Misa de Acción de Gracias por la Beatificación de Mons. Manuel Basulto y Compañeros Mártires

Homilía del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo, el pasado 19 de octubre en la S.I. Catedral.

Saludos…

¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!. Es un don muy especial el que Dios ha concedido a esta Iglesia de Jaén incrementando la lista de sus Mártires con siete miembros más. Por ello le damos gracias y hacemos presentes a quienes entregaron su vida por Cristo en esta Iglesia.

1. Quinientos veintidós mártires del s. XX han subido a los altares el pasado día 13 de este mes, en una solemne ceremonia celebrada en Tarragona, como sabemos. Siete de ellos de la Diócesis de Jaén. Fruto precioso de este Año de la Fe.

Celebremos su triunfo con alegría y damos gracias al Señor con el Rey de los Mártires en esta Eucaristía. Sus nombres han resonado ya para siempre en esta Iglesia madre de la Diócesis:

Mons. Manuel Basulto Jiménez, Obispo de Jaén.

D. Félix Pérez Portela, Vicario General y Deán de la S. I. Catedral.

D. Francisco Solís Pedrajas, Párroco y Arcipreste de Mancha Real.

D. Francisco López Navarrete, Párroco y Arcipreste de Orcera.

D. Manuel Aranda Espejo, joven seminarista de Monte Lope Álvarez.

D. José María Poyatos Ruiz, joven de Acción Católica y Adoración Nocturna de Rus.

Madre Victoria Valverde González, Religiosa de la Divina Pastora de Martos.

Hacemos memoria asimismo de dos Hijas de la Caridad, también martirizadas, y que trabajaron en el Sanatorio de el Neveral. Probablemente viajaban en el mismo tren de Mons. Manuel Basulto y murieron en el mismo lugar, en Vallecas.

Otros tres mártires, Padres Trinitarios, estudiaron filosofía en el Seminario, junto al Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, de Villanueva del Arzobispo Siete Operarios Diocesanos fueron también martirizados habiendo sido superiores de los Seminarios de Baeza y Jaén. Otro Sacerdote Redentorista, predicó una misión popular en Cazalilla. Y una Sierva de María residió por algún tiempo en la casa de Jaén.

2. Causa estupor que personas iguales a los demás, cada una en sus situaciones concretas de cristianos, lograran vivir su fe en ese grado de plenitud. Ello les condujo hasta la entrega de su vida, antes que renegar de sus ideales.

A propósito de estos ejemplos de fe, el Papa Benedicto XVI, en su Carta apostólica Porta Fidei, escribe que: «Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con el perdón a sus perseguidores» (n.13).

Fueron víctimas del odio a la fe, sin adscripción política alguna, ni por luchar contra nadie. Murieron perdonando, como Cristo lo hizo en la cruz. Esta es la gran verdad que celebramos.

3. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, los mártires han fecundado la vida de la Iglesia y del mundo desde el derramamiento de su sangre. Ellos han realizado lo que decía San Pablo: completar en su carne lo que falta a la pasión del Señor.

Sabemos que sólo Dios salva, pero también sabemos que Cristo vive en el cristiano y el cristiano es un Cristo viviente. Con nuestras buenas obras, si entregamos nuestra vida por el Señor, generamos vida con Cristo a favor de otros hermanos.

Con asombro y dolor, la Iglesia ha ido viendo de cerca cómo muchos de sus hijos han sido entregados a la muerte por seguir a su Maestro. Murieron con paz y fortaleza, contentos y dispuestos a correr la misma suerte que su Amado.

Y si la Iglesia del primer milenio fue la Iglesia de los mártires, que la hicieron fecunda y le proporcionaron la fuerza necesaria para su crecimiento, también al final del segundo milenio, la comunidad cristiana ha vuelto a ser una Iglesia de mártires, como escribía el Beato Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Tertio millennio adveniente (n. 37).

La historia de su ser martirial continua y continuará. Ello debe llenarnos de esperanza en su futuro. El creyente ve en todo ello que Dios está con nosotros, y que muchos de nuestros hermanos, mártires y santos, coronados ya en el cielo, oran por nosotros y con nosotros, para que nuestra evangelización sea fecunda y continúe llegando a todos la salvación del Hijo de Dios; Jesucristo.

Los Obispos españoles escriben en este sentido, al referirse en el Plan Pastoral abierto para los próximos años, y a este gran acontecimiento eclesial en cuánto «La Iglesia que peregrina en Espala ha sido agraciada con un gran número de estos testigos privilegiados del Señor, que son grandes intercesores y un estímulo muy valioso par la profesión de la fe íntegra y valiosa…»

Debe llenarnos de esperanza, por tanto, el que los nuevos mártires de la Iglesia de Jaén, interceden por nosotros ante al trono de Dios y que ahora sonrían, tras de las trágicas horas finales que pasaron en su vida terrena.

4. Podemos preguntarnos ¿cómo estos siete hermanos nuestros, como tantos otros, soportaron los suplicios del martirio? ¿Dónde sacaron sus fuerzas?. Nuestra respuesta no puede ser otra que su íntima unión con Cristo.

