«Fomentemos la caridad»

Carta del obispo de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez

Para una conversión a la caridad
Normalmente me siento incómodo cuando percibo que no se ha entendido la verdadera motivación por la que hemos realizado alguna acción, aunque esta sea brillante y exitosa, si no se la sabe situar en el conjunto del devenir de la vida pastoral de la Diócesis. Esta sensación la he tenido con nuestra recordada FERIA DE LA FE. Cuando alguien se me acercaba con algún elogio, y yo notaba que, a todas luces, era superficial, de inmediato, sin restarle importancia y valor a lo que se ponderaba, solía aclarar el por qué lo habíamos hecho, cuál era su verdadera motivación y dónde había que situarla en la dinámica del Plan Diocesano de Pastoral.
En realidad, fue un evento, pero no aislado, que recogía el día a día de la vida pastoral de la Diócesis. El único alarde posible era el poner a la vista lo que éramos y lo que hacíamos habitualmente. En la Feria de la Fe decíamos: así somos, así queremos ser. De cualquier modo, poníamos de relieve juntos el «sueño misionero de llegar a todos». Todo lo hicimos con actitud de servicio.

Todo con actitud de servicio
Aunque tengamos razones más que suficientes para considerarnos unos privilegiados, nunca un hijo de la Iglesia puede andar por el mundo con aires de superioridad y considerándose más y mejor que los demás. Eso contradice el corazón mismo Jesucristo y de su Evangelio. Por eso, «ruego encarecidamente que nadie vea en lo que hoy hemos expuesto, tan cuidada y bellamente, un alarde de nada; solo queremos que sea una muestra de nuestro servicio[1]. Lo que hacemos los discípulos misioneros de Jesucristo es siempre servicio, y nada más que servicio». Es así como el cristiano evangeliza, cuando da lo que siente y vive.

Cada parroquia una misión. Cada cristiano un misionero
Vuestro Obispo decía en aquella ocasión y en otra anterior, en Plasencia: «Como dijo Benedicto XVI en Porta fidei: “La fe solo crece cuando se vive como una experiencia de amor que se recibe y se comunica como una experiencia de gracia y gozo” (Pf 7). La fe, la vida de fe, hay que comunicarla, hay que compartirla… La vida comunitaria es para compartir y fortalecer unidos lo que somos; pero luego necesariamente hemos de salir para entrar en los ámbitos casi siempre difíciles de nuestro entorno, en los que muchas veces solo encontramos incomprensión y rechazo. No podemos salir de aquí sin el compromiso de llevar nuestra vida cristiana allí a donde más se necesite nuestro testimonio y nuestro servicio».
En la Feria de la Fe, que celebramos juntos el 19 de octubre de 2019, también os decía: «Hoy mostramos que todo lo que somos y hacemos radica en una fe que tiene su origen en la paternidad de Dios y en la maternidad de la Iglesia. En este pueblo en camino y unido, que es nuestra Diócesis de Jaén, Jesucristo nos ha dejado todo lo que recibió del Padre, para que vivamos en los dones del Espíritu Santo. Esos dones que elevan, dignifican y enriquecen todo lo humano, es lo que la Iglesia tiene para dar, para comunicar, para anunciar, para irradiar por el mundo el amor de Dios, el Evangelio de Jesucristo»[2].

En una Iglesia disponible para sembrar
Cuando pasábamos por la exposición veíamos a una Iglesia que es pobre, pero está viva. Pudimos comprobar que, en el Plan Diocesano de Pastoral, confeccionado entre muchos y con un sentido sinodal, nuestra Diócesis había sabido buscar y encontrar cuanto hoy se puede ofrecer a los hombres y mujeres en su búsqueda de bien, de bondad y de verdad. Vimos, en aquella magna exposición, que nuestra Iglesia de Jaén está disponible para sembrar Evangelio en el corazón y convencida de que se puede llegar a los que están más alejados, son indiferentes o viven al margen de Dios y de Jesucristo, aunque ni el Padre, ni el Hijo ni el Espíritu estén lejos de ellos.
Se pudo comprobar, en los diversos espacios de la exposición, que la Iglesia de Jaén quiere llevar a cada cual lo que demandan sus necesidades: a unos la Palabra misma de Dios; a otros el calor de la fraternidad; a cuantos lo deseen les invita a celebrar la alegría de la fe; a otros les invita a acercarse a la gracia que libera por el perdón. En definitiva, a todos quiere llevarles el apoyo que puedan estar buscando. Allí no nos olvidamos de nadie, ni de los niños ni de los mayores. Nos acordamos también de las familias en sus muchas situaciones, ilusiones, gozos, pero también en sus dificultades y problemas; a los jóvenes los vimos con la predilección que siempre tienen para el Iglesia sus empeños y luchas por fraguarse un futuro, pero también los miramos con tristeza por sus vacíos, desencantos y fracasos.

