Saludo y Exhortación Pastoral del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo López, para el XXII Encuentro con las cofradías y hermandades diocesanas.
INTRODUCCIÓN
“Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad alegres. Que nuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.” (Filp 4, 4). “Daos cuenta del momento que vivís… ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.” (Rm 13, 11-12)
Con las mismas palabras del Apóstol de las Gentes, tomadas de la liturgia de este primer Domingo de Adviento, quiero saludar una vez más a tantos queridos fieles cristianos de esta Iglesia de Jaén, asociados en Cofradías, Hermandades y Grupos parroquiales.
Quiero animarles a vivir como nueva gracia y oportunidad, la preparación para las fiestas cristianas de la Navidad y recordarles, a la luz del Plan Pastoral diocesano para el presente curso, que EL COFRADE debe procurar, con renovada ilusión, ser MIEMBRO ACTIVO EN LA IGLESIA DE JAÉN.
Así figura también en su Estatuto Marco diocesano en que, refiriéndose a los fines de las Cofradías, puede leerse: “… en estrecha relación con la comunidad de fe y de culto, que es la parroquia en que radica, y consciente de que la confraternidad y solidaridad entre los miembros y de éstos hacia todos los demás debe marcar su vida durante todo el año, se produce como fines principales: formar humana y cristianamente a sus cofrades…, tratar que la espiritualidad, como estilo de vida, presida todas las actividades; manifestar públicamente su fe, de acuerdo con las normas de la Iglesia diocesana.” (Art. 4)
El hermano cofrade tiene, por tanto, como compromisos específicos, no sólo como bautizado: su formación humana y cristiana permanente; una espiritualidad propia, como fiel seglar asociado, y su compromiso de ser testigo de su fe en la Iglesia y en el mundo.
Les propongo, seguidamente, unas sencillas reflexiones sobre algunos aspectos de interés que puedan ayudarles a desarrollar ésta su vocación específica de laicos cofrades, como miembros activos en esta Iglesia diocesana del Santo Reino.
I. ¿DE QUÉ REALIDAD PARTIMOS?
a) En pocos años la sociedad española ha experimentado cambios muy rápidos debido a un conjunto de factores, como la fácil movilidad de las personas, el fenómeno progresivo de la inmigración, el creciente relativismo y secularización, el contraste de culturas debido a las nuevas técnicas en los medios de comunicación… Esta nueva realidad exige planteamientos nuevos en los proyectos pastorales y, en definitiva, la urgencia de una nueva evangelización.
Podemos comprobar al lado nuestro, sin ir más lejos, que no son pocos los que prescinden de Dios a la hora de organizar sus vidas. Sumidos en una evidente indiferencia religiosa, se han alejado de la comunidad de la Iglesia y, en vez de hacer frente al secularismo que nos envuelve a todos, no les importa dejarse arrastrar por esta corriente arrolladora y hasta favorecerla y justificarla en algunos casos.
Ha crecido también el individualismo religioso y, no pocos fieles católicos, viven su fe, diríamos, “por libre”. “Esto me interesa, lo otro no”. Soy yo quien construyo “mi moral”, “mi Iglesia”.
Por otra parte, podemos comprobar, asimismo, que un alto número de católicos se limitan, en su vida de cristianos, casi de forma exclusiva a sus prácticas religiosas o a ciertas actividades parroquiales o en sus grupos, pero no existe en ellos una verdadera relación entre fe y vida. No tienen conciencia misionera como enviados a evangelizar los ambientes en que se desenvuelven sus vidas, comenzando por su familia.
Se constata un distanciamiento progresivo de los cristianos respecto a las realidades sociales en que viven, incluso aunque se inculquen y contradigan verdades fundamentales del Evangelio de Jesucristo y del propio orden natural.
Todo este análisis, no exhaustivo, exige del hermano cofrade, redescubrir la importancia de su ser bautizado y asociado con otros hermanos en la comunidad eclesial de Jesucristo, conducida por su Espíritu, sumarse como testigos del Evangelio al desafío eclesial en favor de la nueva evangelización.
b) Debemos destacar, sin embargo, al mismo tiempo la fidelidad de muchos cristianos, asociados o no, a sus compromisos familiares, laborales y profesionales en la sociedad en que se desenvuelven.
Tampoco es menos cierto, y tenemos que destacarlo, que el despertar de un laicado coherente con su vocación en el seno de la Iglesia ha ido en aumento progresivo durante los últimos cincuenta años, desde la celebración del Concilio Vaticano II. Se trata, sin embargo, en muchos casos1, de servicios únicamente internos en el seno de la comunidad cristiana parroquial. Ciertamente son colaboraciones puntuales, siempre generosas y necesarias en las parroquias, pero no se dan apenas pasos en otras tareas más específicas como laicos cristianos, en favor de la vida familiar, profesional, cultural, social y política.
Este hecho debe preocuparnos a todos y más, incluso, si esta colaboración, limitada a la organización interna de las comunidades eclesiales, no logra tampoco introducir en su seno las preocupaciones, experiencias, sufrimientos, luces y sombras de la vida social.
Téngase muy claro y siempre presente, que el cristiano seglar, el cofrade, no es un mero colaborador del sacerdote puesto a su disposición, sino para llevar la experiencia de su vida seglar a otros, en el siglo, en el mundo, en la sociedad.
Además, también, en su colaboración en el interior de la comunidad cristiana, al seglar bautizado le corresponden tareas y actividades que el sacerdote debe poner en sus manos, confiárselas con plena confianza porque le corresponden, aunque sea el pastor quien anime y coordine la pastoral desde una verdadera comunión eclesial.
c) Es urgente la comunión y misión en la comunidad cristiana.
Escribía el recordado Pontífice Juan Pablo II, que “todos, pastores y fieles, estamos obligados a favorecer y alimentar continuamente vínculos y relaciones fraternas de estima, cordialidad y colaboración entre las distintas formas asociativas de laicos. Solamente así, la riqueza de los dones y carismas que el Señor nos ofrece, pueden dar su fecunda y armónica contribución a la edificación de la casa común (Rm 12, 10)”.2
La Iglesia es comunión, comunidad de hombres y mujeres que hemos recibido el mismo bautismo y vivimos animados por el mismo Espíritu. Sin embargo, esta comunidad es enviada toda ella conforme a sus carismas, edades y situaciones personales, a testimoniar y comunicar el Evangelio de Jesucristo en medio del mundo en el que se desenvuelve.
Comunión y misión son inseparables para todos los bautizados. Siempre serán aspectos unidos y fundamentales en la Comunidad eclesial. Vivir sólo la comunión, sin apertura a la misión, podría terminar en una Iglesia sectaria o en una especie de refugio para “su grupo”. Si desarrollamos, e
n cambio, sólo la misión, se desvirtuaría la comunión y podría derivar en una especie de “proselitismo individual”.
La Comunidad le ayudará al cofrade a descubrir su responsabilidad y encontrará apoyo para su crecimiento y vocación de enviado como misionero. Le ayudará a vivir la importancia de su misión para implantar el Reino de Dios en la sociedad, como laico.
II. HACIA DÓNDE CAMINAMOS
a) El Concilio Vaticano II se ocupó muy directamente del laicado, sobre todo en la Constitución Dogmática Lumen gentium3 y en el Decreto Apostolicam actuositatem4.
El Papa Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica, fruto del Sínodo de 1989 sobre los laicos, hace notar también que la índole secular del laicado cristiano no es sólo una realidad antropológica o sociológica, sino una realidad teológica eclesial. Dios llama al laico a la santidad y al apostolado desde su situación laical de ser y actuar en el mundo. Esta dimensión eclesial de los laicos debe conducirles, en su desarrollo, a la santificación personal desde el ejercicio de sus responsabilidades apostólicas en el campo profesional, económico, cultural, político… y no, en primer término, desde su apoyo a tareas eclesiales. Su misión primera e inmediata consiste en saturar del espíritu del Evangelio las distintas comunidades y los diversos ambientes5.
Al fenómeno laicista que nos rodea en muchos órdenes de la vida, el cristiano no responde desde la nostalgia o el propósito de regresar a épocas pasadas, ni tampoco ignorando la realidad, todo lo contrario. Corresponde a todo bautizado, de forma directa al laicado seglar, ser testigos de la fe recibida y poner esa luz sobre el candelero, con obras y palabras, como evangelios vivientes. Se necesita también hoy, como en todas las épocas, la presencia de hombres y mujeres en medio de la “ciudad secularizada”, con lealtad radical al evangelio y al mundo del que forman parte como ciudadanos.
Se precisa de cristianos bien formados, respetuosos con su sociedad, pero también críticos ante los planteamientos políticos o intelectuales que no estén de acuerdo con las verdades reveladas por Dios.
Urge la presencia de estos “nuevos cristianos” con profunda vida interior e inmersos en el contexto del mundo. Su lugar es vivir “entre todos”, en las familias, en las asociaciones públicas, en las estructuras comunes, singularmente en las educativas, culturales, en los medios de comunicación, en el deporte, en todos los ambientes. Es el “camino nuevo” del fiel laico que vive el momento presente de su vocación, con vocación misionera de futuro6.
b) Por otra parte, los fieles laicos están llamados también a cooperar en la edificación de la Iglesia, como su hogar propio. Por ello, han de tomar parte actora, asimismo, en servicios intraeclesiales, como la catequesis, la liturgia, obras asistenciales y organizativas de la comunidad cristiana7. Incluso, en determinados supuestos, hasta pueden alcanzar determinados ministerios laicales, ciertamente sin el orden sagrado y sin que tales tareas les conviertan en pastores de la comunidad8. Sería un error que esta vía de participación laical en la misión de la Iglesia aminorara la presencia misionera del laicado en su campo específico que no es otro, como venimos repitiendo, que el mundo y el entorno en el que viven.
