«Con un mismo amor y un mismo sentir» (Flp 2,2).

Homilía del Obispo de Jaén en el Encuentro sacerdotal de inicio del Curso Pastoral 2012-2013, celebrado en el Seminario Diocesano.

Caminemos con el Señor «con un mismo amor y un mismo sentir» (Flp 2,2).

Estas palabras de San Pablo pueden servirnos de lema en esta jornada que celebramos, como en años anteriores, en el inicio del curso pastoral diocesano.

El mismo amor y el mismo sentir, la unanimidad y concordia verdaderas entre nosotros, nacen de nuestra unión íntima con el Señor. Para eso celebramos este encuentro, invocando la ayuda del Espíritu, para que mueva nuestros corazones sacerdotales al unísono con el de Jesucristo Sacerdote, que intercede por nosotros.

1. Mi saludo agradecido a todos por su presencia en esta celebración y encuentro:

Sr. Vicario General y Vicarios episcopales.

Rectores de los Seminarios diocesanos.

Arciprestes y Delegados episcopales.

Hermanos sacerdotes y religiosos.

Seminaristas, hermanos y hermanas:

Agradecemos la presencia entre nosotros de Dr. Alfonso Crespo Hidalgo, sacerdote de la Diócesis hermana de Málaga, quien nos hablará seguidamente en el salón de actos, sobre la fe del sacerdote.

Recordamos y hacemos presentes a los hermanos sacerdotes que no han podido acercarse a esta celebración, o unirse a este encuentro, por razones pastorales, como me han manifestado algunos. Sobre todo nuestro recuerdo y oración a favor de los sacerdotes mayores y enfermos.

2. Las lecturas proclamadas corresponden a la liturgia propia de la Misa «para una reunión espiritual o pastoral». Son, como acabamos de escuchar del Apóstol San Pablo a los Filipenses (Flp 2,1-11) y del Evangelista San Juan (Jn 17, 11-23).

San Pablo, como sabemos, escribe esta breve carta en la cautividad, aunque no se sabe si lo hace en la prisión de Cesaréa o en Roma, en cuyo caso la haría hacia el año 60, o lo escribe en otra prisión anterior, lo que adelantaría varios años la fecha indicada.

La dirige a la primera comunidad que evangelizó en Europa. Sus palabras rebosan cordialidad, alegría y esperanza. El texto que hemos proclamado es un canto a la unidad. No precisan de una exégesis o comentario especial. Son muy directas y las consideramos como dirigidas a nosotros en esta mañana.

Parte de su situación de encadenado, cuando afirma: «La mayoría de los hermanos, alentados por mis cadenas a confiar en el Señor, se atreven mucho más a anunciar sin miedo la Palabra», pero sobre todo su mensaje se fundamenta en Cristo, cuando dice: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús».

En base a estos dos fundamentos, su entrega plena a Jesucristo y su cruz, por quien está encarcelado, exhorta a los filipenses y hoy a nosotros:

A no obrar por rivalidad, ni por ostentación.

A no cerrarnos en nuestros propios intereses, sino a mantenernos unánimes y concordes, con un mismo amor y un mismo sentir.

A dejarnos guiar por la humildad y considerar siempre superiores a los demás, para concluir:

Que tengamos los sentimientos propios de Cristo Jesús que se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de Cruz.

3. Las palabras del Evangelista San Juan (Jn 2,1-11) pertenecen a la segunda parte de la oración sacerdotal de Cristo en su despedida antes de la Pasión. Constituyen el punto culminante de su Evangelio e impresionan por su amor entrañable, no sólo hacia sus íntimos, sino también para quienes creerían en Él por la palabra de ellos.

Esta oración confiada ante Dios Padre no ha concluido, como muy bien sabemos. Continúa en el tiempo hasta el final fiel a su promesa de estar siempre con nosotros.

Supone ciertamente un gran consuelo saber que nunca caminamos solos y esta oración sacerdotal nos lo confirma. Pero en su oración no sólo ruega por nosotros, sino que, deberíamos fijarnos también en los contenidos de su oración para su eficacia en nosotros y en cuantos crean por nuestra palabra.

