
Antes de nada, quiero saludar a las familias de Samuel y de Francisco Javier, agradeciendo de corazón el amor, la fe y el apoyo con los que han acompañado su camino vocacional. Vosotros habéis sido el primer terreno donde han aprendido a amar y servir, y hoy, en comunión con toda la Iglesia, los acompañamos en este paso fundamental en su vida de fe y de servicio a la Iglesia.
También, quiero dirigir mi saludo agradecido a los equipos formativos que han acompañado a nuestros hermanos en su proceso vocacional: al Seminario diocesano, casa donde Samuel ha crecido en la fe y en el discernimiento de la llamada del Señor; y al Secretariado para la formación de los Aspirantes al Diaconado Permanente, que ha acompañado, con dedicación, a Francisco Javier en su camino hacia este ministerio. Vuestro trabajo callado y constante es una siembra que hoy da fruto en nuestra Iglesia jiennense.
Queridos hermanos todos, hoy vivimos un momento gozoso para nuestra Iglesia diocesana. En este Año Jubilar del aniversario de la Encarnación del Señor, dedicado a la Esperanza con el lema Peregrinos de Esperanza, celebramos la ordenación de Samuel y Francisco Javier como diáconos. Sus familias han sido el primer terreno donde han aprendido a amar y servir, y hoy, en comunión con toda la Iglesia, los acompañamos en este paso fundamental en su camino vocacional de entrega para ser signos de esperanza en medio de nuestro mundo.
Siempre que celebramos una ordenación tenemos la impresión de que estamos tocando las raíces y el corazón mismo de la comunidad eclesial. Todo en la Iglesia es carisma y ministerio. Todos los miembros de la Iglesia recibimos de manera irrepetible los dones del Espíritu Santo para prolongar y multiplicar la vida santa del Señor y para servir a la vida y a la salvación de los demás con el Espíritu y el amor del Señor.
Pero he aquí que la Iglesia, siguiendo los signos de la llamada y de la voluntad del Señor, con la autoridad que el mismo Señor puso en sus gestos y en sus palabras, llama a algunos de sus hijos para desempeñar de manera singular alguno de estos carismas y ministerios.
Esta llamada y la consecuente consagración nos otorgan el derecho y la capacidad de desempeñar este ministerio en el nombre de la Iglesia y del Señor mismo, contando con la asistencia del Espíritu Santo, para desempeñar la función encomendada a favor de la Iglesia, con la exigencia de dedicar nuestra vida entera al servicio y cumplimiento de la encomienda recibida.
Queridos Samuel y Francisco Javier, hoy vais a recibir el ministerio del Diaconado. Como diáconos vais a ser llamados y consagrados para ayudar al Obispo y a los Presbíteros en el servicio del Altar, en la proclamación del Evangelio de salvación y en el servicio de la caridad a los pobres y necesitados. Si bien éstas pueden ser tareas comunes a todos los cristianos, vosotros seréis investidos con la facultad y la obligación de realizarlas en el nombre de la Iglesia, con una adecuada preparación y total dedicación de vuestras vidas.
Las lecturas que acabamos de escuchar iluminan la esencia de vuestro ministerio. Miqueas nos habla de la misericordia inagotable de Dios, que no se complace en la ira sino en el perdón. Esta misma misericordia será el fundamento de vuestro servicio.
El Evangelio de Lucas nos presenta, en la parábola del Hijo Pródigo, una imagen poderosa del amor incondicional del Padre. En ella vemos como el Padre no se cansa de esperar, no deja de anhelar el regreso del hijo que se ha alejado. Y cuando lo ve regresar, corre a su encuentro, lo abraza y lo reintegra, con gozo, a la casa paterna. Este es el modelo del amor que habéis de transmitir en vuestro ministerio: un amor que no juzga, sino que acoge; que no rechaza, sino que levanta; que no se impone, sino que espera con paciencia y ternura.
