Día de las Migraciones en el año de la fe Peregrinos de fe y esperanza

Carta Pastoral del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo López.

1. El próximo día 20 de enero, domingo, celebrará la Iglesia, como en años anteriores, la JORNADA MUNDIAL DE LAS MIGRACIONES.

El Santo Padre. BENEDICTO XVI, en el marco del Año de la Fe y con ocasión de esta Jornada, nos ofrece un profundo y esperanzador Mensaje dedicado a quienes hacen de su vida un peregrinaje en busca de «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2Pe 3,13). Habla de «fe y esperanza» a estos hermanos y nos invita a la reflexión y apoyo por nuestra parte1.

También los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, haciéndose eco del Mensaje del Papa, insisten en los contenidos fundamentales que rodean a la realidad de la migraciones.

A modo de introducción nos recuerdan las palabras del Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gadium et Spes: «Los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»2.

«Todo creyente, escribe el Pontífice actual, en el mismo sentido, es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación»3.

Cierto que, como escribió también el Beato Juan Pablo II «es un derecho primario del hombre vivir en su propia casa»4 y, por ello, debe procurarse que en todos los países se den las condiciones para permanecer y desarrollar sus ciudadanos las capacidades y proyectos personales, pero es también cierto que el derecho a emigrar es, asimismo, un derecho humano fundamental en toda persona.

Tengamos presente que el emigrante contribuye al bienestar de los países de acogida con sus cualidades puestas al servicio de otros, y con su patrimonio cultural. Acrecienta también y estimula la fe de quienes les acogen, en el caso de ser cristianos.

La realidad concreta suele poner en evidencia, sin embargo, que el fenómeno migratorio es en la mayoría de los casos, como escribe el Papa en el citado Mensaje, «el resultado de la precariedad económica, de la falta de bienes básicos, de desastres naturales, de guerras y de desórdenes sociales»5. Son las causas fundamentales y raíces de la migración, de una u otra forma, y lo que a veces encuentran en sus primeros pasos, «son vallas por delante, el desierto a sus espaldas o la arriesgada travesía con la mar bajo sus pies»6.

2. Jesús de Nazaret convirtió en piedra angular de la ética cristiana el amor al prójimo, unido al amor a Dios (cf. Lc 10,27; Mt 5,43-45). Hizo suyas, sin limitación alguna, las palabras del libro del Levítico: «El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena: lo amarás como a ti mismo, porque emigrante fuisteis en Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios» (Dt 19,34).

La Iglesia reconoce el derecho de cada Estado, como escribe el Papa, «para regular los flujos migratorios y adaptar las medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, pero siempre garantizando el respeto de la dignidad de toda personas humana»7.

Entre los aspectos más destacados que el Santo Padre propone, a tener muy en cuenta a favor de las migraciones, se encuentran: su asistencia para favorecer su integración en la sociedad y el reconocimiento de su pleno derecho a la ciudadanía y participación, como miembros activos y responsables del bienestar común. En este campo se mueven numerosas asociaciones y colectivos que tratan de dar respuesta a sus necesidades primarias, personales y de grupos, desde sus solicitudes de asilo y orientaciones para encontrar trabajo, hasta proporcionarles un techo, alimentos y asistencia de todas clases, entre otras urgencias.

Pero íntimamente unida a esta actividad de acogida y de apoyo, en que se contempla al inmigrante desplazado o emigrante como hijo de Dios, la Iglesia no puede olvidar su dimensión también religiosa, como parte integrante y esencial en la persona.

Escribe en este sentido el Papa: «La Iglesia, por su misión confiada por el mismo Cristo, está llamada a presentar especial atención y cuidado a esta dimensión precisamente: esta es su tarea más importante y específica»8.

Pide el Santo Padre para los católicos: «la creación de nuevas estructuras pastorales y la valoración de los diversos ritos, hasta la plena participación en la vida de la comunidad eclesial local»9. Para los no católicos indica se cuide «el diálogo ecuménico y la atención a las nuevas comunidades»10.

Asombra contemplar en nuestra Iglesia particular de Jaén las numerosas iniciativas a favor de las personas inmigrantes, tanto temporales como de mayor estabilidad. ¡Cuánta generosidad y ejemplos de amor desinteresados de cientos de voluntarios y donantes anónimos, que, de forma organizada, ofrecen desayunos, ropa, comidas y cenas, alojamiento, formación y orientaciones que precisan, sobre todo el diálogo y cercanía, a este colectivo de hermanos!

Jamás se tiene en cuenta su religión, procedencia o color. Como muy bien escribían los Obispos españoles en el año 2007, este conjunto de necesidades: «ofrece a la Iglesia la oportunidad y reclama de ella la obligación de ejercer de Buen Samaritano que cure sus heridas, les ayude a levantarse y a recobrar la conciencia de su dignidad, camine con ellos, les proporcione hogar y nueva patria y les preste algo de su propia vida y riqueza»11.

¡Ojalá que todo inmigrante o refugiado encuentre en este suelo del Santo Reino, si no su propia casa, un nuevo hogar en el que pueda experimentar el apoyo y solidaridad de la comunidad cristiana, que tiene por distintivo el amor, como nos ama Jesucristo. Todos saldremos enriquecidos!

3. Más de una vez hemos pensado en nuestra vida personal como una aventura y camino por el que avanzamos hacia una meta. El cristiano hace este recorrido iluminado por su Maestro: Camino, Verdad y Vida. Somos peregrinos de fe y de esperanza, como leemos en el lema de esta jornada.

Este suele ser prácticamente el equipaje de quienes nos visitan, buscando una vida nueva desde otros países o de quienes se alejan de su tierra para cubrir sus necesidades y construir un nuevo futuro. Miran a una meta, más o menos lejana, que justifique el esfuerzo de su camino12.

Escribe el Papa, en su Mensaje para esta jornada, que la fe y la esperanza en quienes emigran: «forman un binomio inseparable… puesto que en ellos se une, en muchas ocasiones, el deseo de querer dejar atrás la ‘desesperación’ de un futuro imposible de construir».

Si creemos que Dios nos ama y cuenta con nosotros hemos de pensar también que, el emigrante, inmigrante y refugiado, es también hijo predilecto de Dios y sujeto de su Providencia amorosa.

Sabemos que Abrahán salió de su tierra, dejó su patria y la casa de sus padres apoyado en su fe y que marchó con su mujer, su sobrino Lot y sus ganados a otra tierra desconocida. Su fe fue orientándoles en aquella larga aventura emigrante (cf. Gn 12,1-4b).

Otro tanto tendríamos que decir del Pueblo de Israel cuando, desde Egipto, peregrina hasta la tierra prometida. Su experiencia en el desierto, con sus muchas dificultades y a pesar de sus infidelidades, le acercaron a la mano de Dios y su Alianza (cf. Dt 8.11, 14-18).

También la Virgen y San José emigraron, como refugiados, para salvar al Niño-Dios de las manos de Herodes. De forma inesperada le comunicó el ángel: levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto y estate allí hasta que yo te lo diga, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo (cf. Mt 2,13).

Se fiaron de Dios, y Dios les condujo de su mano.

Otro tanto tendríamos que decir en cuanto a la esperanza. ¡Ojalá, como aquellos discípulos de Emaús, al ver en nosotros el amor desinteresado y g
eneroso a favor de estas personas, comenten luego: «¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba… y explicaba?»!

Comuniquemos esperanza para afianzar la suya y acrecentar la nuestra.

Escuchemos las palabras certeras y programáticas del Papa en su Mensaje para esta Jornada, y hagámoslas muy nuestras: «Los que emigran alimentan la esperanza de encontrar acogida, de obtener ayuda solidaria y de estar en contacto con personas que, comprendiendo las fatigas y la tragedia de su prójimo, y también reconociendo los valores y los recursos que aportan, están dispuestos a compartir humanidad y recursos materiales con quien está necesitado y desfavorecido… Emigrantes y refugiados, junto a las dificultades, pueden experimentar también relaciones nuevas y acogedoras que les alienten a contribuir al bienestar de los países de acogida… y también, con su testimonio de fe, que estimula a las comunidades de antigua tradición cristiana, anima a encontrar a Cristo e invita a conocer a la Iglesia».