Pide a Dios Padre tres cosas fundamentales:

Que seamos uno como «nosotros» (El y el Padre) y que nos consagre en la verdad.

Que la verdad está en su Palabra y por esta su Palabra (no la nuestra) creerán otros en Él.

Que sólo si guardamos la unidad, el mundo creerá en Cristo como Enviado del Padre.

4. Muy queridos amigos y hermanos:

Al iniciar un nuevo curso pastoral y proponernos nuevos programas u objetivos concretos pastorales, podría parecer que es necesaria una reforma constante y continuada en la Iglesia, según criterios de mayorías. Sin embargo debemos pensar, por encima de todo que, no obstante los planes que tracemos, tenemos que saber prescindir de construcciones nuestras y verlas como inspiraciones o sugerencias que nos vienen de lo alto, del Espíritu Santo. Esta es la lectura que debemos hacer de las propuestas de nuestro Plan diocesano de pastoral.

El activista y populista, diríamos, el que quiere y busca hacer y hacer cosas nuevas que a él se le ocurren, que pone su actividad personal por encima de todo, no suele percibir lo que es más grande y lo que va más allá de lo que es él. Reduce su actividad a lo puramente empírico. Al construir así termina como ahogado al poco tiempo, encerrado y desilusionado en su propia cárcel. Si no precede el acto de fe que nos abre horizontes hacia lo eterno, a lo infinito y trascendente, no estamos respondiendo en realidad a nuestro ser de creyentes. «La verdad, nos dice San Juan, está en su Palabra, y por esta su Palabra, no la nuestra, creerán en Él».

Por tanto, la actitud primera y fundamental, imprescindible en nuestra programación será siempre en el acto mismo de nuestra fe, que rompe las barreras de lo finito, de nuestro «yo» limitado, y abre nuevos horizontes, nuevos caminos. Mientras no abramos la frontera entre Dios y nosotros, si nos quedamos únicamente en «nosotros», trabajaremos dentro de los límites de nuestro saber y nuestro poder, pero, por ese camino, no llegaremos a la propuesta de Cristo en su oración sacerdotal «que sean uno con nosotros».

Lo que necesitamos, en definitiva, no es una Iglesia humana, que se quede en sí misma, sino una Iglesia que sea puente de fe, más divina, porque sólo entonces será también verdaderamente más humana. No hagamos de la Iglesia un reparto de poderes o un programa de estructuras o imposiciones, sino un Sacramento de salvación, donde se busque la verdad en la Palabra de Dios. Esta es la verdad que debemos vivir y trasladar a otros «para que el mundo crea», nos dice el Señor.

5. Que este Año de la Fe, al acercarnos de nuevo a las enseñanzas del Vaticano II y al Catecismo de la Iglesia Católica signifique un verdadero examen de conciencia para nosotros y nos ayude a transparentar el rostro de Cristo y de su Iglesia, para transmitir luego esa vida a los hermanos. Este es el camino de la Nueva Evangelización.

«Como trabajadores en su Viña, les digo en la breve presentación del Desarrollo de nuestro Plan Pastoral para este curso, no nos corresponde inventar nada nuevo, sino seguir la voz de nuestro Maestro, que no descalifica a nadie, sino que ofrece su salvación a todos y va el primero tras de la oveja perdida. En nuestras manos pone su salvación, su Evangelio. Nuestra respuesta, lejos de cruzarnos de brazos, será acercarnos a los alejados y a quienes no conocen a Jesucristo, para mostrarles su camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6), sin olvidarnos de la comunidad, para vivir juntos nuestra fe y ser sus testigos en medio de nuestra sociedad».

Estos son nuestros deseos y súplicas que presentamos y unimos al Sacrificio de Cristo, en esta Eucaristía para que dóciles a su pastoreo acertemos a caminar como familia diocesana.

Que San Juan de Ávila y nuestro Patronos: Santísima Virgen de la Cabeza y San Eufrasio, intercedan por nosotros ante el Señor. Amén.

+ Ramón del Hoyo López

Obispo de Jaén

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