Aprendimos a sentir con Cristo
Mostramos que nos preocupa todo lo que es pobreza, descarte, exclusión; de un modo especial miramos, con dolor, al inmenso colectivo de los más descartados y excluidos en nuestro mundo, que no son otros que los millones de inmigrantes. Nos dolimos de los problemas de nuestra tierra, sobre todo el del paro, y en especial el juvenil. Nos preocupa mucho la desigualdad de oportunidades en nuestra región andaluza, porque afectan especialmente a los giennenses, por eso sentimos que Jaén merece más. Mostramos nuestra preocupación por la salud del planeta y esta Iglesia quiere ser un espacio de reflexión sobre sus problemas, como nos ha pedido el Papa Francisco en Laudato si´. Todo lo mostrábamos porque queríamos decir que estamos aprendiendo a sentir por Cristo, con él y en él; y, por eso, el nuestro es siempre un sentir con esperanza.

Con imaginación de la caridad
Justamente, esta última parte de mi reflexión en la homilía de la Eucaristía en la que concluíamos la Feria de la Fe, es la que este año pastoral nos ocupa, el servicio de la caridad. Antes hemos ahondado en las otras dimensiones de nuestra vida cristiana. En este curso pastoral, tan especial, porque aún vivimos en tiempo de pandemia de la COVID-19, ya nos toca hacer lo que nos dice el Plan de Pastoral, con tono de recomendación: FOMENTEMOS LA CARIDAD. Yo, con mucho gusto, como lo hice hace cuatro años con nuestro Plan Diocesano, que pronto concluiremos, la acojo y la hago mía para recomendaros, como vuestro obispo y pastor, que cada uno y todos juntos hagamos cuanto haya que hacer para que la Iglesia, en este lugar bendito, en el que el amor de Dios nuestro Señor nos ha constituido como Iglesia y semilla del Reino, fomente siempre, y en todo, la caridad.
Como veréis enseguida, buenos deseos no nos faltan; la riqueza de todo el proceso hasta llegar a este Plan de acción que nos proponemos, ha sido mucha. Caminando, como siempre hacemos, en sinodalidad, el elenco de sugerencias es riquísimo. Seguramente, no está todo, pero, a simple vista, se pude afirmar que entre nosotros ha funcionado perfectamente la «imaginación de la caridad», a la que se refería el Santo Papa San Juan Pablo II: «Es la hora de un nueva “imaginación de la caridad”, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno» (Novo millennio ineunte, 50).

Un Plan bien construido
A mi entender, lo hemos hecho bastante bien; se recoge mucho y casi todo. En las páginas, llenas de contenido para nuestra acción, hay unas intenciones claras y unos ámbitos en los que hemos de ajustar cuidadosamente nuestras acciones, para que la caridad llegue a todos y en todo. No hay más que echarle una mirada rápida a los títulos de cada capítulo para que nos demos cuenta de que nuestro marco para la reflexión y la acción ha sido muy bien construido:
1. Reavivar y fortalecer la estructura de Cáritas.
2. Ahondar el proceso formativo de los miembros de los equipos de Cáritas.
3. Promover la acción y la experiencia espiritual profunda de los equipos de Cáritas.
4. Coordinar los colectivos y grupos dedicados al servicio de los pobres o a la pastoral social.
5. Conocer los otros servicios diocesanos que forman parte, junto a Cáritas, de la Vicaría de Caridad, y hacer uso de ellos para completar la acción social en la parroquia.
Cada uno a lo suyo y compartiendo entre todos el mismo Espíritu
Hago referencia, ahora precisamente, a este quinto capítulo, porque tenemos que cuidar mucho que todo lo que la Diócesis promueve y anima ha de hacerse en comunión; cada uno haciendo lo que tiene encomendado, sin rivalidades ni invasiones de campo del otro, sino en la sinergia más auténtica, la que ponga de relieve que hay diversidad de dones y de carisma, pero hay un mismo Espíritu.
Por eso os recuerdo, en titulares, cuales son estos servicios diocesanos:
• Pastoral de la salud
• Pastoral con migrantes
• Atención especial a los temporeros
• Pastoral Penitenciaria
• Sensibilidad ecológica con la Cátedra «Laudato si´»
• Presencia y servicio eclesial en barrios y poblaciones de especial marginación
• Difusión de la Doctrina Social de la Iglesia
• Pastoral de la carretera

Como manifestación del amor de Dios
Permitidme que os diga que vuestro servicio nunca puede entenderse como una marca de calidad, por mucho prestigio social que pueda adquirir. Siempre es manifestación del amor de Dios por los pobres de la tierra. Lo que hacemos asume la preocupación básica de Dios en la construcción de su Reino, en el que la opción fundamental de su corazón son los pobres. «El amor —“caritas”— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en dios, amor eterno y verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Caritas in veritate, 1).

