La parroquia de San José de Linares ha ofrecido un pequeño homenaje de gratitud al sacerdote D. Pedro José Agudo Agudo, recientemente fallecido.
En su blog parroquial (http://parroquiasanjoselinares.blogspot.com.es) aparecen cuatro testimonios, entre ellos el del párroco de la comunidad, D. Melitón Bruque, sobre diversos aspectos de la vida de este sacerdote. Estos feligreses de la parroquia de San José de Linares afirman que «nosotros tenemos muchos motivos para dar gracias a este ser tan grande en espíritu y humanidad. ¡Cuánto vamos a echar de menos a «nuestro» Don Pedro!, pero por otra parte, ¡qué inmenso privilegio haberlo tenido con nosotros tantos años! Y ahora que ya ha cumplido su sueño de descansar para siempre en los brazos del Padre, ya tenemos la oportunidad de contar con él en nuestra oración».
SIEMPRE EN NUESTRO CORAZÓN, por Ana Maza
Cuando aún no estaba la figura del maestro/a de Religión, un grupo de maestras formamos un grupo de trabajo y le pedimos a D. Pedro que fuera nuestro formador. Así lo conocí, hace ya veinte años. Recuerdo que gracias a él comprendí en profundidad lo que era y lo que significaba el Reino de Dios. Tenía el don de hacer comprensible lo difícil de entender, de acercar a nuestra vida, a nuestra cotidianidad el mensaje de Jesús, de hacernos caer en la cuenta de cómo tenía que ser nuestra vida para ser auténticos testigos suyos. Y cómo, todo esto, teníamos que transmitirlo a nuestros alumnos.
Después pude participar en las Eucaristías que celebraba en el Centro Cultural Poveda, simplemente inolvidables, porque eran celebraciones cercanas, entrañables, de una gran profundidad y hermandad.
Pasado el tiempo nos encontramos un día por la calle, Melitón acababa de llegar a nuestra parroquia, me preguntó por él pues lo conocía desde que estuviera en Ecuador, lo animé a que fuera a visitarlo y a visitarnos. Al cabo de unos meses se reencontró con su apreciado amigo y con su amada parroquia.
Nuestra parroquia ha tenido la suerte de tenerlo como pastor durante veinte años y posteriormente con la serenidad que da la vejez, la experiencia de una vida larga volvió junto a nosotros, durante seis años más, celebrando la Eucaristía, dando algunas charlas de formación y colaborando semanalmente con nuestra hoja parroquial.
Nos consideraba sus hijos, su familia y nos quería con toda el alma. Así lo demostró muchas veces, especialmente durante la enfermedad de Melitón, entonces se volcó con nosotros, sin importarle su salud, su edad. Nos atendió, apoyó, acompañó, hizo que no nos sintiéramos huérfanos, consiguió que esos momentos difíciles lo fueran mucho menos.
Dios quiso que volviera con su comunidad, sabía que él necesitaba ese reencuentro, que se lo merecía y creo, esto es una apreciación mía, que agradeció inmensamente al Señor esta oportunidad.
Le damos las Gracias a Dios por él. Siempre lo tendremos en nuestro corazón. Descanse en paz.
¡¡¡HASTA PRONTO, AMIGO!!!, por Melitón Bruque
No te digo adiós, sino hasta luego, pues sé que no te has ido, te quedas con nosotros, pero ahora con mucha más fuerza, ya libre de tu dolor.
Tu figura se agranda hoy y ahora que te pienso, la veo que es poliédrica, como uno de esos diamantes gigantes que por cualquier cara que lo mires desprende la luz.
Para todos nosotros eres D. PEDRO; te ganaste el título sin que te hayamos sentido distante ni por encima de nadie; en ti no había barreras.
«Mi padrecito lindo» a lo que con sonrisa de ternura siempre me respondías: ¡»Mi hijo mayor!» pero en definitiva, todos te sentimos como nuestro HERMANO MAYOR, como padre, maestro, compañero de camino… Cualquiera de estos calificativos te lo podríamos acoplar y te lucirían espléndidamente, como un traje hecho a tu medida, porque todos los probaste y con todos te vestiste.
Hoy te vas, después de haber enfrentado la prueba final como lo hacen los grandes, pero no te decimos adiós, sino hasta luego, pues tú no has muerto, porque tu labor, tu enseñanza, tu sencillez, tu ternura, tu firmeza y tu recuerdo quedan en todos nuestros corazones.
Tu paso por la tierra ha sido como el agua fina de lluvia que ha ido y regando momentos difíciles de la historia: te tocó derribar, limpiar, plantar y cultivar en aquellos tiempos recios del post-concilio que te hicieron sufrir la desconfianza la desidia de los que se resistían, la crítica desacerbada y hasta la persecución de los que te consideraron enemigo, pero tuviste la valentía y la firmeza del padre y pastor que tiene claro por donde tiene que encaminar a sus hijos y seguiste con fidelidad el mandato de la Iglesia, sembrando en el corazón de los que te quisieron escuchar lo que el Evangelio estaba pidiendo, un espíritu de comunidad fraterna, y sosteniendo que no es posible vivir sin tener plena conciencia de lo que se confiesa y se vive. Has sido un MAESTRO en esta comunidad de Linares y así pasarás a la memoria histórica de cada uno de los linarenses, así te recordará SAFA de toda Andalucía, tu parroquia de S. José o de Villargordo.
