La Eucaristía y el martirio

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

En el libro de la Apocalipsis (Ap. 1, 5) se dice que Jesucristo es el Testigo Fiel. Durante toda su vida, desde la Encarnación en las entrañas de María, hasta su muerte en la cruz, Él da testimonio (es el testigo): La verdad, que predicó de parte del Padre, Él la firmó con su sangre. Y por eso resucitó. Ese resucitar de Jesús, en quien hemos puesto nuestra fe, así se hace piedra fundamental de todo el Credo cristiano.

La Diócesis de Jaén ya está viviendo gozosamente, que el próximo 13 de diciembre de 2025 serán declarados mártires 124 fieles nacidos por el bautismo a la fe y alimentados en su fe por la Eucaristía.

Volviendo la mirada a los comienzos de la Historia de la Iglesia: Tras la muerte de Jesús en Jerusalén, hacia el año 33 de esta era que vivimos[1], los cristianos, pronto, unos 40/50 años después de ser crucificado el Señor, también comienzan a ser perseguidos en el Imperio Romano. Nerón, el emperador, quizá sea la punta del iceberg perseguidor de aquellos martirios.

Tras los años de catacumbas y martirios, a los comienzos de siglo IV, siendo emperador Constantino, concluyeron las persecuciones.

A pesar de esas persecuciones tenemos relatos contemporáneos en que aquellos cristianos han acercado hasta nosotros aquellos “PASSIO”, en relataban con todo detalle todas las circunstancias de la prisión y muerte de aquellos mártires.

En realidad, aquellos siglos I, II y III fueron el cumplimiento de la palabra de Jesús: «Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn. 15, 20); es más, Jesús incluso dice: «Bienaventurados cuando os persigan» (Mt. 5, 11).

Será bueno profundizar un poco en lo que cantamos el Viernes Santo:

“Cruz de Cristo Redentor…, precio de la salvación de la humanidad caída”

Los planes de Dios.

Como colofón de toda la creación con toda su belleza de flores y diversidad de animales sobre la tierra o bajo las aguas de los mares; o la inmensidad de los cielos tachonados con estrellas y la luna…, como Rey de toda la Creación llegó, del barro de la tierra, la creación de Adán y Eva.

Pero para que el hombre fuera más perfecto le dotó de libertad. Con ella, el hombre «libre», quiso ser como Dios, conocer el bien y el mal. Aquel primer hombre -y todo hombre-, libremente peca.

El Edén, el Paraíso Perdido, es la pobreza del hombre que entró por el camino del pecado.

Pero la grandeza de Dios es «recrear» al hombre caído.

¡Creación y Recreación!

¡Creación y Redención!

Dios por su amor nos crea; y él mismo por su amor nos re-crea.

En el Padre Nuestro decimos al Señor: «Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden” (Mt. 6, 9).

Con un razonamiento muy simple podemos saber lo que es una deuda, una ofensa. Nos lo explica Jesús con una parábola:

Nos dice que un criado debía a su amo diez mil talentos; es una cantidad de dinero grandísima. Como no tenía el criado para pagar, el amo se lo perdonó. Pero luego el criado perdonado se encuentra con otro criado que le debía a este compañero una pequeña cantidad y no quiso perdonarle ese «poco». (Mt. 19, 1-35) Uno debía mucho y otro debía poco.

Dios es el amo que perdona: Todo y siempre. No olvidemos el Padre Nuestro (“Perdónanos como nosotros perdonamos”. Como Dios nos perdona).

Nuestra fe nos lleva a acercarnos al Dios de las Misericordias porque es nuestro Padre. Le debemos mucho. Somos pecadores. Pero alguien paga nuestra deuda contraída por el pecado.

Por nuestro pecado todos debemos a Dios, tenemos con Él una deuda infinita. Y Cristo Jesús paga por nosotros nuestra deuda y Dios, infinitamente misericordioso «pone su corazón en la miseria” y nos redime.