Queridos hijos que aspiráis hoy al Diaconado, estáis llamados a ser reflejo de este Padre misericordioso. Seréis ministros que sirven a la reconciliación, puentes entre Dios y los hombres, especialmente para aquellos que han perdido la esperanza, que creen que no hay camino de vuelta. En vuestra misión, tendréis que proclamar la grandeza del amor divino con palabras, pero sobre todo con gestos concretos de cercanía y compasión. Como el Padre de la parábola, tendréis que salir al encuentro, tender la mano, escuchar y abrazar con la ternura de Dios a cada persona necesitada de su gracia.
A esta luz del Evangelio se une la enseñanza de San Pablo en la carta a los Romanos. El Apóstol nos recuerda que, como en un cuerpo hay muchos miembros con funciones diversas, así también en la Iglesia, cada uno ha recibido un don particular para el bien común. Entre estos dones, menciona el servicio, la exhortación, la generosidad, la diligencia en el gobierno y la misericordia ejercida con alegría. Vuestro ministerio diaconal se inscribe en esta dinámica eclesial: habéis sido llamados no para serviros a vosotros mismos, sino para servir.
Francisco Javier, tu vocación al diaconado permanente se enriquece con tu condición de esposo y padre. Vives en tu hogar la entrega, la paciencia y el servicio. Esa misma disposición de amor generoso se proyecta ahora a la comunidad eclesial. Serás signo de Cristo Servidor en medio de los hombres, un puente entre la vida familiar y la vida de la Iglesia, recordándonos a todos que el amor concreto y cotidiano es el primer terreno donde se vive la fe.
Samuel, tu camino en el diaconado transitorio te prepara para recibir, en su momento el presbiterado. Sin embargo, la raíz de tu servicio estará siempre en el diaconado: un servidor que escucha, que acoge, que se entrega. Que tu ministerio diaconal sea una escuela de humildad y de cercanía, donde aprendas a configurarte cada día más con Cristo, el Siervo fiel.
Hoy la Iglesia os confía una misión fundamental: ser testigos de la Verdad de Dios y administradores diligentes de su Amor. Hay muchos hombres y mujeres que sufren: ancianos solitarios, jóvenes desconcertados, personas que han perdido el sentido de su vida, enfermos, presos, familias en crisis. También hay muchas almas sedientas de sentido, de consuelo, de una palabra de esperanza.
La Iglesia os necesita para que, con vuestra vida y vuestro ministerio, hagáis brillar el amor de Dios en el mundo.
Antes de terminar, quiero dirigirme especialmente a los jóvenes que hoy nos acompañan. En este día de alegría para nuestra Iglesia, en el que Samuel y Francisco Javier responden con generosidad a la llamada del Señor, quiero invitaros a abrir vuestro corazón a la voz de Dios. Quizá alguno de vosotros sienta en su interior la inquietud de una llamada más profunda, el deseo de dar la vida por Cristo y por los hermanos en el sacerdocio o en la vida consagrada.
¡No tengáis miedo! Seguir a Cristo con radicalidad es un camino de plenitud, una aventura de amor y entrega que transforma la vida y la llena de sentido. Hoy más que nunca, la Iglesia necesita jóvenes valientes, dispuestos a entregar su vida al servicio del Evangelio. Si en vuestro corazón resuena esa voz del Señor que llama, responded con generosidad. No estáis solos: la Iglesia camina con vosotros y el Señor mismo os sostiene con su gracia.
Que este Año Jubilar de la Encarnación, en el que somos Peregrinos de Esperanza, sea también un tiempo de apertura y discernimiento para muchos jóvenes. Que María, Madre de la Iglesia y modelo de disponibilidad, os acompañe en vuestro camino. Y que el testimonio de estos nuevos diáconos os anime a decir sí al Señor con valentía y confianza. Y a vosotros, queridos Samuel y Francisco Javier, que la Virgen Santísima, modelo de servicio y entrega, la Santísima Virgen de la Cabeza, Patrona de nuestra Diócesis, os acompañe siempre en este camino. Y que el Señor, que ha comenzado en vosotros esta obra buena, él mismo la lleve a término.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén
The post Homilía del Obispo de Jaén en la ordenación de dos diáconos: Samuel Valero y Francisco Javier López first appeared on Diócesis de Jaén.