Te hemos percibido como el HERMANO cercano y sencillo, siempre atento y respetuoso, como el que pasa de puntillas, pero de una fidelidad y lealtad inquebrantables a la verdad.
No eres el tipo con doblez que no se sabe nunca por donde va, sino que siempre te vimos caminando de frente; todos sabíamos dónde estabas y dónde te podíamos encontrar, menos aquellos que quisieron manipularte y cada vez te calificaron de un color o te fueron ubicando; fuiste un hombre de una definición clara, como tu «Maestro», Jesús: de frente siempre a la verdad, a la justicia y a la fraternidad.
Así te encontramos, así te conocimos y así te vimos caminar por la vida en el CAMINO del Reino.
Ahora tu figura se agiganta a medida que se te mira, pues has sido capaz de mantenerte hasta el final, que es lo grande, y te has ido dejando pulir por la vida. Tu rostro ha sido una expresión de la sonrisa de Dios.
¡Gracias por tu vida, gastada hasta consumirse por la causa de Jesús!
¡Gracias por tu fidelidad a la amistad, pues en ti hemos podido descubrir la amistad de Dios con toda la gente que has encontrado en tu camino!
¡Qué alegría has de haber experimentado esta mañana al escuchar la bienvenida de Jesús que te esperaba, a quien tantas veces has repetido sus palabras: «Ven, bendito de mi Padre, porque cuando te necesité, siempre te encontré a mi lado»! ¡No te olvides de nosotros!
GRANDE, por Antonio José Sáez
Sé que tenemos que estar felices de que Don Pedro ya está con su querido Maestro, pero no puedo evitar el sentimiento egoísta lamentar que ya no lo tendremos físicamente con nosotros. Porque para mí no es una exageración afirmar que Don Pedro es de esas personas que de vez en cuando el Señor nos regala como anticipo del Reino de Dios.
Todos los que lo habéis conocido tantos años podríais contar innumerables experiencias a su lado. Yo, por mi parte, a su grandeza humana quiero añadir algo que para mí ha sido un enorme descubrimiento y por lo que lamento aún más su pérdida: su tremenda riqueza y profundidad intelectual. Nunca olvidaré un par de conversaciones con él, en su casa, sobre el diálogo fe – ciencia, ni las experiencias que me contó sobre los años posteriores al Concilio.
La enorme valía de gente como él son un baluarte y un tesoro para toda la Iglesia. Guardaré también con todo cariño el libro que me regaló, dedicado, sobre su amado pueblo de Iznatoraf (o Torafe, como él gustaba de llamarlo). Y, por encima de todo, daré gracias a Dios por haberlo conocido.
OTRO ROSTRO DE D. PEDRO, por Juan Gámez
El día 17 de junio, amaneció con un nervioso repiquetear de teléfonos que expandían presurosos la esperada y triste noticia: D. Pedro nos ha dejado. Era irremediable. Su estoico corazón ha aguantado más de lo previsto. Lo echaremos de menos, porque era muy querido y admirado por cuantos lo conocimos.
De pronto, el pensamiento se escapaba al cielo transformando el sonido del teléfono en un repicar de campanas a rebato, y la fantasía se recreaba en una imagen de apresurada alegría: un revolotear de ángeles anunciaban su llegada, abrían las puertas de par en par, despejaban el camino, iluminaban y adornaban calles, balcones y ventanas, para recibir su alma en un nuevo y mágico Iznatoraf, donde le aguardaban, junto a un Jesús sonriente y con los brazos abiertos, sus más queridos antecesores.
Y es que le hemos oído tantas veces elogiar a su pueblo e invitar a visitarlo, que no imaginamos un lugar mejor para que sea feliz también en la Vida definitiva.
De nuevo con los pies en la tierra, evocamos su figura y, si no fuese porque lo hemos vivido y experimentado, sería difícil entender la magnitud de los valores que se escondías en una humanidad de apariencia tan sencilla, cercana y humilde. ¡Qué legado de Evangelio llevado a la práctica durante su vida entera! ¡Cuántas actitudes para imitar y cuántas huellas nos dejó para seguir el buen camino!
Confieso que mi concepción de «santo» le sienta como un guante. Por eso tengo que agradecer cada momento compartido antes, durante y después de la Eucaristía de los domingos por la tarde.
En varias ocasiones le oímos asegurar que nuestra parroquia le había moldeado como cura. Por nuestra parte, sentimos la certeza de que él, con su magisterio y su ejemplo, dejó un sello indeleble en la comunidad que presidió como párroco y un recuerdo imborrable en quienes hemos gozado de su presencia estos últimos años.
Estudioso y diligente, se preparó a fondo para poder dar respuesta a su comunidad, a sus alumnos de SAFA y a los grupos que dirigía de las novedades que emanaban del Concilio. Investigó a fondo sus raíces y la historia de su pueblo. Escribió sus conversaciones con la Madre, de quien era un ferviente devoto. Y dejó huella en nuestra hoja parroquial con su pluma magistral.
Yo no le conocí la prisa. Cuando se encontraba con una persona se le paraba el reloj. Se interesaba por todo y guardaba en su memoria datos de varias generaciones. Fue un maestro en la escucha, en la acogida y en el consejo, si le era solicitado.
Gracias por su generosidad en la entrega y el servicio, D. Pedro. Siga cuidando de este rebaño desde el cielo.