Los Obispos españoles, en un reciente documento sobre el apostolado seglar, expresaban que “en un mundo secular, los laicos –hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos- son los nuevos samaritanos, protagonistas de la nueva evangelización, con el Espíritu Santo que se les ha dado. La nueva evangelización se hará, sobre todo, por los laicos o no se hará”.9
c) Asimismo, es tarea fundamental del laicado introducir en las comunidades cristianas, informar debidamente y comprometerse para responder, desde el amor cristiano, a las preocupaciones, problemas reales y experiencias del mundo en que viven. Su visión realista de la vida y profesionalidad debe enriquecer, y así sucede en múltiples ocasiones, a los propios pastores, quienes debemos escucharles, contar con su colaboración y favorecer que desarrollen su identidad laical.
El desarrollo de todos estos aspectos debe conducirnos a una verdadera transformación, en más de un supuesto, de la organización de las comunidades de cristianos. No todo corresponde al sacerdote, y lo que importa es evangelizar a todos, con todos. El fiel laico no es para que llegue simplemente a donde el sacerdote no puede llegar, continuando el pastor como único protagonista de la evangelización, sino distribuir y alentar para que cada bautizado asuma las responsabilidades que le corresponden.
III. PERFIL DEL COFRADE SEGLAR
a) El primer rasgo será siempre su adhesión inquebrantable y seguimiento a Jesucristo y a su Evangelio.
Esta adhesión supone llenarse de su espíritu, de sus mismos sentimientos hasta permitir que sean en su vida, en sus palabras y acciones, el rostro de Jesucristo. Esto incluye mirar a los demás como Él lo hacía, escuchar y amar a todos como Él, poner comprensión y esperanza ante cualquier situación humana.
Su seguimiento de Cristo incluye mostrarse siempre y ante todo el mundo como discípulo suyo, sin cobardías ni disimulos. Procurar, además, trabajar y esforzarse para “hacer cristianos”, otros discípulos que les sigan.
Este es el cofrade que renuncia a ídolos y falsos dioses como el dinero y el bienestar como supremo bien. Es el hermano que se esfuerza por contribuir a una convivencia y sociedad donde Dios sea lo primero y, por tanto, en donde reine la verdad, la fraternidad, el amor de caridad y la justicia.
b) Este seguimiento y adhesión a Cristo exigen también, en el cofrade, alimentarse de las fuentes de la Palabra de Dios y de la Eucaristía dominical.
Buscar en la Mesa de la Palabra, en la comunidad o en la lectura personal, en el ambón del Templo o en su casa, el alimento para su espíritu: la palabra revelada que nos descubre y acerca al misterio de Dios, al tiempo que nos vivifica y transforma.
“Es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, enseña el Vaticano II, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual”.10 Así nos lo enseñó Jesús mismo cuando dijo en presencia de su Madre, María Santísima: “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”. (Lc 8, 21)
Otro tanto podemos decir del alimento del cofrade en la Mesa de la Eucaristía, junto con la comunidad cristiana en el Día del Señor y otras fiestas.
Recibir el “Pan vivo bajado del cielo” sostiene y alimenta la fe, fortalece la vocación cristiana, es prenda de esperanza y eternidad. Es p
oder acercarse y recibir al Señor como lo recibían sus amigos en Palestina, en Galilea, con la alegría que mostró Zaqueo, con el celo de Marta, con el silencio profundo de María, con el cariño de los discípulos de Emaús.
El cofrade, alimentado en esa doble Mesa, sabrá partir luego el pan y llevar la Palabra de Dios al altar del mundo que está en su familia, en su trabajo, en el rostro del necesitado y abandonado.
c) Necesidad de formación permanente
Puede leerse en el artículo 39 del Estatuto Marco diocesano para Cofradías y Hermandades, que la Cofradía debe promover “iniciativas encaminadas a conseguir la madurez de la persona humana de los cofrades y que, al mismo tiempo, conozcan, viva y anuncien el misterio de la salvación, sin excluir la colaboración de la Cofradía con las tareas de formación de otros cristianos dentro de la parroquia.” Se encomienda a la Vocalía de formación y al Capellán, sobre todo, esta formación para los aspirantes.
