Saludo al Ilustrísimo Sr. Vicario General de nuestra Diócesis y Deán, D. Francisco Juan, al Ilustrísimo Cabildo catedralicio y sacerdotes que estáis presentes, a los religiosos y seminaristas. Un fuerte abrazo fraternal y mi aliento en vuestro servicio Pastoral.
Dignísimas autoridades, Sr. Alcaldesa.
A las instituciones que promovéis este proyecto magnífico del Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza, os manifiesto mi aliento y apoyo. Así como mi felicitación ante la efemérides que hoy celebramos: el 25 aniversario de la creación de dicho festival.
Saludo a todos los que a través de “la 2” de Televisión Española, estáis participando en esta Celebración. Especialmente, a los mayores y a los que, por alguna circunstancia, estáis impedidos.
A todos vosotros, hijos de esta bendita tierra jienense, impregnada del celo apostólico de San Juan de Ávila, y amigos que os unís a esta celebración, y que me acogéis en este magnífico Templo Catedralicio, de la Natividad de nuestra Señora, como primer acto tras mi toma de posesión ayer como obispo de esta Diócesis, contad con mi cercanía, mi cariño y, especialmente, con mi oración.
Iniciamos hoy un nuevo Año litúrgico, que se abre con el Adviento. Cuatro semanas que nos preparan para la Navidad, que nos quiere ayudar a preparar nuestra vida, un año más, para celebrar y vivir el nacimiento del Señor.
En nuestros primeros pasos, en este hermoso tiempo eclesial, se nos proponen dos ideas fundamentales: que al principio de todo, está la iniciativa de Dios, su amor gratuito e inmerecido, su incomprensible decisión de crearnos para vivir eternamente felices junto a Él, compartiendo su vida y su felicidad; y que, por eso, tenemos que tener levantados nuestros ojos, los ojos del alma y del corazón, y buscar la orientación de nuestra vida y la firmeza de nuestro caminar ante la contemplación de lo que será lo definitivo para nuestra vida y para nuestro mundo, lo escuchábamos el domingo pasado, el Reino de Dios, que viene a nosotros en la vida visible y accesible de Jesucristo, nuestro Salvador, nuestro Libertador.
Las lecturas que hemos escuchado nos llaman a ello: Jeremías, con la gran profecía que anuncia la llegada del salvador, “un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra”; Pablo, en la segunda lectura, nos anima a preparar nuestro encuentro agradable con Dios mediante las buenas obras y el ejercicio del amor verdadero; y San Lucas, en el Evangelio, con lenguaje apocalíptico, nos anuncia la culminación de esta historia de amor, entre Dios y la humanidad con la venida definitiva del “Hijo del Hombre”, Jesucristo, el Señor.
Él, que vino hace dos mil años, vendrá al final de los tiempos, y viene cada día y de un modo especial cada año en la Navidad, comunicándonos su gracia y su salvación. De tal manera, que Dios es “ayer, hoy y siempre”, el Dios-con-nosotros.
El Adviento nos alienta a avivar la esperanza de nuestra fe y a salir con alegría al encuentro de la salvación que Dios nos ha propiciado y nos propiciará por la Encarnación de su Hijo y su entrega sacrificial por cada uno de nosotros.
Por tanto, tiempo de esperanza. El hombre es un ser que espera. La espera es el clima del vivir humano. Quien no espera nada, está acabado, como persona y como cristiano. Por ello, el mundo en el que vivimos necesita de esperanza, sobre todo al ver que se derrumban tantas falsas seguridades, en las que muchas veces edificamos o apoyamos nuestra vida y son castillos en el aire, y nos damos cuenta de que necesitamos una esperanza fiable y firme, y sabemos que ésta sólo se encuentra en Cristo, quien nos ofrece la estabilidad misma de Dios.
Y el Adviento, es, también, tiempo propicio para preparar el encuentro con el Señor. Sin embargo, puede suceder que nos cueste trabajo salir con alegría al encuentro de la salvación de Dios. Unas veces como consecuencia de la desesperanza, de la falta de fe, de la persistencia del sufrimiento. En la sociedad actual hay mucho sufrimiento, muchos problemas, muchas dificultades. Sufrimos en nuestra vida personal y sufre el mundo entero en situaciones terriblemente dolorosas.
Otras veces es fruto de nuestro orgullo. Pensamos que ya estamos bien, que ya somos buenos, que no necesitamos ninguna intervención extraordinaria en nuestra vida y vivimos en un conformismo sin esperar nada.
Pero, a pesar de todo, hay salvación. Una salvación que viene de Dios, que está a nuestro alcance, porque Dios lo ha querido así, su Hijo hecho hombre para que fuera, Él mismo, salvación para nosotros.
Este anuncio sorprendente, es la causa de la alegría de la Navidad. Durante las cuatro semanas del Adviento queremos, deseamos, preparar nuestros corazones para celebrar y vivir a fondo esta gran alegría.
Preparar la Navidad requiere reconocer nuestras deficiencias del momento presente. Vivimos demasiado apegados a las cosas de la tierra. Vivimos demasiado ocupados por los asuntos de este mundo, por afanes y objetivos exteriores a nosotros mismos. Vivimos olvidados de nosotros mismos y de los demás. No tenemos tiempo. No nos interesa. No queremos pararnos a pensar sobre el gran valor de nuestra vida y la de nuestros hermanos, los hombres.
Por eso, el Adviento nos invita a convertirnos interiormente y prepararnos para recibir las gracias que Dios nos quiere dar. Él quiere que todos seamos mejores, los sacerdotes, los religiosos y los fieles, los jóvenes y los mayores.
Para todos llega el tiempo propicio de prepararnos de verdad para una nueva salvación, para un nuevo encuentro con Dios. Preguntémonos: ¿de qué me tiene que salvar o liberar hoy el Señor? Quizá, de mi soledad, de mi pobreza, de mi pecado, de la injusticia, de mi ir perdido por la vida, de mis adicciones que no me satisfacen ni sacian mi sed, de la rutina de vida, del desaliento, de la frustración… Preparad el encuentro con el Señor es avivar el anhelo de alcanzar la libertad, la justicia y la paz en nuestra vida y en nuestro mundo.
Saber adónde vamos, adónde anhelamos ir, nos ayuda a encontrar en cada momento el camino verdadero, el norte de nuestra vida y de nuestra vocación. Necesitamos tener muy clara esta convicción para no dudar de nosotros mismos ante la fuerza de la visión materialista del mundo.
Nos viene bien a todos lo que hemos escuchado en el Evangelio: “Tened cuidado: no se os embote la mente… estad siempre despiertos, pidiendo fuerza… manteneos en pie”, es decir: no estéis demasiado contentos de vosotros mismos, salid de vuestra comodidad y poneos más disponibles a la gracia de Dios, al seguimiento de Jesucristo, a lo que su Espíritu Santo nos está pidiendo.
Vivir el Adviento es ponerse en camino, renovar nuestra fe, avivar nuestros deseos de ser mejores…
Camino que está presidido, de una manera especial, por la presencia de una estrella hermosa que alienta y fortalece nuestro corazón, la Virgen María, madre de la esperanza. Pidámosle a Ella que este tiempo de preparación para la Navidad sea un tiempo intenso de oración y de renovación espiritual, un tiempo de conversión de nuestro corazón y de toda nuestra vida, que nos prepare para un encuentro íntimo e intenso con Jesucristo que nos salva.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén