La diligencia y los pobres

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

Amar no es solo sentir: es atender, cuidar, responder. En latín, el verbo diligĕre no significa simplemente amar, sino amar con diligencia: con premura, con atención, con cuidado responsable. Diligĕre une el corazón y las manos. Nombra un amor que no se conforma con emociones, sino que se convierte en movimiento.

A partir de este verbo se puede leer toda una tradición cristiana del amor: el amor que contempla, que sale al encuentro, que se hace concreto. Es el hilo que atraviesa la figura de María en el Evangelio de Lucas, las exhortaciones de los papas —de Dilexit Nos de Francisco a Dilexi Te de León XIV— y la celebración de la Jornada Mundial de los Pobres. En todas ellas late una misma convicción: lo afectivo es lo efectivo. Solo el amor que se hace diligente transforma la realidad.

María, la que ama con diligencia

Lucas narra que María, apenas escucha la noticia del ángel, “se levantó y fue aprisa a la montaña” (1,39). El texto griego usa metà spoudês, a veces traducido al latín como cum diligentia caritatis. Los Padres de la Iglesia vieron en este movimiento una imagen del amor verdadero: un amor que no se demora, que no calcula, que se pone en marcha con prontitud.

San Gregorio Magno decía: “amor non torpet, sed cum diligentia agit” —el amor no se adormece, sino que actúa con diligencia—; y san Bernardo de Claraval lo expresaba con claridad: “diligere est diligenter agere” —amar es actuar diligentemente. En María, el amor se vuelve ágil, concreto, encarnado. No hay distancia entre el corazón que acoge la palabra y los pies que salen al encuentro. Es la diligencia del amor la que la impulsa: la caridad que no espera, que toma la iniciativa, que se mueve antes de ser llamada.

Su fiat no es pasivo; es disponibilidad activa. La visita de la Virgen a su prima Isabel es el primer gesto de esa caridad diligente que no se queda quieta. Su canto, el Magníficat, proclama que Dios invierte los valores y opta por los pobres: colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos. El amor diligente, como el de María, combina atención, cuidado y prontitud: escucha, acoge y actúa.

“Dilexit Nos”: el corazón que ama primero

Cuando el 24 de octubre de 2024 el Papa Francisco rubricó su encíclica Dilexit Nos (“Nos amó”), lo hizo situando el Corazón de Jesús en el centro de la vida cristiana. No como símbolo piadoso, sino como síntesis del Evangelio: Dios tiene corazón, y ese corazón ama primero.

La encíclica insiste en que el cristianismo no es ante todo una doctrina, sino un acontecimiento de amor: “Nos amó” significa que toda iniciativa parte de Dios. Pero ese corazón no se queda en la intimidad; se abre a la historia. Para Francisco, el corazón de Cristo sigue palpitando en los corazones que se conmueven ante el dolor de los hermanos. Así, lo afectivo se vuelve efectivo. El amor verdadero no se repliega: crea vínculos, sana heridas, construye comunidad.

Dilexit Nos recupera el lenguaje del afecto como categoría teológica: ternura y misericordia que se traducen en acción. Amar con el corazón de Cristo es aprender su ritmo: sentir con Él, sufrir con Él, actuar con Él. Es un amor que se mueve con diligencia, aunque esa palabra no aparezca literalmente en el texto.

“Dilexi Te”: amar diligentemente

Un año después, la exhortación Dilexi Te de León XIV (“Te he amado”) prolonga ese itinerario. Si Dilexit Nos expresaba el amor recibido, Dilexi Te habla del amor ofrecido: la respuesta activa del discípulo. Del “nos amó” pasamos al “te he amado”. La lógica del don engendra reciprocidad.

En sus páginas —y especialmente en el capítulo III— el Papa León recorre una verdadera “diligencia de testigos”: santos, comunidades, hombres y mujeres que amaron a los pobres con inteligencia, creatividad y constancia. Una caridad sin prisa pero sin pausa, que combina compasión y competencia, ternura y eficacia. El documento insiste en que el servicio a los pobres no puede quedar reducido a asistencialismo. Amar diligentemente significa reconocer la dignidad del otro, implicarse en su promoción, trabajar por las causas de la justicia. Es un amor que ve, que escucha, que actúa.

León XIV retoma la intuición de Francisco: “la cuestión de los pobres conduce a lo esencial de nuestra fe” (DT 110). “La Iglesia, en cuanto Cuerpo de Cristo, siente como su propia ‘carne’ la vida de los pobres, que son parte privilegiada del pueblo que va en camino” (DT 103). Esa carne concreta es la que reclama diligencia: atención, cuidado, presencia. No se ama a los pobres en general, sino al pobre concreto, con nombre y rostro, con su historia y sus heridas.

El verbo diligĕre recobra toda su fuerza: amar con esmero, con solicitud, con arte. No basta buena voluntad; se necesita dedicación. La caridad es también una forma de inteligencia: comprender al otro, organizar recursos, sostener procesos, perseverar en medio de la dificultad.

La Jornada Mundial de los Pobres: un tiempo para ejercitar el amor

Desde 2017 la Jornada Mundial de los Pobres se celebra anualmente como una oportunidad para que la comunidad cristiana viva este amor diligente de forma visible. El Papa Francisco la instituyó convencido de que “es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas” y de que la misericordia encarnada “nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas”. 

Cada Jornada tiene un lema tomado de la Escritura (la primera fue, precisamente, “No amemos de palabra sino con obras” [1 Jn 3,18]) y propone un camino de conversión pastoral. No se trata solo de colectas o campañas, sino de un estilo de vida: mirar de frente al pobre, reconocerlo como hermano, dejar que su presencia transforme nuestras seguridades. Este año se celebra bajo la óptica de la esperanza, de modo que en cada comunidad, en cada alma, el Evangelio engendre signos eficaces de esperanza que se concreten en un amor que no se canse de salir al encuentro del necesitado.

La Jornada es, por tanto, una cordial invitación a frecuentar la escuela de la diligencia que vence la fatiga y el desánimo, actitudes en las que a menudo nos sumerge la desidia. La Jornada nos alienta a pasar del gesto ocasional al compromiso constante; del ver al acompañar. Amar diligentemente es celebrar la Eucaristía y después compartir la mesa con los que carecen de ella. Cada año, parroquias, movimientos y comunidades descubren que el amor al pobre no es un tema social, sino una cuestión de fe. En el pobre palpita el corazón de la Iglesia.

Conclusión: el latido de la diligencia

Entre Dilexit Nos y Dilexi Te se dibuja un movimiento continuo: de Dios que ama primero al discípulo que responde, del corazón que recibe al corazón que se entrega. María, los santos, las comunidades pobres, la Iglesia entera forman una sola corriente de amor diligente.

La palabra diligĕre nos devuelve el sentido más hondo del mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). No basta amar “mucho”; se trata de amar bien: con atención, con prontitud, con fidelidad.

El amor diligente no tiende al espectáculo. Es el amor que ve y actúa, que cura y acompaña humildemente, que sostiene sin ruido. Es el amor que, como María, se levanta; que, como Cristo, se entrega; que, como tantos testigos, no se cansa de recomenzar. Amar con diligencia: ahí reside el secreto de la fecundidad del Evangelio. Porque solo lo que se ama con cuidado permanece, abre ventanas a la esperanza; solo lo que se ama diligentemente transforma la vida y la realidad, acaba con la rutina, disipa la indolencia.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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