Día de la Familia

Carta Pastoral a las familias, en el año de la fe, de Mons. Ramón del Hoyo, Obispo de Jaén.

Queridos files diocesanos:

1. El próximo día 30 de diciembre celebraremos en la Diócesis esta Jornada, en unión con otras Iglesias.

La liturgia nos invitará especialmente en esa fecha a centrar nuestras miradas en el Misterio de la Sagrada Familia de Nazaret. Fue como el nido de amor que Dios escogió para que su Hijo, Jesucristo, viviese la mayor parte de sus años entre los hombres. Mirando a la familia de Nazaret las familias cristianas y, porqué no todas las demás, encontrarás en ella el modelo perfecto a seguir.

Me gustaría aprovechar esta Jornada para reiterar la exhortación que el Santo Padre el Papa, Juan Pablo II, hizo ya a principios de los años ochenta en aquella magnífica exhortación Familiaris Consortio: “Familia: sé lo que eres, una comunidad de vida y de amor”.

La Sagrada Familia de Nazaret es el mejor espejo para conocer la artesa donde se amasa el más puro amor divino y humano. Como en aquella bendita familia aticemos las brasas encendidas del amor mutuo familiar, para que nunca se apaguen.

No deterioremos el rincón más bello, donde se esconden los sentimientos más sublimes del ser humano.

Cuando en estos días las familias se apresuran a reunirse en el hogar en que encontraron sus caricias más limpias y nobles, cuando nuevas familias se reúnen ante los troncos y raíces de donde nacieron, no deterioremos tanta belleza.

La familia siempre será la primera escuela del hombre y entendemos este término de “familia” como nos enseñan tanto la naturaleza como los planes de Dios revelados. La cultura actual llama familia, a veces, a cualquier grupo de personas, incluso sin distinguir el sexo. No es esa, sin embargo, la familia natural ni el verdadero matrimonio a la que da su origen, por más que se sumen votos y se aprueben en ordenamientos jurídicos.

2. El ser humano tiene necesidad de la familia. No le bastan las relaciones puramente funcionales, necesita de relaciones interpersonales, ricas en interioridad, gratitud y entrega mutuas. Lo más fundamental y vital de esas relaciones humanas tiene lugar en el núcleo familiar.

La familia, así nos lo muestra y enseña la revelación divina, nace del amor entre un hombre y una mujer que unidos forman el matrimonio. Por eso la Iglesia y los cristianos tenemos la tarea de testimoniar en la sociedad este destino originario, manifestando su verdad y mostrando no sólo que es posible, sino que es, en definitiva, el plan sapientísimo y amoroso de Dios para el hombre y la mujer. El amor entre ambos, bendecido por la Iglesia mediante el sacramento del matrimonio, está llamado a ser fecundo conforme a los planes de Dios y que podemos leer en el libro del Génesis: “Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 2, 24). “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. Dios los bendijo; y les dijo Dios: sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1, 27-28).

3. El padre y la madre participan del poder paterno de Dios, que es Amor. Conforme a estos textos sagrados es Dios Padre quien siembra en el terreno sagrado y fértil del amor conyugal el fruto precioso de los hijos. Estos son, por tanto, don de Dios mediante el don recíproco de los esposos.

Tengamos por muy claro y firme que, conforme al plan amoroso de Dios, el matrimonio constituido por la comunión indisoluble, íntima y amorosa de un varón y una mujer, es la forma de lugar adecuado para el ejercicio de la sexualidad y cuna de la vida.

Los hijos, fruto del amor conyugal así entendido, no son algo opcional o accesorio en el proyecto de una vida conyugal, sino el don más precioso inscrito en la estructura misma de esa unión. Los hijos son dones de amor que se acogen, son sujetos de derechos e imágenes nuevas e irrepetibles de Dios.

Sabemos, que, cuando este designio original y estas verdades se oscurecen en las conciencias, la sociedad experimenta daños incalculables. Por desgracia somos testigos de esta triste realidad y estamos viviendo momentos en los que la familia y el matrimonio se han puesto en tela de juicio por una buena parte de la cultura y de la sociedad. No sólo se discuten algunos modos de vida familiar sino que se ataca la concepción misma de la familia y del matrimonio entre un varón y una mujer. Se ignora en la más reciente legislación a la misma institución del matrimonio, en nombre de una ética relativista que se abre paso sin calcular sus consecuencias, que ya podemos empezar a comprobar.

Debemos por ello, queridos fieles, alentar y apoyar, hoy más que nunca, el firme compromiso de una inmensa mayoría de familias comprometidas en testimoniar la belleza de su amor y fidelidad. Son la sal que da sabor a instituciones tan sagradas y fundamentales para la misma convivencia social como son el matrimonio y la familia con sus hijos.

4. Para dar respuesta a esta realidad tan esencial y ofrecer cauces de futuro ante tanta desorientación, cuando no pocos, que preocupados por su suerte y la de los suyos, buscan certezas, aun sin darse cuenta en más de una ocasión, los cristianos, las familias cristianas, deberán vivir, y, a ello les animamos, con intensidad y alegría su fe en Jesucristo, confirman su vida con Él y su Evangelio, dándole a conocer sin miedo alguno.

Pensemos en el impacto que produce la presencia de tantos hombres y mujeres que se unen contantemente en matrimonio para siempre, transmiten la vida con generosidad, conducen a sus hijos por el camino de las virtudes humanas y cristianas siendo ellos los primeros educadores, son honrados en sus negocios y en su vida, y dan testimonio de caridad entre ellos y para con los demás. ¡Cuántos gustarían de suscribir esta realidad que no han experimentado o en la que ha fracasado y ahora añoran desde su silencio!.

Bien podemos aplicar a esta sagrada institución de la familia las palabras del Papa Benedicto XVI, en su Carta Porta Fidei, mediante la que nos convocaba a las celebraciones de este Año de la Fe, cuando escribe: “Por la fe, hombres y mujeres de toda edad. Cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7,9; 13,8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban” (n.13).

El Santo Padre que invita en esta Carta a todos los cristianos a que este Años de la Fe “haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en El tenemos la certeza de mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero… de distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros” (n.15) está invitando, creemos, muy directamente a los esposos a un nuevo reconocimiento de la presencia del Señor Jesús en sus vidas y en su historia matrimonial que nació un día ante el Altar del Señor.

5. El plan pastoral diocesano para este año, destaca, como sabemos, a la familia cristiana como principal escuela de fe, como ambiente insustituible para la transmisión de la fe.

También la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, de la Conferencia Episcopal Española, señala como lema nacional para esta Jornada. Educar la fe en familia.

Nos alegra caminar al unísono y en comunión con las demás Iglesias de España. Hacemos nuestra la preciosa Nota de esta Subcomisión de Familia que se acompaña. Como escriben estos Obispos: “La fe, al igual que la familia, es compañera de vida que nos permite distinguir las maravillas de Dios a lo largo de nuestro conocer. Como la familia, la fe está presente en las diversas etapas de nuestra existencia… así como en los momentos difíciles y en los alegres. De esta forma la fe va aco
mpañándonos siempre en todas las circunstancias de la vida familiar. La familia camina con sus hijos en esos importantes momentos en los que se va fraguando su madurez y porvenir”.

También nuestra Diócesis y comunidad parroquial son familia en la que, como les decía en la presentación del Plan Pastoral diocesano, se desenvuelve nuestra fe, y se transmite a otros. Formamos parte de la gran familia diocesana y, por ella, de toda la Iglesia: la gran familia del Nuevo Pueblo de Dios en este mundo.

Señalábamos como tareas básicas en el Plan Pastoral, entre otras, las siguientes: la preparación de los futuros esposos, la celebración del día de la familia en todas las parroquias, organizar encuentros con los padres de niños en la catequesis parroquial y de otras edades, implantar en las parroquias y otros grupos la Lectio divinia…

Puedo asegurarles del interés de la Delegación Episcopal de familia y vida por estimular a todos en estos propósitos, otro tanto tendría que decir el C.O.F. y colaboradores en los cursillos prematrimoniales, de los distintos movimientos y asociaciones de familia y matrimonios en la Diócesis y hasta del Tribunal eclesiástico diocesano en atender a casos especiales sobre posibles nulidades matrimoniales.

La fuerza del Espíritu Santo conduce a todos estos cauces para la vivencia de la fe cristiana en la familia y su esfuerzo misionero para transmitirla a las nuevas generaciones. Gracias a todos.

Con mi saludo agradecido en el Señor.

X Ramón del Hoyo López

  Obispo de Jaén

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