Pensemos que el Martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una llamada de Dios. El martirio es un don y una gracia personal, que nos hace capaces de entregar nuestra vida por amor a Cristo y a su Iglesia, para la salvación del mundo junto a Cristo salvador.

Impresiona fuertemente en los últimos momentos de la vida del mártir la serenidad y valentía sobrehumanos a la hora de afrontar sus sufrimientos y la muerte misma. Allí está claramente presente «el poder de Dios» que se manifiesta en la debilidad del mártir. En Él pone toda su esperanza y no le abandona.

Sin embargo debemos también subrayar que esa fuerza y gracia de Dios no sofoca o disminuye la libertad de quien afronta el martirio, sino al contrario, la enriquece y la exalta más aún. El mártir es una persona sumamente libre que sabe y está dispuesto a entregar su vida a Dios. En un acto supremo de amor, de fe y esperanza se abandona en manos de su Creador uniéndose de forma plena al sacrificio de Jesucristo en la cruz.

San Agustín escribe que «ciertamente la grandeza de los mártires está en su maravillosa unión con Cristo. ¿Cómo podrían haber triunfado los mártires, escribe, si en ellos no hubiera vencido aquel que afirmó: Tened valor, yo he vencido al mundo? El que reina en el cielo, continua, regia la lengua y la mente de los mártires, y, por medio de ellos, en la tierra vencía al diablo y, en el cielo, coronaba a los mártires. ¡Dichosos los que así bebieron este cáliz!» (San Agustín, Sermón de la fiesta de Fructuoso…)

5. Merece que destaquemos la entrega de nuestro Obispo mártir, D. Manuel Basulto Jiménez. Como el Buen Pastor dio la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11). Llegó a Jaén no a ser servido sino a servir y se hizo grano de trigo molido para todos. Anunció la verdad y murió por ella.

Caminó hacia el martirio con su anillo de pastor, llevando a esta Iglesia, su esposa, para presentarla en aquellas difíciles circunstancias ante su esposo Jesucristo. Su martirio fue la última misa por su pueblo, agradable a Dios, sin duda, como ninguna otra. Por estas naves comenzó su introito preparatorio que culminó a la salida de aquel tren que le condujo a la plenitud de su última eucaristía. Su bendición final fue uno a uno a quienes iban a morir. Dichoso final de la vida de nuestro Pastor, mártir ya para siempre. Repetiría en su interior las palabras del Evangelista: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10, 28).

Dado que tendremos celebraciones concretas por cada uno de los demás mártires quisiera también destacar en esta Eucaristía la fidelidad de su Vicario General y Deán de esta Catedral: D. Félix Pérez Portela. Si la vida del sacerdote es un servicio incondicional de amor por sus fieles, D. Félix lo manifestó en la per
sona de su Obispo en aquellas difíciles circunstancias. Pudo hacerlo pero se negó a dejarle solo. Su gesto de amor le honra y habla por sí solo de su grandeza. Un amor a lo grande, al estilo de Dios, de quien se olvida de sí mismo y se entrega por completo al otro. No pudo con él el desaliento o el miedo, por eso su memoria permanecerá también entre nosotros para siempre, unida a nuestro obispo mártir. ¡Una pena desconocer dónde reposan sus reliquias, para haberlas situado junto a su Pastor!.

Bien podemos aplicarles a todos las palabras del libro de la Sabiduría (3, 1-9): «La gente insensata pensaba que morían… pero ellos esperaban seguros la inmortalidad»… recibirán grandes favores porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí».

6. Nunca se sabe pero lo más probable es que sobre nosotros no llegue esa gracia especial del martirio, aunque debamos estar dispuestos para ello. Sin embargo, con palabras del Papa Benedicto XVI, debemos valorar en mucho nuestro martirio incruento, el martirio de vivir nuestra fe en todas sus circunstancias, en el día a día. Esto conlleva tomar nuestra cruz y entregarnos con fidelidad a lo que Dios ha puesto en nuestras manos, sin rehuir contrariedades, sufrimientos, enfermedades y hasta las vejaciones que nos pueden llegar.

Todo ello no deja de ser un martirio incruento. Así daremos respuesta a las palabras del apóstol Santiago que hemos escuchado: «Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman» (Sant 1, 12).

Termino mis palabras con una frase de San Clemente de Alejandría, cuando escribe a este propósito: «Quienes ponen en práctica los mandamientos del Señor dan testimonio de él en toda acción, pues hacen lo que El quiere e invocan fielmente el nombre del Señor» (Stromata IV, 7, 43.4. París 2001, 130).

7. Con palabras del Cardenal Amato SDB, en la Homilía del acto de Beatificación de los mártires españoles del s. XX, pedimos ante el Señor que sean entre nosotros «mensajeros de la vida y no de la muerte, sean nuestros intercesores para una existencia de paz y fraternidad». Que María Santísima, Reina de los mártires, sea auxilio y ejemplo de los cristianos. Amén.

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