Carta Pastoral del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo López. A los sacerdotes y seminaristas; miembros de Cáritas diocesana, interparroquiales y parroquiales; otras asociaciones en la Diócesis en favor de la Caridad
Queridos hermanos y hermanas:
Destacamos las siguientes palabras de una las proposiciones que el recién celebrado sínodo de los Obispos “sobre la Palabra”, ha entregado al Sumo Pontífice: “Uno de los rasgos característicos de la Sagrada Escritura es la revelación de la predilección de Dios por los pobres (cf. Mt 25, 31- 46)… la Palabra de Dios, acogida con disponibilidad, genera abundantemente en la Iglesia la caridad y la justicia hacia todos y sobre todo a los más pobres” (11º)
En la Encíclica Deus caritas est -gran regalo del Pontífice actual, Benedicto XVI, a la Iglesia como primicia de su fecundo Magisterio- dice de Cáritas que “es un corazón que ve y que ama”. Añade el Papa que “el programa cristiano -el programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús- es un corazón que ve. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia.” (n. 31 b).
Es cierto que si la Iglesia no estuviese al servicio de los hombres no podría llamarse “Iglesia de Jesucristo”. Sabemos sus discípulos que nos encomienda la misión de continuar la labor humanizadora y salvadora que proclamó en la sinagoga de Nazaret: “Evangelizar a los pobres.”
I. Integrar fe y vida
Los cristianos debemos ser, en todo tiempo y no tanto de palabra sino con obras, testigos e imágenes de la misericordia de Dios en el seguimiento de las huellas de Jesucristo, nuestro Maestro.
Uno de los principales desafíos de la nueva evangelización es animar y preparar testigos capaces de proclamar la noticia de que Dios es amor, de que Dios nos ama, de que Jesús resucitado camina junto a nosotros y nos acompaña.
La pastoral no puede reducirse al mantenimiento de una administración de la rica religiosidad implantada y heredada del pasado, sino abrirse a una pastoral misionera de servicio, atención, cercanía, de entrega amorosa en favor del necesitado. Las preciosas imágenes del Buen Pastor, con la oveja perdida sobre sus hombros, y del Buen Samaritano camino de la posada, con el herido que levantó de la cuneta, deberían ser siempre la referencia en nuestros pasos.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia desde sus orígenes y, a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar por aliviarlos, defenderlos y liberarlos.” (n. 2448)
La opción por tantos hermanos que extienden sus brazos, sin apenas voz, en demanda de ayuda y amor no es una anécdota cualquiera para el cristiano. Comprometerse ante tales situaciones pertenece a la esencia de nuestra fe, forma parte de nuestra vocación en el seguimiento de Jesucristo.
Es muy cierto “que el ser y actuar de la Iglesia se juzgan en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y el sufrimiento” (1 P. 10). Esta predicación del amor cristiano, aun sin palabras, la entienden todos y llega a todos.
II. En la comunidad cristiana
Para oír de verdad la voz de los necesitados, en un mundo con tantas interferencias, es peligroso hacerlo en solitario. Es tal el bombardeo de necesidades que llegan hasta producir en nosotros como cierta impotencia, insensibilidad y hasta enfado. ¿Qué puedo hacer yo solo?, nos preguntamos.
La comunidad, sin embargo, siempre tendrá alguna respuesta y, desde ella, nos sentiremos enviados y arropados por los demás.
No olvidemos nunca que la presencia del Espíritu Santo ha sido prometida a la comunidad y no al individuo particular, en favor de programas o instituciones. Estos últimos son medios al servicio de la comunidad, pero nunca podrán sustituirla. Es, en definitiva, la comunidad la que acoge, estudia, asiste, organiza, integra, promociona y ama.
Es toda la comunidad cristiana organizada la que se pone en camino para responder, por sus enviados, a tantas pobrezas y necesidades en la misma comunidad u en otras cercanas o lejanas, a las que no debemos cerrar nunca los ojos.
Este aspecto es parte esencial de la acción evangelizadora de la comunidad. Es como se crea un verdadero tejido de amor. Desde ella se integran acciones, iniciativas diversas, compromisos compartidos, gestos de cercanía sin exclusiones para nadie, denuncias constructivas, análisis de la realidad concreta… Es la comunidad, en definitiva, quien asume como tareas comunes, el conjunto de problemas a los que debe responder desde el amor cristiano.
No se trata tanto de posibilitar una mayor eficacia o de sumar esfuerzos, para conseguir mejores frutos, sino que lo que debe prevalecer es la respuesta de la comunidad a su vocación de encuentro con Dios amor en los hermanos. Es la comunidad la que experimenta al Dios en que cree para llegar hasta descubrirle en el rostro del necesitado.
III. Cáritas, en la Comunidad diocesana
Toda comunidad, y la Diócesis lo es, desde el abrazo a todas las comunidades que la integran, tiene la tarea y urgencia de amar al prójimo, poner en práctica el mandamiento del amor cristiano.
