“El diácono, custodio del servicio en la Iglesia”

Carta del obispo de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez

Queridos todos:

Afortunadamente este acontecimiento lo estamos repitiendo año tras año. Démosle gracias a Dios por tener la oportunidad de celebrarlo en el día de la Iglesia diocesana.

En esta ocasión, tres jóvenes seminaristas han solicitado ser ordenados diáconos de la Santa Madre Iglesia; y a mí, como obispo, una vez oído el parecer de sus formadores y de cuantos les conocen más de cerca, en especial el de sus profesores, el de sus párrocos y el de algunos miembros significativos de su comunidad parroquial, me han animado a no temer y a concederles lo que anhelan. Me aseguran todos que estos jóvenes, a pesar de estar aún en periodo de formación, quieren ser servidores del Pueblo de Dios, para ofrecer, con toda su vida el amor del Señor, luz de las gentes.

Hoy, al recibir el diaconado, entran en el sacramento del Orden, que los configura con Cristo que se hizo diácono, es decir, servidores de todos. Escucharéis que desde hoy serán ministros del altar: proclamarán el Evangelio, prepararán el Sacrificio, repartirán a los files el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por encargo del Obispo, a cuyo ministerio quedarán vinculados, exhortarán a los fieles enseñándoles la doctrina santa, presidirán las oraciones, administrarán el Bautismo, asistirán y bendecirán el Matrimonio, llevarán el Viático a los moribundos y presidirán los ritos de exequias. Pero no lo olvidéis nunca: los diáconos se crearon para el servicio, el diácono no es para el altar, es siempre para el servicio. Es el custodio del servicio de la Iglesia. Cuando a un diácono le gusta ir mucho al atar, se equivoca. Ese no es su camino (Papa Francisco). Por eso, los diáconos no han de olvidar nunca que su tesoro son los pobres, como lo eran para San Lorenzo, diácono mártir y modelo del diaconado. Están llamados, por tanto, de un modo esencial, a ejercer el servicio de la caridad. La manifestación del discipulado del diácono es ser al modo de Jesús, que vino a servir y no a ser servido.

Celebramos este acontecimiento en la víspera del domingo XXII del tiempo ordinario y hemos sido iluminados por la Palabra amiga del Señor, que se revela caminando con nosotros. Hoy nos ha dicho que siempre es fiel, que siempre siembra y riega la esperanza en el corazón de todo hombre. Nos dice el Señor que su fidelidad siempre será nuestro tesoro.

Este es un esencial mensaje que os fortalecerá a lo largo de toda la vida, queridos Francisco Javier, Antonio y Jesús: Dios es fiel y fortalecerá vuestra fidelidad con la esperanza de la vida eterna. En vuestro vivir, que ha de manifestar el ejercicio de nuestra misión, no dejéis nunca de ser testigos de esta esperanza que sostiene para la eternidad la vida del hombre. Caminando en esperanza, habréis de conformar vuestra vida con la de Cristo, más en concreto con su corazón. Como servidores de vuestros hermanos, el vuestro siempre estará impregnado, como el suyo, de caridad pastoral. A estas alturas de vuestra formación sacerdotal, ya sabéis que el primer y esencial rasgo de la caridad pastoral es la participación en la caridad de Cristo, una participación en el amor del pastor, propio de Jesucristo. Por eso, todo servicio pastoral que realicéis es un amoris officium. Se pueda decir que a caridad pastoral es “el principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del obispo, el presbítero y el diácono”.

