Carta Pastoral del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo López.
Queridos fieles diocesanos:
1. El próximo día 13, Quinto domingo de Cuaresma celebramos el Día del Seminario en la Diócesis de Jaén, al ser el día 19, Solemnidad de San José, día laborable, y el domingo más próximo, día 20, Domingo de Ramos.
Sabemos que las vocaciones para el sacerdocio tenemos que pedirlas insistentemente ante el Dueño de la Mies. Dios es quien llama, pero también debemos buscarlas, cuidarlas y apoyarlas. Un jardín no florece si no se cultiva y cuida con esfuerzo y constante vigilancia.
La presencia de vocaciones sacerdotales es un signo seguro de verdad y vitalidad de una comunidad cristiana. Dios llama siempre, también al sacerdocio. No existe crecimiento verdadero y fecundo en la Iglesia, sin la presencia de sacerdotes que lo sostenga y alimente. También en el mundo actual son muy necesarios los sacerdotes.
2. Debemos reconocer juntos, no obstante, que el número de adolescentes, jóvenes y personas adultas que llaman a las puertas de nuestros seminarios es escaso. Esta realidad reclama una reflexión profunda, por parte de todos, sobre el alcance que damos a este hecho como creyentes. Los padres, sacerdotes, consagrados, catequistas y profesores, jugamos un papel decisivo en esta tarea.
Quisiera destacar, una vez más, la importancia decisiva e insustituible de la familia para descubrir y apoyar la vocación de sus hijos, también para el sacerdocio y la vida consagrada. No sólo debería preocuparles una buena posición económica y social para ellos, sino, sobre todo, un destino personal o vocación a la que Dios les llama desde niños. De esa respuesta dependerá su éxito y felicidad. En más de una ocasión el adolescente y el joven puede llegar a vivir como dividido y desgarrado entre el apoyo en su casa para un futuro y lo que vive en el grupo, colegio, catequesis… sobre sus inclinaciones vocacionales.
3. Lo que el Pueblo de Dios espera del Seminarista es que un día sea sacerdote santo. Para ello camina en sus años de seminario en una progresiva conversión y cercanía a Dios, en comunión con su comunidad familiar, parroquial y del seminario. Sobre todo debe familiarizarse, en amistad íntima y personal, con el Buen Pastor, hablando con Él a todas horas, de corazón a corazón.
El seminarista ha dejado a un lado hacer carrera y, lejos de cualquier ostentación, se abraza desde joven a la austeridad y pobreza. Sigue con humildad las huellas de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, del que intenta, con paciencia, ser su imagen.
No es fácil este proceso vocacional. Lo saben y acuden, por ello, a la fuente, que es Cristo, contando con la ayuda de sacerdotes selectos que los acompañan de cerca en su formación. Recemos por ellos y les apoyemos, no sólo en esta jornada, sino durante todo el año.
4. El Seminarista debe ya abrazarse a la idea de que un día será enviado para reconciliar, sobre todo en el Sacramento del Perdón, siguiendo los pasos de Jesucristo. Formará parte esencial de su ministerio y, como escribe el Papa Francisco: «Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando ante todo, nos hacemos nosotros (los sacerdotes) penitentes en busca del perdón» (MV n. 17).
Apoyados en la promesa del Señor que no abandonará a su Iglesia, pedimos juntos que continúe regalándonos estas vocaciones, al tiempo que agradecemos a Rectores y formadores de nuestros Seminarios su ejemplar dedicación, como también el apoyo de los sacerdotes, familias y educadores, junto con la Delegación diocesana para las vocaciones.
Que el Patriarca San José nos alcance estas gracias.
Con mi saludo agradecido en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén