Misa Crismal

Homilía del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo, en la Misa Crismal.

Saludos.

1. Dos motivos muy importantes nos reúnen en esta solemne celebración anual a la mayor parte del presbiterio diocesano con su Obispo, a buen número de personas consagradas y una numerosa representación de seglares de nuestra Iglesia de Jaén.

El primer motivo es la celebración, anticipada, de la institución del sacerdocio en aquella Última Cena del Cenáculo de Jerusalén. Hacemos presente la institución por Jesucristo del Sacramento de la Santísima Eucaristía y el mandato a sus discípulos de hacerlo para siempre en conmemoración suya. Recordamos y celebramos también los sacerdotes nuestra ordenación por la que fuimos constituidos ministros del Señor, para representarlo como cabeza y esposo de la Iglesia, maestro, sacerdote y pastor.

El segundo motivo que nos reúne es la celebración de la Misa Crismal en la que el Obispo bendice los óleos y consagra el crisma, que serán distribuidos y utilizados en esta Catedral y en las Parroquias de la Diócesis hasta el martes santo del año 2011, en las celebraciones, como bien sabemos, de determinados sacramentos y otras celebraciones litúrgicas.

 

Año sacerdotal: oración por los sacerdotes.

2. Su Santidad, Benedicto XVI, no ha querido dejar pasar la oportunidad del aniversario de los ciento cincuenta años de la muerte del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, y convocar el año sacerdotal, que estamos celebrando, con el fin de recordar a sacerdotes y fieles la importancia del sacerdote en la vida de la Iglesia, en medio de la cultura del relativismo, secularizado y laicista.

 

Motivos de la celebración.

Este año no puede quedar para nosotros, queridos sacerdotes y fieles, en un grato recuerdo de un acontecimiento, o en la culminación de unos actos programados, sino llegar hasta el núcleo de los objetivos que nos señalaba el Papa en su convocatoria: que todas las celebraciones de este año contribuyeran a la renovación interior del sacerdote y a ofrecer un verdadero testimonio evangelizador (cf. Carta de convocatoria del año sacerdotal, de 16 de junio de 2009); lograr que se perciba cada vez más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea (cf. Discurso a la Congregación para el Clero, de 16 de marzo de 2009); que las familias cristianas se conviertan en pequeñas Iglesias, en las que se puedan acoger y valorar las vocaciones y todos los carismas regalados por el Espíritu Santo (cf. Oración para el Año Sacerdotal, de Benedicto XVI).

Hoy es una fecha muy apropiada, y la del próximo Jueves Santo, para orar y dar gracias por el sacerdocio en la Iglesia y por sus sacerdotes. Decía el Santo Cura de Ars que “el sacerdote no podrá comprenderse bien, sino en el cielo”.

 

“Es un hombre, decía también, que ocupa el puesto de Dios, un hombre que está revestido con todos los poderes de Dios.”

 

Profetas, configurados con Jesucristo sacerdote.

3. El Señor, por medio del profeta Isaías, en la primera lectura de esta liturgia nos anuncia y promete “vendar los corazones desgarrados”, “consolar a los afligidos”, “cambiar su traje de luto en perfume de fiesta”, “su abatimiento, en cánticos”.

 

Por su parte, Jesús, nos narra el Evangelista San Lucas, que a la vista de las mismas palabras de Isaías, se proclamó el Ungido y Enviado: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido y enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista. Para dar la libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor… Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír.”

 

Cada uno de nosotros, hermanos y amigos sacerdotes, podemos aplicarnos, con toda verdad y en todo su alcance, estas palabras que acabamos de proclamar.

 

Un día lejano ya para algunos y más o menos próximo para otros, todos fuimos consagrados por el Espíritu Santo y hechos partícipes de la consagración y misión de Jesucristo. El obispo, que nos impuso las manos y pronunció la fórmula consecratoria, nos introdujo en el Santuario del sacerdocio ministerial. Desde entonces podemos anunciar el Evangelio con la autoridad de Jesucristo, renovar en su Nombre y Persona el sacrificio de la redención, perdonar los pecados, edificar la comunidad.

 

Gracias a esta consagración del Espíritu, nuestro sacerdocio no es una realidad transitoria, sino configuración imborrable y eterna, ontológica de todo nuestro ser con Cristo. Todo ello nos capacita y confiere una “potestas sacra” para ejercer la misma misión de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Independientemente de nuestra fidelidad y correspondencia, el sacerdote “es” y “no puede dejar de serlo”, sacerdote de Jesucristo.

 

Recordemos las palabras que se nos dijeron en el rito de ordenación: “Date cuenta de lo que haces, imita lo que celebras y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo Señor”.

 

Días de profundo agradecimiento

4. ¡Gracias, Señor, por el don del sacerdocio! Decía el Santo Cura de Ars que “si el sacerdote estuviera verdaderamente penetrado de la grandeza de su ministerio, difícilmente podría vivir…”. “No hay nada en el mundo, decía asimismo, más feliz que un sacerdote. Pasa su vida viendo que se ofrece a Dios. El sacerdote sólo ve esto.”

 

¡Ojalá vivamos siempre los sacerdotes como lo hizo San Juan María Vianney! Invocamos para ello su intercesión, pero seamos cada día más conscientes del don de nuestro sacerdocio, de que, sin ser los únicos, ni los mejores, Jesucristo nos llamó porque él así lo quiso. Cuando se fijó en nosotros, y, de mil formas nos invitó a seguirle conscientes de nuestras limitaciones y pobrezas, él ya sabía de antemano que la calidad de nuestra respuesta no sería tan grande ni tan digna como era el don. Aun así, confió en nosotros y quiso contar con nosotros. Conscientes de todo ello, esta celebración y la jornada del Jueves Santo, son buenas ocasiones para entonar, desde lo más profundo del corazón, nuestro personal Magnificat y el Te Deum laudamus.

 

Dijo el Santo Padre Benedicto XVI al clero romano hace pocos días: “Nadie se hace sacerdote a sí mismo; sólo Dios puede traerme, puede autorizarme, puede introducirme en la participación del misterio; sólo Dios puede entrar en mi vida y llevarme de la mano” (Audiencia al Clero romano, 18 de febrero de 2010)

 

Puede el tentador acercarse en algún momento o situación para decirnos: pero, ¿aún crees que vale la pena seguir siendo sacerdote con todas las consecuencias? ¿Por qué empeñarte en algo en lo que cada vez menos hacen caso? Sería la misma tentación que tantas veces se le presentó a Jesús, en el desierto, en su vida pública, en el Huerto de Getsemaní y hasta en la Cruz: “si eres Hijo de Dios… di que estas piedras… baja de la cruz y creeremos en ti.” Un Mesías temporal, acogido y coreado por la opinión pública de su tiempo. Pero optó por el camino de la cruz, y pasó por la muerte para unirlas a su triunfo redentor. Nuestros caminos y recorrido son idénticos, si queremos ser consecuentes.

 

Renovación de compromisos.

5. En este día, juntos, renovamos nuestros compromisos e ilusiones sacerdotales. Los que tenemos más años sabemos que la vida del sacerdote no es siempre un mar tranquilo y placentero, sino más bien lo contrario. Una y otra vez aparecen las olas de la incomprensión, los fracasos personales, el desaliento, la crítica y hasta la calumnia. Sufrimos todos el zarpazo progresivo de la secularización, difamación a nuestro ministerio, el empeño constante por desprestigiar al sacerdote.

 

¡Cómo se me va a ocurrir pensar en ser sacerdote!, decía no hace mucho un joven, “si no les quiere nadie”. Ha penetrado en el entramado social, ciertamente, un sentido muy acusado de su irrelevancia e insignificancia, de su no necesidad para nadie o para muy pocos.

 

Somos también testigos de la deserción de no pocos cristianos en nuestras comunidades y observamos, con dolor, que no acertamos a que germine la semilla en los corazones, como deseamos e intentamos.

 

Por todo ello, con más fuerza y esperanza que nunca, debemos caminar, cada día que amanece, íntimamente unidos a quien nos llamó y de quien nos fiamos por completo. Es la hora de la fidelidad: “Fidelidad a Cristo y fidelidad del sacerdote”. Es el lema que con sumo acierto, nos proponía Benedicto XVI a los sacerdotes como de permanente reflexión en este año.

 

Es hora de saber esperar, de entregarnos con máximo empeño al ministerio; de actualizar y revisar nuestro espíritu misionero; de ser testigos sencillos y transparentes de Jesucristo; de celebrar la Eucaristía cada día con más amor, preparación y acción de gracias; de pasar largos ratos mirando al Sagrario; de caminar con alegría en el corazón, pase lo que pase; de esperar en el confesonario; de buscar con más ahínco vocaciones sacerdotales; de visitar a los enfermos, acompañar al que sufre, acoger a todos los que se acerquen a nosotros…

 

Es la hora también de acrecentar con hechos y respuestas la cercanía y comunión entre nosotros, desde la íntima fraternidad sacramental que nos mueve a querernos y apoyarnos con cariño humano y sobrenatural. Somos verdadera familia.

 

Para que nuestro sacerdocio nos llene por completo y nos haga felices no hay otro camino que vivirlo con pasión, sin medias tintas y no huyendo de responsabilidades. Quien regatea esfuerzos, quien vive para sus comodidades y egoísmos, no puede ser feliz. ¿Cómo va a contagiar alegría y felicidad para que otros le sigan?

 

Estilo sacerdotal. Ser siempre sacerdote.

6. En nuestras acciones y en nuestras palabras nos manifestamos como somos. El lenguaje, comportamientos y acciones de cada uno revelan nuestra identidad y esta identidad en el sacerdote será siempre y en todos los sitios “ser sacerdote”, “modelo del rebaño que se le ha confiado”.

 

“Aquel que nos amó, hemos escuchado en el libro del Apocalipsis, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.” Nos ha transformado ¡hecho sacerdotes de Dios! No nos cansemos de entonar: “A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.”

 

Lo sabemos bien todos. Sólo desde el trato constante y amoroso con Jesucristo, se alcanza ese estilo nuevo en nuestro ser sacerdotal. “Dejarse conquistar totalmente por Cristo”, nos decía Benedicto XVI en su homilía el día de la inauguración de este año sacerdotal. “Para ser ministros al servicio del Evangelio, nos decía también en aquella ocasión, es ciertamente útil y necesario el estudio, una esmerada y permanente formación teológica y pastoral, pero más necesaria aún es la ciencia del amor, que sólo se aprende de corazón a corazón.”

 

Las promesas sacerdotales nos recuerdan este constante compromiso.

7. Dentro de unos momento
s, en presencia de Dios y ante su Iglesia, renovaremos los compromisos siempre vivos que pronunciamos el día de nuestra ordenación.

 

Me emociona profundamente escuchar la convicción, el fervor y la fuerza con que lo hacéis año tras año. Es un acto siempre nuevo y, si cabe, este año lo haremos con renovada entrega. Si os sirve de algo, sabed que cada día rezo por vosotros y que tengo la clara conciencia de que sois mis manos y pies en el desempeño del ministerio episcopal que Cristo me ha confiado. Gracias de corazón a todo el presbiterio. Rezad también por mí, como suplicaré a todos los presentes dentro de unos momentos.

 

La Iglesia necesita sacerdotes santos, testigos convencidos de su amor, para hacer de Cristo el corazón del mundo. Vamos a repetir con nuestras promesas: ¡Estamos dispuestos! ¡Ayúdanos!

 

Bendición de los óleos y consagración del crisma

8. Decíamos antes que el segundo motivo de esta celebración anual en la Catedral era la bendición de los óleos y consagración del Crisma, como materia de varios sacramentos y de otras acciones litúrgicas, a saber:

 

– Óleo para ungir a los catecúmenos que se preparan para recibir el sacramento del Bautismo y, por lo mismo, en su lucha contra el mal, como lo hizo nuestro Señor en su vida mortal. Esta unción enseña que la fuerza en esta lucha nos llega del Espíritu, al que hemos de invocar en el recorrido de la vida y permanecer unidos a él.

 

– El Óleo para la Unción de enfermos es bálsamo para las heridas que deja la vida, alivio en el dolor, medicina en la enfermedad, curación de los males del cuerpo y del espíritu. La Unción de los enfermos es un sacramento necesitado de catequesis que ayude a los fieles a descubrir su gran valor de sanación, sobre todo espiritual, y para infundir confianza en el creyente, ante su debilidad o enfermedad.

 

– El Santo Crisma, es la materia que se usa para los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal, así como para la consagración de Templos y mesas de Altar.

 

Suplicamos ante el Señor que el presente acceso a los santos óleos y al santo crisma, que hoy bendecimos y consagramos, constituya para todos nosotros un permanente recuerdo de este acto, y una llamada para actuar conforme a lo que significan: comunión, fortaleza, curación, alimento, suave olor de Cristo.

 

La Eucaristía, signo de comunión.

9. Siempre la Eucaristía es acción de gracias y fuente de unidad y comunión en la Iglesia. Hoy lo es, de forma especial como signo visible en esta magna concelebración del presbiterio con su Obispo, pero lo es siempre aunque la celebre un solo sacerdote, aun sin hacerse presente la comunidad. Que su celebración continúe sellando y acrecentando la comunión del presbiterio y de cada presbítero con su comunidad, de forma muy especial en este Año Sacerdotal.

 

Así se lo pedimos también a nuestra Patrona, la Santísima Virgen de la Cabeza, en este año jubilar, guía y ejemplo de respuesta al Señor, primer tabernáculo de Jesucristo sacerdote y, por eso mismo, Madre especial de los sacerdotes.

 

Que ella, presente una vez más ante su Hijo, Buen Pastor, nuestra súplica por los seminaristas y futuras vocaciones en favor de ésta su Iglesia. Que así sea.

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