Queridos fieles diocesanos, queridos seminaristas:
Como cada año, la Iglesia celebra en torno a la fiesta de San José el Día del Seminario. Este año 2024 será entre los días 17 al 19 de marzo, con el lema «Padre, envíanos sacerdotes». Se trata de una ocasión propicia para que en todas las comunidades parroquiales intensifiquemos la oración por las vocaciones al sacerdocio, para que el Dueño de la mies envíe muchas y santas vocaciones que sean canales de la gracia y la misericordia del Señor para nuestra Diócesis. El Señor de la historia y de todos nosotros, escuchará nuestras súplicas, y nos ayudará a encontrar los caminos para mostrar a los jóvenes la belleza de una vida entregada a Cristo, para representarle y hacer visible su presencia en medio de la Iglesia.
El Seminario es misión de todos. Todos estamos llamados a promover la vocación específica al ministerio sacerdotal desde nuestra condición de bautizados. Para ello, hemos de crear un ambiente favorable de generosidad y entrega, de apertura y de respuesta fiel a la llamada que Dios hace. Las familias, los catequistas, los diferentes grupos parroquiales, las cofradías, los sacerdotes y el obispo como cabeza de la Iglesia diocesana deben promover esta respuesta generosa al Señor, animando y acompañando a niños, adolescentes, jóvenes y adultos a encontrarse con Él. Sólo desde ese encuentro personal suscitado en la comunidad, el hombre puede ser generoso y dar un sí definitivo de entrega a Cristo.
Somos conscientes de que, en occidente, nuestras Iglesias han sufrido en las ultimas décadas una fuerte crisis de vocaciones, tanto al ministerio sacerdotal como a la vida consagrada; motivada, en parte, por profundos cambios culturales y sociales, y en parte por situaciones internas a la propia Iglesia. Nosotros damos gracias a Dios porque en nuestro seminario diocesano contamos con 18 seminaristas que, con gozo y generosidad, responden cada día a la voz de Dios. En cualquiera de ellos, se cumplen las palabras de la carta a los Hebreos: «Tomado de entre los hombres y puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios» (Hb 5,1). Son, por tanto, hombres de nuestro tiempo. Pero, ¿qué les diferencia de otros jóvenes similares a ellos? Su disposición plena a realizar la vida como respuesta a la llamada de Cristo «para estar con él y ser enviados a predicar» (Mc 3,14), entregando lo que son, lo que tienen y lo que anhelan al servicio de Dios, de la Iglesia y de todos las personas. Como cualquier ser humano, en el recorrido de su vida han ido escuchando muchas voces que reclamaban su mente y su corazón para diseñar un futuro que colmara sus inquietudes: la voz del amor humano; la de una profesión o trabajo que garantice una vida segura y confortable; la voz, en ocasiones turbadora y tentadora, de buscar la satisfacción inmediata de los propios deseos e intereses.
Pero en medio del ruido de tantas voces más o menos legítimas, han escuchado una voz distinta y cautivadora: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5,10). Es la voz de Cristo, el Señor. Y a la voz de su llamada, se han sentido colmados sus anhelos, respondidas sus búsquedas y relativizados sus proyectos personales. En definitiva, se han enamorado de Él, sienten pasión por Él y experimentan una energía interior que les llama a ser como Él. Son como cualquier otro chaval, con sus mismas debilidades y flaquezas, pero llamados por Dios a unirse a Cristo siendo sus testigos, que desean ser servidores del pueblo para llevarlo a Dios.
«Os daré pastores según mi corazón» (Jr 3,15). Con estas palabras del profeta Jeremías, Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen. Recemos por las vocaciones al ministerio sacerdotal y por nuestros seminaristas, para que crezcan cada día en santidad y en entrega a Dios. Una vocación sacerdotal es fruto de mucha siembra y oración. El testimonio y el ejemplo en el seguimiento de Jesús, sobre todo por parte de los sacerdotes, es el discurso más convincente y la palabra más elocuente para invitar a los jóvenes a vivir con Él, conocerlo y seguirlo «dejándolo todo» (Lc 5,11).
Finalmente, me dirijo al corazón de la Diócesis, queridos seminaristas: colocad a Dios en el centro de vuestras vidas y dejadle moldead vuestro corazón día a día. Como decía el Santo Padre a los seminaristas de Madrid, hace unos días: «Poned a Dios en el centro para dejar que sea Él el cimiento, el proyecto y el arquitecto, la piedra angular» (Papa Francisco, 3 de febrero de 2024). Sed exigentes con vosotros mismos en vuestra vocación, en el camino que habéis emprendido, conscientes de que toda elección libre conlleva renuncia a otros caminos legítimos. Perseverad, hacedlo desde una fe bien arraigada y estrechamente unidos a Él, sobre todo para los momentos de Cruz. Como podemos leer en Presbiterorum Ordinis: mostrad ya «La disposición de ánimo para estar siempre prontos para buscar no la propia voluntad, sino el cumplimiento de la voluntad de Aquel que nos ha enviado» (n. 15). Dejaos conducir siempre por el Señor, porque desde un corazón humilde y sencillo Dios logrará maravillas, como hizo en la Virgen María. Seguid poniendo vuestra confianza en Aquel que os llamó, porque os conducirá hasta ser portadores, un día, de la gracia de Jesucristo, Eterno Sacerdote y Buen Pastor, mediante el Sacramento del Orden Sagrado.
Os invito a todos, a movilizarnos con la fuerza de nuestra oración, con el testimonio de una vida cristiana gozosa y coherente, y con la generosidad de nuestra aportación económica en favor del Seminario. Así mostraremos nuestra gratitud a Dios, que es fiel a sus promesas; también nuestra corresponsabilidad y nuestro afecto por aquellos que un día van a servir a nuestra Diócesis con la entrega incondicional de sus vidas.
A todos os envío de corazón mi afecto y bendición,
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén