Homilía en la fiesta de la Aparición de la Virgen de la Cabeza 2021

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

 La fiesta de la Aparición de la Santísima Virgen de la Cabeza vuelve a reunirnos un año más, a las plantas de la imagen de nuestra Madre y Señora, para recordar con agradecimiento aquel portentoso acontecimiento, marcado profundamente en la historia religiosa de nuestra tierra, que sucedió en la madrugada del 11 al 12 de agosto de 1227, hace casi ya 800 años. Y nos reunimos con gozo porque la aparición de la Virgen de la Cabeza al pastor Juan Rivas es, no solamente y, en definitiva, que la Madre de Dios salga al encuentro de una persona en particular, sino la certeza de que María, Virgen y Madre, sale al encuentro de todo hombre y mujer que busca a Dios e intenta vivir con un sentido trascendente su existencia. Ella, en cierto modo podíamos decir, se nos aparece a todos, quiere ser compañera nuestra en el camino, en esa formidable la romería hacia la plena comunión con Dios y con los demás, que es la vida humana.

Y quisiera glosar esta aparición discreta, callada, en ocasiones imperceptible de la Virgen a cada uno de nosotros en el día a día, a partir de tres ideas o conceptos, que nos ofrecen las lecturas que acaban de ser proclamadas. Como suele hacer el papa Francisco, os ofrezco esos tres conceptos claves, que a continuación iré desgranando: orar, vivir, cumplir.

El profeta Isaías nos decía en la primera lectura que el Señor nos llevará a su monte santo, y nos alegrará en su casa, que es casa de oración. En esta noche santa, nosotros, peregrinos y romeros de la vida, celebramos que esa palabra del profeta se cumple aquí y ahora, porque es Dios, que quiso poner en medio de nosotros su santuario, quien nos ha traído a esta casa de oración, que es la casa de María, la Virgen orante. Subir al cerro, venir a esta Real Basílica Santuario no es sólo cumplir con una tradición secular que recibimos de nuestros mayores; no es asumir una costumbre que forma parte de nuestra historia cultural, por muy secular que sea; no es repetir de manera inconsciente un ritual que el paso de los siglos ha ido enriqueciendo con elementos artísticos, literarios y folclóricos. No. Venir a esta casa de María es ante todo y sobre todo venir a orar.

María es la Virgen orante, que en su comunión profunda con Dios descubre lo que el Señor quiere de ella. Con su actitud de apertura, de escucha diligente de la Palabra de Dios, la Virgen Madre nos enseña la prioridad de la contemplación en nuestra vida cristiana. Nos afanamos en mil y un tareas: programaciones, reuniones, actividades, proyectos.., -que son necesarias-, pero en muchas ocasiones nos fatigamos hasta la extenuación porque nos falta esa dimensión contemplativa de la oración, que la Virgen de la Cabeza nos enseña. Ella quiso, hace casi ya 800 años, que aquí se levantase un templo sobre todo y ante todo para orar, para rezar, para fomentar ese diálogo amoroso entre Dios nuestro Padre, y nosotros, que debemos vivir con alegría nuestra condición de hijos de Dios e hijos también de María, nuestra Madre.

Sin esa dimensión contemplativa, sin oración, nuestros juicios serán errados, porque nuestros criterios no serán los del Evangelio. No llegaremos a contemplar con ojos de profunda fe los acontecimientos que vivimos, y en los que Dios nos revela su voluntad para con nosotros. Seremos, así, incapaces de dar nuestra sí, nuestro fiat, a Dios, como lo hizo con entrega confiada y entusiasta la Virgen María. Por ello, como denuncia el papa Francisco en repetidas ocasiones, vivimos en la mundanidad espiritual. Aparecemos ante los demás como cristianos, pero nuestros criterios son paganos. Queremos que se nos reconozca como hijos de María, pero nos falta un corazón universal como el de la Virgen de la Cabeza, que abraza y acoge a todos, sin excepción. Y si examinamos cuál es la causa de esa realidad, en el fondo coincidiremos en que está en la falta de oración.

Vengamos, pues, al cerro a rezar, a orar. Hablémosle a nuestra Madre con toda confianza, y digámosle, como le dijo San Bernardo, o con nuestras propias palabras: Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti.Sí, la Virgen nunca nos abandona, siempre nos socorre, siempre nos asiste y vela por nosotros.

Pero la oración es diálogo, es como una calle de doble dirección. Hablémosle a Dios nuestro Padre, oremos a María, pero ante todo y sobre todo escuchemos. La oración tiene más de escucha que de discurso nuestro. Aprendamos de María, la Virgen de la escucha, a hacer silencio en nuestro corazón, para que en él reverbere y resuene con fuerza la palabra que Dios nos dirige, el mensaje de amor y esperanza que María nos dirige, cuando se nos aparece invisible y espiritualmente, pero de modo real, en la oración, y viene a nuestro encuentro.

El segundo concepto es vivir. En el inicio de la historia fuimos creados para vivir, para participar de la misma vida de Dios, pero el pecado introdujo la muerte en el mundo. Sin embargo, como nos recordaba San Pablo en la segunda lectura, Cristo ha vencido a la muerte y nos llama a una vida plena y definitiva, que empezamos ya a gustar en nuestro bautismo. Como recordaremos el domingo que viene en la solemnidad de la Asunción, en la Virgen María se cumple por vez primera en un ser humano, de manera plena, el plan de salvación que Dios nos ofrece a todos.

Por eso, acercarnos a María es ponernos en su escuela para que Ella nos enseñe a vivir, a vivir de verdad. Y la Virgen, madre y maestra, nos enseñará que vivir no es tener bienes materiales ni ejercer el poder sobre otros; nos mostrará que vivir no es disfrutar de placeres efímeros y transitorios o dejarnos halagar por la fama y el reconocimiento de los demás. La Virgen de la Cabeza nos enseñará que el secreto de la verdadera vida se encierra en el amor, que en su doble dimensión del amor a Dios sobre todas las cosas y el amor a los demás como nos queremos a nosotros mismos, es la clave de la felicidad. Quien no ama, no es feliz, nos diría la Virgen de la Cabeza. Por eso, nadie puede ser un fiel hijo de la Virgen si alberga en su corazón sentimientos que con contrarios al verdadero amor. Nadie puede considerarse fiel devoto de la Madre de la Cabeza si en su interior anida el resentimiento, el odio, la venganza, la mentira, la calumnia, en definitiva, todas esas realidades que son manifestaciones de la muerte que el pecado produce en nuestra existencia.

Si Eva significa en hebreo madre de los que viven o fuente de la vida, María, la nueva Eva, es la madre de los que estamos llamados a vivir más allá de la limitación de la muerte, porque Ella es, después de Cristo, la primera que gozó de la vida nueva de la resurrección y, además, fue la madre de Jesucristo, que se presentó a sí mismo como la resurrección y la vida. Para ser felices, aprendamos de María a vivir, es decir, a amar como ella nos enseña: a Dios, en confianza y entrega a su voluntad, y a los demás, con solicitud hacia nuestros prójimos, pero no de cualquier modo, sino con la premura y sensibilidad con que María atendió, y sigue atendiendo y remediando hoy, las necesidades de los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Finalmente, cumplir. Rememorando el evangelio apenas proclamado podríamos preguntar, como hizo Jesús: ¿Quién es la madre y quiénes los hermanos del Señor? La respuesta la sabemos: lo definitivo no es la sangre, los lazos de familia. Lo decisivo es cumplir la voluntad del Padre del cielo. Pero no nos equivoquemos. Lo que Jesús quiere resaltar con su respuesta es precisamente la grandeza de María, en la que la maternidad física es elevada sobre todo por su actitud como discípula, que acoge la Palabra de Dios, y como sierva del Señor, que cumple la voluntad del Padre. Es, podríamos decir, en cierto modo, un piropo a la Virgen. Como tantos vivas le lanzamos a la Virgen de la Cabeza, podríamos decirle con las palabras del evangelio unos piropos parecidos: ¡Olé tú, perfecta cumplidora de la voluntad de Dios!, ¡Olé tú, mujer de la confianza absoluta en el Padre!, ¡Olé tú, motivo de esperanza en nuestros cansancios por seguir a Jesús en el camino de la vida!, ¡Olé tú, mano cálida que enjuga nuestras lágrimas!, ¡Olé tú, presencia continua que llena de ternura y compasión nuestra existencia!

María nos enseña a fiarnos de Dios, nos anima a entregarnos, aun sin ver, a las manos providentes de un Padre que ha hecho de la vida de cada uno de nosotros una historia irrepetible de amor.

Permitidme que para concluir me atreva a recoger los deseos y sentimientos que palpitan en vuestro corazón en esta noche santa, y los verbalice con mis torpes palabras para concluir rezándole a la Santísima Virgen de la Cabeza:

 

Madre Santísima de Dios y Madre nuestra, Virgen de la Cabeza: en esta noche santa te pedimos que podamos sentir con alegría desbordante cómo tú te apareces a cada uno de nosotros en la vida de cada día, como hiciste con Juan Alonso de Rivas, cuando somos hombres y mujeres de oración, y como hiciste con la comunidad de Jerusalén rezas con nosotros y por nosotros.

Virgen Santísima de la Cabeza, enséñanos a vivir de verdad. Haz que descubramos que en el evangelio de tu Hijo está la explicación del misterio de la vida. Anímanos con tu presencia cercana y llena de consuelo, en los cansancios y desánimos que nos acarree amar al estilo de tu Hijo Jesús.

Madre y Señora de todos, ilumina nuestro corazón para que no desfallezcamos en el cumplimiento de lo que Dios quiere para todos y cada uno de nosotros.

Tú, que eres la madre de los que viven más allá de la muerte, conduce a nuestros difuntos, especialmente a las víctimas de la actual pandemia, a la presencia misericordiosa de tu Hijo Jesús, y sigue rogando por los que quedamos en este mundo, ahora y en la hora de nuestra muerte.

¡Amén!

Francisco Juan Martínez Rojas
Vicario General de la Diócesis de Jaén

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