El cofrade convencido de que su vida, como cristiano, está al servicio del Reino de Dios en el mundo y de que nunca camina solo sino con el Espíritu de Dios, no debe nunca dejar de lado su progresiva formación. Sólo una capacitación adecuada da seguridad y abre iniciativas en favor de nuestra misión de enviados “en su Nombre” para evangelizar.
Sin esperar incluso a que se nos dé todo hecho por la Delegación, Cofradía o parroquia, cada cofrade debería tomar sus iniciativas posibles y a su alcance11.
d) Deberá, finalmente, el cofrade tomar parte activa en su comunidad parroquial respectiva, conforme a sus cualidades y posibilidades. Deberá previamente discernir en qué áreas pastorales podría colaborar: liturgia, evangelización, caridad organizada, administración, archivo, atención a los enfermos… además de responder de sus compromisos concretos de cofrade, si fuera posible, las puertas de la comunidad parroquial están abiertas para todos. Nadie sobra.
Dios llama a los fieles laicos cofrades y les envía como obreros a su viña. Esta llamada y envío personal del Señor a cada uno de sus discípulos define la dignidad y responsabilidad de cada cofrade y debe constituir el punto de apoyo y objetivos de su formación. Debe estar ordenada al reconocimiento gozoso y agradecido de esta verdad y al desempeño fiel y generoso de tal responsabilidad. Dios, como Buen Pastor, llama “a cada una de sus ovejas por su nombre” (Jn 10, 3). Pero el plan de Dios en cada uno debemos descubrirlo en los acontecimientos, en el día a día, y en prepararnos constantemente para responder con fidelidad y competencia a la misión y proyectos que pone en nuestras manos. Importa mucho que cada uno sepa qué quiere Dios de su vida, pero no es menos importante hacer lo que él quiere, bien preparados y con eficacia.
CONCLUSIÓN
Deseo terminar esta exhortación pastoral dedicada a Cofrades y Hermanos asociados en su Asamblea anual, recordando con ellos unas palabras de Juan Pablo II, cuando escribía:
En la vida de un cofrade, “no puede haber dos vidas paralelas: por una parte la denominada vida «espiritual» -con más valores y exigencias- y por otra, la denominada vida «secular», es decir, la vida familiar, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. Toda actividad, toda situación, todo esfuerzo concreto –como, por ejemplo, la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega en la familia y a la educación de los hijos, en el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el ámbito de la cultura- son ocasiones providenciales para un continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad.”12
Demos juntos, amigos y hermanos cofrades, muy por encima de todo, testimonio ante el mundo del evangelio de la vida y la esperanza, fundados y unidos a Jesucristo. Más allá del valor relativo de las cosas y de tantos afanes, nuestra esperanza vuela más alto. Esta es la esperanza que llena de sentido nuestra existencia.
Así se lo pedimos al Señor, por la intercesión de nuestros Patronos, la Santísima Virgen de la Cabeza y San Eufrasio, de forma, también especial, por el Beato Manuel Lozano Garrido, laico ejemplar y modelo a seguir.
Con mi saludo agradecido y bendición.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
1 Así, el gran número de catequistas, voluntariado de Cáritas, Manos Unidas, visitadores de enfermos, servicios litúrgicos y otros semejantes en la organización interna de la Iglesia.
2 JUAN PABLO II, Const. Apost. Christifideles laici, n. 31.
3 C. VATICANO II, Const. LG, 5. 7. 31. 32. 33.
4 Ibidem. Decr. AA, 2.
5 Cf. Ibidem, Decr. AA, 20.
6 Escribía el santo sacerdote de Linares Pedro Poveda, ya antes de celebrarse el Concilio Vaticano II: “Dadme un ejército obedeciendo un plan de campaña y veréis los resultados… Lucharemos mientras podamos y, cuando no podamos obrar, animaremos al prójimo; cuando ni esto sea posible, oraremos con fe.” Alrededor de un proyecto, Vol. II, de sus Obras, ensayos y proyectos pedagógicos.
7 Cf. LG 33 y AA 30.
8 Véase la Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, del mes de agosto de 1997, desde su elaboración conjunta de ocho dicasterios de la Curia romana.
9 CLIM, 148.
10 VATICANO II, Const. Dogm. Dei Verbum, 21.
11 Además de la formación que ofrece la Delegación episcopal de Cofradías y Hermandades, la Diócesis continúa ofertando también la Escuela diocesana de fundamentos cristianos y en algunas parroquias comienza a desarrollarse la oferta, también, distinta a las anteriores, “Itinerario de formación cristiana para adultos”, de que les puede informar el Delegado episcopal de Apostolado seglar.
12 JUAN PABLO II, Exh. Apost. Christifideles laici, 58 y 59. También al los fieles laicos dedica el Santo Padre Benedicto XVI la reciente Exhortación Apostólica “Verbum Domini” del pasado día 30 de septiembre.