
El año 1879 el papa León XIII nombraba cardenal a un anciano sacerdote de salud mermada, John Henry Newman. Con este gesto se reconocía a una de las personalidades cristianas más relevantes del siglo XIX. No era solo la solidez de su pensamiento filosófico y teológico, su espiritualidad o el servicio a la Iglesia lo que se ponían de relieve. Era sobre todo una vida, la vida de un hombre que amaba profundamente a Cristo, que buscaba la verdad y que ponía la libertad y la conciencia en un lugar destacado. Cinco años antes en 1874, en una carta, Carta al duque de Norfolk había escrito:
“Ciertamente, si yo tuviera que llevar la religión a un brindis después de una comida —lo cual no es algo muy apropiado—, entonces brindaré por el Papa, ¡pero primero por la Conciencia y después por el Papa!”
Estas palabras no eran teoría vacía, sino el eco de su propia vida. Newman sabía lo que costaba escuchar a la conciencia: dejar honores, amistades y seguridades. Pues el reconocía que la conciencia autentica no es un capricho personal, sino la voz de Dios inscrita en el corazón. Un año después de ser elegido cardenal (en 1980) fallecía en Birmingham siendo sepultado en Rendal. Su lápida tiene la siguiente inscripción: “Ex umbris et imaginibus ad veritatem” (De las sombras e imágenes hasta la verdad), estas palabras sintetizan perfectamente la historia del líder y cabeza del Movimiento de Oxford que pretendía reformar la Iglesia anglicana, autor de 24 de los Tracts of The Times dirigidos contra el papismo y donde se presentaba al anglicanismo como la auténtica Iglesia. El mismo Newman que años después se convertía al catolicismo e ingresaba en el Oratorio (la comunidad fundada por san Felipe Neri). Visto como traidor por gran parte de la comunidad anglicana y siendo recibido de modo hostil por muchos católicos que desconfiaban de sus ideas liberales. Pero siempre fiel a su conciencia y a la búsqueda de la verdad.
Para entender lo que supuso Newman para los anglicanos y los católicos baste con dos apuntes. El primero lo tomamos de la nota necrológica escrita en “Guardian” el 13 de agosto de 1890: “El cardenal Newman ha muerto. Con él perdemos no solo a uno de los más grandes maestros de estilo de lengua inglesa…a un ejemplo eminente de santidad personal, sino al fundador de la Iglesia anglicana tal como la vemos hoy”. La segunda nota la tomamos de Stephen Dessin quien en “Vida y pensamiento del Cardenal Newman” nos dice: “Desde su fallecimiento la influencia de Newman se ha expandido y penetrado por todos los lados de la Iglesia católica. Esto se ha puesto más en evidencia desde la nueva apertura iniciada por el papa Juan XXIII y continuada en el concilio Vaticano II, que incluso ha sido aclamado como el “concilio de Newman”. Igual que al papa Juan le gustaba insistir en el antiguo proverbio: in necessaritis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas (En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad) …. Quería que los católicos salieran del guetto y ocuparan su lugar en el mundo, se adaptaran, ampliaran su capacidad de comprensión con la confianza de que la verdad nunca se puede contradecir”.
John Henry Newman fue beatificado el año 2010 por el papa Benedicto XVI, y canonizado por el papa Francisco el año 2019. Recientemente, el 31 de julio de 2025, el papa León XIV confirmó su intención de otorgarle oficialmente el título de Doctor de la Iglesia Universal.
Desde que se dio a conocer la intención de reconocer a Newman como nuevo Doctor de la Iglesia algunos pretendieron establecer un debate absurdo al reducirlo a categorías como tradicionalista o progresista, propia de la polarización ideológica actual. Es absurdo encasillar a Newman en estas categorías, más aún nos atrevemos a decir que Newman rebasa cualquier esquema. Lo que sí podemos decir es que representa el rostro abierto de la iglesia por varias razones. En primer lugar, por la unidad entre la fe y la razón. Newman no enfrentó tradición y modernidad, sino que mostró cómo la tradición viva de la Iglesia se enriquece en el tiempo mediante el “desarrollo del dogma”. En segundo lugar, por el respeto a la conciencia. Él afirmó que la verdadera obediencia a la Iglesia no aplasta la conciencia, sino que la ilumina. Esta visión sigue siendo actual en un mundo que sospecha de las instituciones religiosas. Y finalmente por el diálogo con la modernidad, pues no se limitó a repetir lo heredado, ni tampoco a rechazarlo, sino que supo discernir lo que en la modernidad era valioso integrándolo en una fe profunda.,
Recorrer el camino de este poeta, novelista, filósofo y santo será el objetivo de los próximos artículos del atrio siguiendo su lema cardenalicio: Cor ad cor loquitur (“El corazón habla al corazón”).
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía
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