María Zambrano. Una filosofía cristiana II: la razón poética

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Existe un modo cristiano de filosofar, en el que la fe no solo no destruye la filosofía, sino que la eleva y la salvaguarda, defendiéndola de la tentación escéptica, ese es el modo de María Zambrano.

María Zambrano observa que la filosofía se ha ido alejando de la vida, ya no da respuestas a las necesidades humanas. Tras el triunfo del racionalismo y la mentalidad cientifista lo cuantitativo ha obtenido la victoria sobre lo cualitativo. La razón ha quedado reducida a lo manejable, a lo instrumental. Pero los aspectos fundamentales del ser humano como el sentido de la vida, el amor, el dolor o la trascendencia no se pueden medir. Dado que, como piensa Zambrano, “nada de lo real debe ser humillado” es necesario elaborar un pensamiento que dé cabida a lo esencial de las cosas que tienen que ver más con lo cualitativo que con lo cuantitativo. Para ello intenta establecer un puente entre la filosofía, la poesía y la religión que denominará razón poética.

“A pesar, nos dirá, de que en algunos mortales afortunados poesía y pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que el pensamiento y la poesía se han enfrentado a lo largo de nuestra cultura”. El filósofo quiere adueñarse de lo real mediante el concepto, pero la poesía le recuerda su obligación de no perder de vista la atención a la vida, a los sueños y las esperanzas de la humanidad.

Para Zambrano la realidad está hecha de un tejido que contiene lo divino, lo cósmico y lo humano. No es Dios lo que se nos pierde, es el hombre el que se ha perdido. Es el hombre el que se está yendo del universo que sentimos. En nuestra sociedad tecnificada y consumista estamos obsesionados con llenar el tiempo, cuando de lo que se trata es de trascenderlo. Pero este trascender solo se puede hacer desde el interior.  Ella percibe como el ser humano se siente como un ser exiliado en el mundo y tiene que encontrar un sentido, una finalidad a la existencia. Todo no se puede explicar solo con la historia, hay que rebuscar en el alma humana y, en ese intrincado laberinto, adentrarse en el misterio de la vida y partir del sentimiento humano de la piedad y la aceptación del destino.

 En su camino hacia el interior descubre una luz tenue, tenue porque se asemeja a la luz del interior de la caverna. Desde esa luz en el abismo del alma es desde donde el hombre construye su historia. Estamos inmersos en la realidad, lo sagrado, que no puede ser pensada con las categorías lógicas del ser. La luz que encuentra en la oscuridad de lo sagrado es el sentir o latir de su vida. Sin lo sagrado que sustenta el universo, sin esa mente matriz de todas las mentes, no habría nada. Se trata, en el fondo, del encuentro con Dios que está en el hondón de nuestro ser. Dios está en el fondo de esa conciencia que constituye el ser del hombre.  El hombre se encuentra entre lo sagrado y lo profano, entre la nada y el tiempo, entre lo absoluto y lo contingente.

María Zambrano rescata lo religioso como núcleo de la personalidad humana, lo sagrado como lo originario del ser y sentir humano, irreductible a la razón, frente a un idealismo y racionalismo que excluyen la fe y la esperanza. Para Zambrano Vivimos en el Misterio, pero nuestra cotidianidad con él hace que lo miremos sin verlo, pues nuestros ojos están insensibles. El filósofo lo mira con ojos de asombro, pero no basta, se necesita mirar también con el sentimiento. El Misterio no está en el concepto, sino en las cosas mismas, en lo que nos rodea, lo que vive, lo que palpamos, lo que oímos, lo que sentimos. Solo una razón cordial, una razón abierta al corazón permite captar a verdad de las cosas de la vida que se nos revelan en un instante.

Hace muy poco tiempo que el hombre cuenta su historia, examina su presente y proyecta su futuro sin contar con los dioses, con Dios, con alguna forma de manifestación de lo divino. Sin embargo, como dice María Zambrano, una cultura depende de la calidad de sus dioses, cuando el hombre ha querido destruir sus dioses lo que ha hecho es suplantarlos por otros. El alma humana es imagen del Dios al que se busca, se encuentra y se adora.  La búsqueda de María Zambrano puede resumirse en estas palabras que escribió a Rafael Diesta:

“Quiero encontrar…el Dios concreto, vivo y muerto. Mi Dios cristiano que baja a la tierra, que se hizo carne como nosotros. Que nació y murió y anduvo sobre la tierra. En él y no en el dios del idealismo creo. Él me ha de salvar y nos salvará todos”.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

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