Para que ese corazón se vaya conformando habréis de ponerlo a disposición de la gracia y de la acción de la Iglesia, que le irá dando la forma y el fondo que necesita en cada momento. Hoy, al recibir el diaconado, lo que se os ofrece es que todo en vosotros, a partir de ahora, adquiera la forma de servicio. Sin embargo, en la conformación de un corazón sacerdotal, quiero también recordaros que el celibato que os comprometéis a vivir, es un signo luminoso de la caridad pastoral y de un corazón indiviso. Porque con la castidad el amor por Jesús adquiere un significado singular para vuestra vida. Por el celibato sólo y siempre es el amor de Cristo la fuente y el modelo con el que repetiréis día a día el SI a la voluntad del Señor, que os ha llamado y elegido y os ha traído hasta aquí, y os llevará como sacerdotes hasta el final de vuestras vidas.

Entre lo nuevo, que a partir de ahora va a marcar vuestra existencia, os recuerdo también la oración cotidiana de la Liturgia de las Horas, que constituye una tarea esencial del ministerio ordenado en la Iglesia. Por ella se extiende día a día por vuestra vida la Eucaristía, que la centra; por ella os unís especialmente al Señor vivo en el tiempo.

Cuidad vuestro corazón sacerdotal, cuidadlo bien, pero sin olvidar nunca que no hay la más mínima oposición entre el bien de vuestra persona y de vuestra misión. Recordad que la caridad pastoral es la que da unidad a vuestras vidas en todo lo que somos y hacemos. Una relación íntima con Dios en la oración es para vivir más intensamente el don total de uno mismo para el rebaño (Benedicto XVI).

Por eso, me vais a permitir una recomendación especial, para que en este periodo de diaconado, antesala de vuestra ordenación sacerdotal, apuntaléis vuestro corazón en tres cosas: la unión con Dios, el bien de la Iglesia y el bien de la humanidad. Procurad que vuestro corazón joven sea una sinfonía de fe vivida.

Pedidle al Espíritu Santo, también yo lo haré, y se lo recomiendo a los fieles que os acompañan, que os dé un corazón nuevo que os haga ilusionaros cada día con el Sacramento recibido y con la misión que se os encomienda; que el vuestro siempre sea un corazón alegre. Por el amor de Dios, no envejezcáis ni caigáis en la tristeza y el desencanto prematuramente, como a veces le sucede a algunos ordenados, que fueron con una ilusión enorme y al poco tiempo se perdieron en el frío bosque del pesimismo y de la rutina de una vida sin horizontes.
Desead también en el Espíritu un corazón puro capaz de amar a Cristo con una amor exclusivo y total, con un amor que se proyecta en vuestra vida, para que améis a los que el ama, en especial a sus preferidos, los pobres.

Todos nosotros le pedimos hoy al Espíritu Santo que os de un corazón grande, un corazón que nunca se deje empequeñecer con ambiciones mezquinas y con apetencias humanas. Al contrario, que sea grande por el deseo de igualar vuestro corazón con el de Jesús, que siempre es inmenso porque contiene dentro de sí las proporciones de la Iglesia, las dimensiones del mundo. Porque es para amar a todos, para servir a todos, para sufrir por todos.

Esto que os propongo es posible y deseable, querido diáconos. La gracia del Sacramento qué vais a recibir os enriquecerá y os ayudará a aceptar y a afrontar el precioso sueño de esta nueva vida. San Pablo VI, siendo arzobispo de Milán, decía de lo que hoy seguramente os está sucediendo a vosotros por la ilusión que habéis puesto en vuestra ordenación de diáconos: Comienza una nueva vida: un poema, un drama, un misterio nuevo, fuente de perpetua meditación, siempre objeto de descubrimiento y de maravilla; siempre es novedad y belleza para quien le dedica un pensamiento amoroso, es reconocimiento de la obra de Dios en vosotros (Homilía, 21 de junio de 1958).

Seguro que este bello texto os ha sugerido enseguida la belleza de espíritu del corazón de la Madre, que ha de ser vuestro aliento y modelo al comenzar esta nueva vida. Os hablo de María, la que abrió su corazón y por eso manifestó con belleza y alegría: Proclama mi alma la grandeza del Seños, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirada la humillación de su sierva (Lc 1,5-25). AMEN

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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