirá en más de una ocasión, la denuncia de injusticias y carencias en el mundo del trabajo. La regulación que se impone, más de una vez, a no pocos trabajadores, por ley, o al margen de la misma, ha de denunciarse por el cristiano siempre que sea incompatible con la dignidad humana y el respeto a sus derechos fundamentales.
Debe darse, por ello, en la comunidad cristiana una conciencia clara acerca de la importancia y dimensiones del trabajo, porque ennoblece a la persona, hace posible la convivencia en familia y santifica al trabajador, desde el cumplimiento de la voluntad del Señor, (cf. Gn. 1, 26). Estamos en la tierra para dominarla y perfeccionarla por el trabajo (cf. Gn. 1, 28).
Como se lee en el cartel de la Hoac: «Ante una democracia rota, otra política es posible desde la comunión».
4. Ante la actual crisis de trabajo los cristianos de la Diócesis de Jaén, hemos de acercarnos a cuantos sufren el paro y unir nuestros esfuerzos, con hechos, para paliar sus consecuencias, hasta donde podamos llegar.
No me refiero únicamente a la distribución de ayuda desde nuestras Cáritas sino, sobre todo, el estar muy cerca, junto a estas personas en sus sufrimientos, para clamar juntos ante el Señor, que, por unas u otras mediaciones, encuentren pronto una solución. Ante las actuales circunstancias se necesitan muchos samaritanos que miren con amor a estos hermanos, pero también instituciones y particulares que, por encima de cálculos económicos, les ayuden a poder responder a un derecho fundamental: trabajar.
Sin duda que el mundo del empleo es uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad. Por eso se lo encomendamos, también al Patriarca San José para que conceda solidaridad entre los trabajadores, ingenio en los gobernantes y caridad cristiana en todos nosotros para quienes sufren solos y necesitan de nuestro apoyo. Mi felicitación a todos los trabajadores.
Con mi saludo afectuoso en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
1 Cf. Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, de 16 de enero de 1982.
2 Vaticano II, Const. Lumen Gentium 1-9, 13-17 y Const. Gaudium et Spes, 1-3, 40 ss.