Superando inercias que nos paralizan
Situar nuestro Plan de Pastoral en el servicio de la caridad, significa mucho más que pensar juntos en objetivos y acciones a realizar el próximo año en nuestra Diócesis. Por mi parte, deseo que tenga la mejor organización, que cuente con los mejores y más formados voluntarios y que se haga con el mayor rigor posible. También deseo que se rompan las inercias que nos llevan a hacer siempre lo mismo, a pensar lo mismo de las pobrezas de la gente e incluso a desconfiar lo mismo de los que acuden a nuestros lugares de acogida. «La intervención de la iglesia se deforma cuando la técnica social es lo único que inspira su actuación. La comunidad cristiana expresa el amor de Dios de múltiples modos. Por ello es preciso cuidar la motivación y finalidad de su acción» (Conferencia Episcopal Española, La caridad de Cristo nos apremia, 38).

En el seno de la vida comunitaria
Es esencial poner de relieve en todo cuanto proyectemos y hagamos, que quien promueve y actúa en las comunidades cristianas cualquier misión o tarea, lo hace en nombre de todos y recogiendo la sensibilidad de la fe comunitaria, aunque algunos, de forma específica, hayan recibido del Espíritu esta sensibilidad especial para el servicio.
Si no lo hacemos así, nunca manifestaremos con claridad que la caridad nace de una unidad de fe y de vida, que tiene entusiasmo misionero y la celebra en el Misterio Pascual de Cristo en la Eucaristía Dominical. La caridad necesita para ser creíble, que tenga su proyección en el encuentro de Cristo en el hermano pobre y necesitado. «Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia»” (DCE 25).

La caridad sella la totalidad de la experiencia cristiana
Todos, sea cual sea nuestra responsabilidad en la comunidad cristiana, hemos de entender y vivir la sintonía necesaria de la caridad con las otras expresiones de la vida cristiana. Os recomiendo, por tanto, que tengamos muy claro en nuestra reflexión que la caridad pertenece a la vida cristiana y es esencial en ella. Os recuerdo, por si os ayuda, lo que os decía en la carta, en la que recomendaba justamente el trabajo que ahora ve la luz y os presento:
«En ocasiones le preguntamos a los cristianos, o bien en confesión, o en la predicación o en diálogos personales: ¿rezas? ¿Valoras la misa del domingo y participas? ¿Te confiesas de tus pecados? ¿Vives fraternalmente tu fe y la compartes con otros miembros de tu comunidad? Si a todo eso dices que sí, pero no sabes decir si ayudas a tus hermanos los pobres y si no te sientes llamado a colaborar con todas las causas sociales que pidan nuestra aportación, te falta algo esencial. Quizás esta batería de preguntas sobre la vida cristiana, debería de comenzar siempre por una: ¿prácticas generosamente la caridad?, ¿tienes en cuenta las obras de misericordia? Porque si no haces eso, probablemente, todo lo demás tenga poco fondo y autenticidad».
También, deberíamos tener claro que, sin las otras manifestaciones de la vida cristiana, como una fe profunda y bien formada; una participación consciente en la vida sacramental; y una experiencia de comunión y fraternidad, a la caridad le faltaría la fuerza y la verdad que necesita para hacer su servicio de amor a los demás según el corazón de Cristo, al que reconocemos en la vida de los pobres.

La caridad evangeliza
Os pido, pues, que, a partir de estos criterios, pongáis todos vuestros talentos espirituales, los que nos da el Espíritu Santo, en favor de un enriquecimiento de la vida de nuestra Iglesia diocesana en el servicio de una caridad que evangeliza. Seamos conscientes de que desde que la fe entra en nuestro corazón ya nos pone en una onda social: «El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad» (EG 177).
Invoco la presencia de la Madre del Amor Divino, ese que nos dejó su huella encarnada pasando entre nosotros y haciendo el bien a todos, con predilección por los más pobres.

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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