Jornada Vida Consagrada

Carta Pastoral del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo López.

Año de la fe

«Signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo»

(Benedicto XVI, Porta Fidei, 15)

Queridos fieles diocesanos:

1. Nuestra Madre la Iglesia siempre ha estado muy necesitada de hombres y mujeres que lo sacrifican todo por seguir a Jesucristo. Ver de cerca a signos vivos de su presencia, junto a nosotros, como leemos en el lema elegido para la jornada de este año.

Desde los apóstoles hasta el día de hoy el Espíritu Santo ha movido con abundantes carismas esta entrega plena de bautizados, testigos de la luz nítida e inconfundible de la presencia de Dios en el mundo.

Quien analice con ojos de fe la realidad de la Iglesia se encontrará con cristianos y cristianas que siguen a su Maestro, Jesucristo, dejándolo todo por seguirle de por vida. Les llamamos consagrados: religiosos y religiosas, miembros de sociedades de vida apostólica, de institutos seculares, vírgenes y anacoretas.

Con toda razón la Iglesia dedica una jornada mundial anualmente para orar, reconocer y apoyar a estas vocaciones específicas. Será el próximo día 2 de febrero, Fiesta de la Presentación de Jesús con el Templo de Jerusalén (cf. Lc 2, 22-40).

2. Puedo asegurar ante los fieles que, desde mi contacto con las distintas comunidades de consagrados en la Diócesis, se evidencia y destaca en todos los grupos un denominador común: Jesucristo es su ideal único y definitivo. Apoyándose en su Palabra y en el alimento y presencia eucarística, gozan de una alegría interior y seguridad que transparentan sus ojos. No viven solos pues Cristo es quien llena sus vida y Él quien preside su Comunidad.

Con esta ocasión deseo animarles a pedir juntos ante el Señor para que renueven continuamente su unión con Cristo, porque solo así responderán a su llamada y proyecto. Que lejos de permitir que languidezcan o se apaguen sus lámparas, acierten a llenarlas cada día «del buen aceite». Que busquen solo a Dios como ocupación primordial para poder traslucir y trasladar a otros esa luz que ilumine a los demás fieles.

Que puedan expresar con San Pablo: «Mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20).

3. El Plan Pastoral diocesano nos invita a trabajar pastoralmente, durante este curso, «en familia como escuela de fe». Es la fe en el mismo Señor Jesucristo, que viven en común sus miembros en la familia religiosa. Pero no solamente eso, por admirable que sea en esa familia el testimonio creyente de sus vidas, si sus miembros no explican por qué viven así, quedará incompleto. La admiración de los demás quedará en un interrogante que no trasciende el muro de sus casas.

La vida de la comunidad religiosa, incluso siendo contemplativas, debe darse a conocer para que viendo sus buenas obras glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

La santidad del cristiano, de todo bautizado, guarda una relación intrínseca con su misión evangelizadora. Los discípulos de Jesús estamos llamados a la santidad, pero también a ser apóstoles.

En la hermosísima Carta del Beato Juan Pablo II. Redemptoris missio escribía, en el año 1990; «La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión» (n.90).

Aplicadas estas enseñanzas a los fieles consagrados tendríamos que decir, también hoy, que la Iglesia necesita de estas personas consagradas, para que sean con Cristo instrumentos vivos, evangelios vivientes de salvación. Que lleven a su encuentro al enfermo y anciano, al niño y al joven, a los fieles más necesitados del apoyo divino. Para esto les llamó también el Señor (cf. Lc 5, 11).

4. El reciente Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma el pasado mes de octubre de 2012, dedica en su Mensaje al Pueblo de Dios una preciosas palabras de gratitud a los Consagrados: «por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia». También nosotros las suscribimos al tiempo que nos sumamos a las de los Obispos sinodales que exhortan a los consagrados a vivir su esperanza «en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y a reafirmarse como testigos y promotores de la nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que les sitúan los carismas de cada instituto» (n.7).

Los consagrados conocen perfectamente la realidad de la Iglesia en estos momentos con importante cambios que afectan a la fe de no pocos bautizados, llenos de confianza, sin embargo, en el Dueño de la mies, solicitan nuevas vocaciones para la continuidad de sus ricos carismas. Nos unimos a su oración y juntos pensamos que nuestra fe «crece cuando se vive como experiencia de una amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y de gozo» (Porta fidei, 7).

Quien confía en Dios, nada pierde y «todo» se gana. Si alguien en su interior sintiera su inclinación a entregarle por completo su vida al Señor, que no tenga nunca miedo a hacerlo. Dios nunca defrauda al generoso. Le conduce, por el contrario, por cañadas y senderos insospechados a una muy especial intimidad. Ábrele la puerta.

Con mi bendición y saludo agradecido.

+ Ramón del Hoyo López

Obispo de Jaén

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