¡Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo, el Verbo Encarnado, para que el mundo se salve por Él! (cfr. Jn. 3, 16)

Ha venido Jesús a pagar por nosotros el precio del rescate. Este es el misterio de la Redención. Ante tal generosidad del Hijo que se entrega y del Padre que perdona y del Espíritu que mueve el corazón humano para arrepentirse y agradecer, la Iglesia en la noche del Sábado Santo, en la Vigilia Pascual, canta:

¡“El Hijo ha pagado la deuda de Adán”!

¡De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados!

Esto es precisamente lo que «volvemos a realizar» cada vez que celebramos la Eucaristía:

El pan consagrado es el cuerpo que se entrega por nosotros.

El vino que se consagra es (no otra vez, sino la misma vez) que Cristo derrama su sangre para el perdón de los pecados.

Me detengo ahora ante la imagen del Cristo de la Expiración, mirando al cielo y a la vez abrazando a todos los hombres.

Es el momento más sublime que ha acontecido sobre la tierra en toda la historia. Dios, en Cristo crucificado. El hombre redimido, abrazado por Jesús que entrega su sangre como precio de la salvación.

En ese momento, los momentos de Cristo en la Cruz, mientras expira en ella, el Padre desde el cielo mira al hombre, pero su mirada al hombre es ver el rostro dolorido del Crucificado.

Y el hombre que ansía ver a Dios, mira al cielo y busca a Dios. Pero para el hombre peregrino, el rostro de Dios es el rostro de Jesús que ha redimido al hombre. En esa mirada a Jesús vemos el mismo rostro dolorido, de Cristo que expira y paga por nosotros.

Hay sangre en Jesús crucificado; hay muerte en Cristo; pero en ello está la salvación, el rescate, el perdón sobre el hombre. Jesús el testigo fiel, nos redime en la cruz; y cada vez que celebramos la Eucaristía re-vivimos el misterio de Cristo redentor.

Con los ojos de Jesús, nosotros pecadores miramos con el corazón abierto, con pena y con lágrimas… al Padre.

El perdón de Dios, su misericordia, se ha derramado en nosotros a borbotones; nos inunda: la «misericordia», es decir, Dios ha puesto su corazón en nuestra miseria.

¡Santo Dios; santo y fuerte; santo e inmortal!

La Eucaristía, (dije más arriba) es el «mismísimo acto de nuestra redención: el pan que se entrega, la sangre que se derrama «Anunciamos tu muerte; proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús! Así se saludaban los primeros cristianos: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!

La Eucaristía es sacramento; que nos alimenta en el camino, y al mismo tiempo, nos anticipa el cielo en la tierra. Fue lo más grande que Jesús pudo dejarnos como Testamento.

Estos misterios (Creación, Redención, Eucaristía, Muerte y Resurrección) la fe nos los desvela. El testigo fiel es Cristo Jesús; también nosotros hemos de serlo en la vida, en el «pasar» por este nuestro camino de la tierra. ¡Ser testigos de nuestra fe!

Por eso al recordar los mandamientos los resumimos en «dos»: Servir y amar a Dios sobre todas las cosas; y al prójimo como a nosotros mismos.

La Eucaristía vivida en el templo, en COMUNIÓN con el Papa y el Obispo y todos los bautizados nos urge a un testimonio de fidelidad, y, si es necesario, puede sernos pedido el testimonio hasta la muerte.

Esto es lo que vamos a celebrar el 13 de diciembre próximo: 124 hermanos nuestros, que pisaron las calles por donde nosotros paseamos, creyeron hasta morir por su fe: fueron mártires.

Damos gloria a Dios porque Él ha dado honor y gloria a la sangre derramada por nuestros hermanos.

¡Eucaristía y martirio!

El martirio único, singular y magnífico de Cristo que expira en la cruz ha sido paradigma, modelo y espejo para nuestros 124 hermanos que dieron su vida por su fe.

Vuestra Cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración, con sede en la Parroquia de San Bartolomé de Jaén tiene un vínculo especialísimo con algunos de ellos: fueron párrocos o feligreses o cofrades de vuestra cofradía. ¡Honradlos con vuestra «memoria»!

Los primeros cristianos en aquellos siglos de catacumbas y martirio, cuando recogían el cuerpo aún caliente de un mártir, sobre él celebraban la Eucaristía en su «memoria».

Años más tarde San Ambrosio escribe: «Sobre el altar el Santificador; y bajo el altar, los santificados».

Jesús fue el Santificador

Pedid ante la imagen del Cristo de la Expiración, ser cada día, ser cada uno de nosotros, un «santificado» por el trabajo, por la oración, por vuestra convivencia en la sociedad y en la familia.

Sacerdotes y seglar vinculados con la cofradía de la Expiración que van a ser beatificados el 13 de diciembre de 2025.

Francisco Morales Aballe
Nació en Jaén el 4 de octubre de 1871. Tras pasar por el Seminario, se ordenó presbítero en 1899. Fue primero coadjutor en la Parroquia de San Pedro y luego párroco de la misma desde 1914, cargo que compaginó con la docencia en el Seminario. Iniciada la Guerra Civil fue detenido en su domicilio en la calle Josefa Segovia e ingresado en prisión. De ahí le sacaron en la madrugada del 3 de abril de 1937 en unión de otros treinta y cinco compañeros, siendo conducido al cementerio de Mancha Real donde se les asesinó. Desde 1925 era cofrade de Nuestro Padre Jesús.

José Ortega Carrillo
Nació en Jaén el 4 de marzo de 1877. Ordenado presbítero en 1899, fue designado capellán del monasterio de Santa Úrsula. Iniciada la Guerra Civil fue muy perseguido, incautándole sus bienes, por lo que se refugió en la casa de una sobrina en el número 14 de la Calle Matadero -hoy Soledad Torres Acosta- donde fue visto por una lechera que lo hizo saber a un miliciano. Sus comentarios alertaron a una patrulla que le detuvo sin formalidad legal alguna, encerrándole en un centro de detención instalado en los bajos del Ayuntamiento, de donde fue sacado en la noche del 30 de noviembre de 1936, para llevarle al cementerio de Mancha Real donde fue asesinado.

Ildefonso Ortega González
Nació en Jaén el 6 de noviembre de 1873. Se ordenó presbítero en 1908. Desde 1911 ejerció como capellán en la Santa Capilla de San Andrés. Por su natural bondadoso y sencillo se le conocía en el barrio como «el cura Alfonsón». Iniciada la guerra se recluyó en su domicilio en el Callejón del Alcázar. Allí fueron a buscarle en la noche del 30 de octubre de 1936 unos milicianos que le trasladaron a un centro de detención instalado en el número 9 de la calle del Obispo González. A la madrugada siguiente le llevaron en un camión al cementerio de Mancha Real, donde fue asesinado.

Antonio Marín Acuña
Nació en Bailén el 28 de agosto de 1893. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada en 1917. Abogado del Estado en 1921. Se colegió como abogado en Jaén en 1922. Fue Gobernador Civil de Las Palmas (1927) Orense (1929-1930) y Córdoba (1936). Gobernador de la Santa Capilla de San Andrés (1935). Al iniciarse la guerra civil, el 20 de julio de 1936 fue recluido en la Prisión-Catedral de donde quisieron sacarle el 11 de agosto en la expedición que terminaría trágicamente en la madrileña Estación de Atocha. (no va incluido entre los 124)

Su hermano José María, sacerdote, se ofreció a ir en su lugar lo que le costaría la vida. Posteriormente, en la madrugada del 2 de abril de 1937 le sacaron en unión de otros diecinueve compañeros, llevándole al cementerio de Mancha Real donde fue asesinado.

Bernardo Ruiz Cano  (seglar)

Periodista, nacido en 1909. Buen escritor y excelente poeta. Por su vinculación al periódico «El Pueblo Católico» y luego al «Eco de Jaén», fue muy perseguido, siendo asesinado el 24 de septiembre de 1936 en el Cortijo «El Frage», cerca de Iznalloz, donde a la sazón estaba establecida la línea del frente. Era desde 1933 cofrade de Nuestro Padre Jesús.       

Jaén 14 de noviembre de 2025.

Mons. Rafael Higueras Álamo
Postulador de la fase diocesana del proceso de martirio


[1] Es el cálculo que hizo Dionisio el Exiguo. Según los estudios que él hizo, dató la fecha del Nacimiento de Jesús unos 475 años antes de ese momento de los cálculos …

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