La Iglesia local necesita también promover, organizar y ordenar el servicio esencial de la caridad, en apoyo especialmente de las comunidades parroquiales y otras instituciones en el territorio diocesano.
Es de suma importancia ordenar esta tarea común de toda la comunidad diocesana. La Iglesia ha sido muy consciente de ello desde sus inicios. Así, podemos ya leer en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían sus posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.” (2, 44-45).
Podrán variar con el tiempo las formas en cuanto a la organización y respuesta a la vocación del amor cristiano, pero, como escribe el Papa en la Encíclica arriba citada, “… el núcleo central ha permanecido en la comunidad de los creyentes y no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa.”
Sin remontarnos a un pasado demasiado extenso, esta Comunidad diocesana de Jaén ha procurado en todo tiempo responder al testamento de Jesús del Jueves Santo y a su programa de las Bienaventuranzas, de muy diversas formas. Desde hace cincuenta años, la organización de la Caridad en la Diócesis ha estado en manos fundamentalmente de tan querida institución como lo es para todos CÁRITAS DIOCESANA .
IV. Memoria y reconocimiento agradecido
Por Decreto fechado en 5 de noviembre de 1958, aprobaba mi Predecesor en esta Sede de Jaén, el muy querido y recordado D. Félix Romero Mengíbar, la institución de Cáritas Diocesana.
Desde aquella fecha, sólo Dios sabe del inmenso caudal de amor que ha transcurrido y encauzado esta Institución.
Nos alegra poder ofrecer, dentro de pocas fechas, una publicación desde la iniciativa de Cáritas Diocesana, sobre las pinceladas más destacadas del disc
urrir de este río caudaloso en sus cincuenta años de historia. Lo que no se puede medir, ni recoger, es el agua que salta directamente hasta la vida eterna: la caridad anónima y callada que obra sólo en la presencia de Dios. De Él procede esta hoguera de amor y, aunque sea en pequeñas chispas, Él las recoge desde nuestras torpes manos.
Enriquecieron y se enriquecieron muchos fieles en este recorrido y bien merecen nuestro más sincero agradecimiento y reconocimiento. Tantos sacerdotes, tantos miembros que regalaron horas incontables e ilusiones desde Cáritas diocesana, tantos servicios desde el amor y comunión en favor de las cáritas parroquiales, interparroquiales, asociaciones e instituciones de fieles laicos y consagrados, atención a emigrantes, personas sin trabajo, personas sin techo, drogodependientes, en situaciones de especial dificultad, encarcelados… Gracias a todos y cada uno. Los nombres que aparecen en la breve historia todavía de tan querida institución diocesana, están ya inscritos, sobre todo, en el libro de la Vida. Algunos se encuentran ya en la presencia de Dios. Gracias.
ES LA DIÓCESIS ENTERA
Toda la Comunidad diocesana de Jaén se suma a este reconocimiento agradecido. Invito por ello a los fieles diocesanos, particularmente a quienes desde las diversas comunidades han participado, colaborado o forman parte de organizaciones en favor de la caridad, al acto que celebraremos en el Seminario diocesano de Jaén el próximo día 29 del presente mes de noviembre y a la Misa de Acción de Gracias que tendrá lugar en la S. I. Catedral, como acto final del Encuentro.
Todos sabemos que la Eucaristía es el “sacramento de la caridad” y que, desde la Eucaristía descubrimos el amor infinito de Dios por cada persona. En Ella se manifiesta el “amor más grande” de Quien dio su vida por la humanidad en la cruz. Nuestro amor y nuestra unión en Jesús Eucaristía es el que nos mueve al amor y entrega en favor del hermano con el mismo amor de Jesucristo. Este Sacramento eucarístico despierta nuestra sensibilidad y nutre de fuerza nuestro pobre ser para descubrir el rostro de Dios en tantos rostros necesitados.
CON MIRADA DE FUTURO
En nuestras manos está tan gran regalo. Conocemos la fuente del amor: la Eucaristía.
Escribe el Papa, en Deus caritas est, que “una Eucaristía que no comporte un ejerció práctico del amor es fragmentaria en sí misma.” (n. 14)
En la Eucaristía se fundamenta el futuro de Cáritas diocesana como fuente del amor divino, caudal de amor que hemos de repartir y vivir juntos.
Las “bodas de oro” de Cáritas diocesana abren para todos los fieles diocesanos un nuevo capítulo de esperanza, en la larga historia de la caridad que muy pronto llegó a estas tierras con el Evangelio de Jesucristo.
Los tiempos son nuevos y distintos también los corazones de los cristianos en cada época, pero el amor es el mismo y las necesidades las mismas, aunque adornadas de diversas circunstancias y matices. Se trata de caminar de la mano del Señor en comunidad, “en comunión y corresponsabilidad”, con la mirada puesta en nuestros hermanos necesitados. Es tarea de todos.
Con mi afecto en el Señor,
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén
Jaén, 10 de noviembre de 2008