Apertura del Año de la Fe

Homilía del Obispo de Jaén, Mons. Ramón del Hoyo, en la celebración diocesana de apertura del Año de la Fe.

Saludos:

1. Hace hoy un año que el Papa, Benedicto XVI, convocaba la celebración, en toda la Iglesia mediante su Carta Apostólica Porta Fidei: el año de la Fe. Hoy nos disponemos con gozo a comenzar este tiempo de gracia.

Con la fuerza e impulso del Espíritu Santo, que invocamos en esta apertura, trataremos de poner en el centro de nuestra atención durante este año, el encuentro con Jesucristo, que nos ama y acompaña.

Damos gracias a Dios, por la ocasión que nos brinda el Santo Padre de poder reconocer y actualizar el gran regalo de la fe en nuestras vidas y en nuestra Iglesia particular de Jaén. Es un año especial para disfrutar de la belleza de nuestra fe y, como testigos de Cristo, seguir proponiéndola, con esperanza y alegría a nuestros hermanos.

2. La Carta Apostólica de convocatoria comienza con estas palabras:

«La puerta de la fe (Hch 14,27)… está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma»

El Papa nos exhorta a cruzar ese umbral a «atravesar esa puerta que supone emprender un camino que dura toda la vida». Empieza en el Bautismo (cf. Rm 6,4) y concluye «con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la Resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en la Iglesia a cuantos creen en El (cf. Jn 17,22)» (n.1)

Esta Carta Apostólica, junto con la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 6 de enero de 2012, marcarán primordialmente nuestro itinerario para el presente curso pastoral. Nuestro propósito hoy debería ser acercarnos cada uno de nosotros a sus contenidos y darles a conocer en toda la Comunidad diocesana.

Sabemos, por otra parte, que ha elegido el Papa este Año especial de la Fe, por coincidir con los importantes aniversarios que han marcado el rostro de nuestra Madre la Iglesia en nuestros días: Por una parte la apertura del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, y, por otra, el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, también en un 11 de octubre de 1992. Son documentos que deben pasar por nuestras manos muchas veces durante este año. Por todo ello, el Año de la Fe, ha de ser una ocasión privilegiada para promover entre los fieles diocesanos el conocimiento y difusión tanto de los Documentos conciliares, como los contenidos del Catecismo, con nuestro recuerdo agradecido y súplica, en favor de su intercesión a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II.

3. Hoy podemos observar, por otra parte, en nuestra sociedad que, debido a la fuerza de factores convergentes, que llamamos «proceso de secularización» se está produciendo cerca de nosotros una rápida erosión de nuestro patrimonio cristiano. Ello exige de los fieles bautizados una confesión clara y valiente, esperanzada y entusiasta de nuestra fe en Jesucristo, por parte de todo el pueblo de Dios: laicos, sacerdotes y consagrados.

No es momento de pasividad y menos de pesimismo, sino de abordar y superar juntos, llevados de la mano del Señor, esta prueba nueva en nuestra historia secular.

Decía el Beato Juan Pablo II en Toronto que es éste «un mundo que necesita ser tocado y curado por la belleza y por la riqueza del amor de Dios». Por ello además de no dejar pasar sin frutos de conversión las posibilidades que tenemos para crecer y confesar la fe, el Señor nos invita también a trabajar como enviados suyos, como testigos convencidos e ilusionados, en la tarea de la nueva evangelización, a la que nos convoca la Iglesia.

Con palabras del Apóstol San Pablo a los Gálatas (3,1-5) que hemos escuchado en la primera lectura afiancemos nuestra fe en el verdadero Evangelio de Jesucristo. Será bueno repasar durante este año la dirección que damos a nuestra vida de creyentes. Si nuestra fe en Jesucristo es cada vez más firme y arraigada o si, por el contrario nos dejamos conducir por nuestras ideas y tendencias haciéndonos esclavos en vez de libres.

4. Tengamos muy claro en este recorrido, ya desde este primer día, que sólo quien intima con Jesucristo, descubrirá esa alegría de creer y encontrará el entusiasmo de comunicar esa fe. Es desde la cercanía y amistad personal con Jesucristo desde donde aprendemos el arte de vivir como cristianos.

Decía el Papa, Benedicto XVI, el pasado 22 de diciembre: «Si la fe no adquiere nueva vitalidad con una conversión profunda y una fuerza real, gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces». Y podemos leer en su Exhortación Apostólica «Porta Fidei», más en concreto estas palabras: «Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año» (n.9)

Por la fe se nos concede contemplar la belleza de Jesucristo, ante cuyo fulgor, si acertamos a descubrirlo, quedamos ennoblecidos y transformados.

Pensemos en la experiencia de los discípulos de Emaús cuando reciben el don de la fe después de la Resurrección, cómo quedan transformados interiormente; o la de María Magdalena al pie del sepulcro vacío al reconocer al Señor. Ante el encuentro personal con Cristo sienten la necesidad impulsiva de anunciarlo. Se cumple siempre: las personas que se encuentran íntimamente con Jesucristo, se transforman «en sus presentadores» porque todo verdadero encuentro con Cristo es indefectiblemente misionero. Por el contrario nuestra pereza o cobardía para vivir su evangelio y anunciarlo, puede ser señal inequívoca de una falta de amistad auténtica y personal con Jesucristo.

Todos necesitamos de ese encuentro renovado con Jesús de Nazaret. Necesitamos rezar, gustar de su presencia, dedicar tiempos y espacios concretos para El en este Año de la Fe: acoger sus Palabras, encontrarnos con El en los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía y Penitencia. Liberarnos de egoísmos y mentiras en nuestra oración. Aprender qué es lo que verdaderamente nos pide Dios y es digno de Él.

En el Evangelio de San Lucas (11,5-13) que acabamos de escuchar Jesucristo nos asegura que Dios atiende siempre nuestras oraciones y nos invita a ser perseverantes en la oración. Dios nos concede siempre lo que nos conviene y sobre todo nos regala su Espíritu.

5. Como los discípulos de Emaús y María Magdalena, no podemos quedarnos, sin embargo , con el tesoro que hemos descubierto. Hemos de comunicarlo y Compartir con otros, nuestra fe.

Sabemos bien que en muchos cristianos la luz de la fe encendida en tierna edad con el bautismo, nunca se ha apagado y ha ido creciendo a través de la formación, de la oración, y de la práctica de la caridad. Pero también somos conscientes de que no pocas veces, por múltiples causas que no siempre se pueden identificar, esa luz termina si no apagándose totalmente, sí volviéndose tan mortecina que casi se diría ausente. A veces, los adultos que se comprometieron a alimentar la fe de los niños, padres y padrinos, que se hicieron garantes de su crecimiento, descuidan o ignoran totalmente dichos compromisos. Otras, las experiencias personales vividas en las distintas etapas del crecimiento o también la ausencia de experiencias significativas que sirviesen para acrecentarla, dejaron apenas un rescoldo muy difícil de reavivar. No son pocos los que profesándose nominalmente cristianos, reducen su fe al mantenimiento de un cierto código ético o de puntuales prácticas religiosas. Incluso quienes puedan sentirse más identificados con su cristianismo más de una vez se limitan a cumplir sus deberes religiosos y a una observancia sincera pero superficial de los mandamientos, de ahí que no lleguen a compromisos decididos como cristianos.

Urge, por todo ello, la conversión personal sincera en nosotros pr
imero y afrontar luego una nueva evangelización en nuestro entorno con entusiasmo y alegría. No dar por supuesta en nosotros primero y a favor de otros después la fe, como nos recordaba el Pontífice actual en su viaje apostólico a Portugal. Aprender el arte de Jesús para tratar con amor a toda persona. Estar muy atentos a las orientaciones del Sínodo de los Obispos que se inauguró en Roma el pasado domingo, coincidiendo con la declaración de San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia, en una ceremonia inolvidable. Caminemos atentos a tantas ayudas y gracias del Señor, para que produzcan sus frutos renovadores en nuestro ser de cristianos, en toda la Comunidad diocesana en este Año de gracia.

6. Muy queridos fieles:

No necesitamos hacer cosas extraordinarias pero sí sentir y hacer, por nuestra parte, todo lo posible para que el centro de nuestra vida lo ocupe Jesucristo, y que los pasos que demos sean desde su presencia y cercanía.

A lo largo de los próximos meses les iremos indicando otras celebraciones para vivir juntos los acontecimientos de este Año de la Fe.

Les propongo, para terminar, un modelo de creyente, un modelo de fe: La Santísima Virgen María. Su condición maternal alienta nuestros caminos y sostiene nuestra esperanza. Como Ella confiemos siempre en el Señor. Fiémonos totalmente de su misericordia divina y de su amor por nosotros.

Invocamos su intercesión y el patrocinio de San Eufrasio, junto con el de San Juan de Ávila, para que el Señor proteja y bendiga a nuestra Iglesia de Jaén. Amén.

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