Émilie Tardivel. Una apuesta de futuro

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

A lo largo del año pastoral hemos ido esbozando el pensamiento de las intelectuales católicas más significativas de los siglos XX y XXI.  Dos aspectos fundamentales determinaron los criterios de elección: en primer lugar, sería el de ser filósofas más que teólogas, en segundo lugar, debían ser relevantes en el mundo del pensamiento. Es indudable que S. Weil, E. Estein, M. Zambrano, E. Anscombe, A. Cortina, P. Allem o E. Stump son intelectuales católicas ya consagradas. Para concluir esta serie sobre pensadoras católicas me he permitido realizar una apuesta personal al elegir a una filosofa de apenas 45 años: Émile Tardivel.

Émile Tardivel nació en 1980, en la actualidad es profesora de filosofía moral y antropología religiosa de la Universidad de Estrasburgo y ocupa una cátedra sobre el bien común en colaboración con el Instituto Católico de París y la Escuela de Negocios de Essec. Su actividad académica la compagina con la editorial al ser la subdirectora del equipo editorial francófono de la revista Communio. Su pensamiento, de impronta fenomenológica, integra la tradición cristiana, la filosofía política y la reflexión ética. Desde esta perspectiva propone una renovación del pensamiento político cristiano, no desde la nostalgia por el pasado, sino desde una reflexión crítica sobre la modernidad, el poder y el bien común.

Al tratar el tema del poder, inspirándose en San Pablo, sostiene que “todo poder viene de Dios” (Rom 13, 1). Si profundizamos en la realidad del poder descubrimos que no viene de quien lo detenta, ni de quien lo ofrece o permite, el poder se enraíza en el fondo en algo invisible, o sea su fundamento es trascendente, aunque sus mediaciones y su ejercicio se dan en el tiempo. Esto debe impedir cualquier divinización del poder que debe purificarse constantemente desde la conciencia, especialmente si se trata de una conciencia cristiana. El poder debe relativizarse en nombre de la verdad y la justicia. Respecto al cristianismo señala que el cristiano no debe buscar el poder, sino ser testigo del verdadero fundamento del orden justo. Como ella misma dice: “La paradoja cristiana es aceptar la legitimidad del poder sin dejar de someterlo al juicio de Dios”.

Desde una perspectiva política Tardivel afirma que hay que   recuperar la noción de bien común como fin de la acción pública. No se trata de negar la noción de interés general que puede jugar un papel político útil, pero advierte que no puede reemplazar al bien común. A diferencia del bien común que sería un descubrimiento racional sobre los fines creados e inscritos por Dios en la naturaleza humana, el interés general sería el artificio racional. Nuestras exigencias morales actuales cuestionan el concepto de interés general, pues hemos de formular una serie de normas universales que no se reduzcan a un mero acuerdo entre las partes, que eventualmente podemos cambiar, o a la mera utilidad que termina desfondando la moral. Esto exige como presupuesto recuperar la noción de naturaleza humana, lo que finalmente nos llevaría a replantear la cuestión de Dios. Ahondando en este tema, Tardivel, propone reconectar con aquello que permite al hombre buscar el bien común: el ejercicio de la virtud, o sea esa disposición libre y constante de la voluntad a actuar por el bien que la inteligencia le indica al final de una búsqueda sobre el principio y fin de todo lo que existe. Obviamente el bien común y el ejercicio de la virtud nos abren a un horizonte trascendente.

Una de las críticas constantes de Tardivel es a la separación moderna de derecho y moral. La ley no es válida solo porque ha sido aprobada formalmente, Una ley puede ser legal pero no legítima. Debe haber una dimensión moral objetiva para que podamos reconocerla como legitima. Desde esta perspectiva, el derecho debe ser un instrumento para el bien común, no un instrumento del poder.

Para Tardivel toda política está sostenida por una espiritualidad, aunque sea secular. En este sentido el cristianismo, que no pretende imponerse por la fuerza, tiene una misión específica en el ámbito político: la de aportar una memoria viva de la trascendencia que proteja al ser humano del totalitarismo y del nihilismo, y la de invitar a una forma de humildad política, en la que nadie se erige en salvador ni en árbitro último del bien. “El cristianismo, dirá, no propone un programa político, sino una forma de mirar al otro y de entender el poder”.

El cristiano representa una nueva forma de ser ciudadano. “Toda tierra es una patria para el cristiano, y toda patria es una tierra extranjera” (Carta a Diogneto). La forma cristiana de ser ciudadano consiste en una distancia responsable mediante la cual el cristiano se compromete con la ciudad y la crítica a la vez. Desde luego Tardivel nos impele a vivir un cristianismo exigente encarnando el ideal de virtud cívica: vivir según la fe y la razón, huir del mal y erigir nuestra vida en ley.

 

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