4. La pastoral de migraciones no deberá reducirse a una especie de apartado de la pastoral caritativa-social. Ciertamente que aparece el fenómeno de la exclusión y marginación en sus vidas, en el sentido económico de pobreza y por tanto necesitados de estas ayudas, pero también son sujetos de evangelización.

La Iglesia ciertamente, como Madre ya hemos dicho, deberá caminar junto a ellos, para que logren superar sus dificultades de integración en la sociedad pero también los cristianos debemos sensibilizar a la comunidad cristiana y sociedad para que se oferten espacios donde puedan vivir su fe comunitariamente, acogerles en las parroquias y en las demás instituciones de la Iglesia. Hemos de procurar que formen parte activa en la comunidad eclesial, como miembros de pleno derecho. Enriquecernos todos, desde la diversidad.

Tengamos además muy en cuenta que se trata de una pastoral urgente, de un verdadero desafío en nuestra Iglesia diocesana, como en otras Iglesias, sobre todo del sur de España. Si desde hace años las Diócesis españolas, a través de las Capellanías de emigrantes, procuraron atender pastoralmente a estas personas, hoy los inmigrantes aparecen en nuestros pueblos y ciudades. Su origen es muy plural y ello conlleva diferencias culturales acusadas. El mundo de la pobreza se acerca al de la opulencia. Son personas de las que la Iglesia, lejos de desentenderse, debe acercarse con especial dedicación, como viene haciéndolo, aunque más de una vez sin apenas coordinación13.

Al tiempo que reconocemos el trabajo del Secretariado diocesano de Migraciones, les estimulo a la coordinación y estímulo de esta pastoral en toda la Diócesis y propongo a todos los fieles, de forma especial a los sacerdotes desde sus respectivas Cáritas, que, en este Año de la Fe, resplandezca con luz propia el rostro del amor de Dios a todos estos hermanos nuestros, que es también el rostro de nuestra Iglesia.

Agradecemos la generosidad y apoyo, desde el amor cristiano, al numeroso grupo de hermanos inmigrantes por parte de personas particulares que les abren sus casas y proporcionan trabajo, por las Parroquias que abren sus comedores, albergues, roperos y que, sobre todo, les escuchan a través de una caridad organizada de cientos de voluntarios. Gracias a los sacerdotes e instituciones religiosas que, de forma anónima para la sociedad, no para Dios, acogen y oran al Señor por estas vidas tan cercanas a la Cruz redentora de Jesucristo.

Pedimos al Señor que las personas inmigrantes encuentren en nuestra Iglesia el apoyo y la acogida que necesiten. Que reconozcan su dignidad de hijos de Dios y que, lejos de cualquier signo de rechazo, seamos capaces de considerarles parte de nuestras comunidades de cristianos y, en definitiva, no marginados sino amados por nosotros, discípulos de quien entregó su vida por toda la humanidad: Jesucristo, Señor Nuestro.

+ Ramón del Hoyo López

Obispo de Jaén

1 La pastoral de migraciones contempla tres sectores diferenciados: Emigración (nacionales que se trasladan a otros países, inmigración (extranjeros que llegan a otro país) y refugiados (desplazados a otro país por la fuerza). Podrían considerarse también como emigrantes a quienes de forma temporal se desplazan habitualmente a otras regiones de España.

2 Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n.10.

3 Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n.62.

4 Juan Pablo II, Discurso al IV Congreso Mundial de las Migraciones, 1998.

5 Benedicto XVI, Mensaje «Día de las Migraciones 2013»,Vaticano, 12 de octubre de 2012.

6 Escrito de los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones de la C.E.E.

7 Cf. Mensaje del Papa.

8 Ibíd.

9 Ibíd.

10 Ibíd.

11 Conferencia Episcopal Española, La Iglesia española y los emigrantes, cap. 3. Madrid. 27.XI.207.

12 cf. Benedicto XVI, Spe salvi, n.1.

13 La Conferencia Episcopal Española aprobó en el año 1994 el Documento «La pastoral de las migraciones en España», cuyas pautas pastorales deberíamos tener muy presentes en este campo.

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