
Eleonore Stump es una destacada filósofa estadounidense profesora de la Universidad de Saint Louis (USA). Fue presidenta de la Sociedad de Filósofos Cristianos y de la Asociación Filosófica Estadounidense. Su obra versa sobre filosofía de la religión, metafísica y filosofía medieval. Figura clave en la renovación del tomismo y en el diálogo entre la fe y la razón, es en la actualidad una de las pensadoras católicas más influyentes.
Educada en una familia no creyente, comenzó por realizar cursos de biología y neurobiología en Grinnell. Sin embargo, las visiones reduccionistas (por ejemplo, reducir la mente al mero funcionamiento del cerebro) le dejaban profundamente insatisfecha. Esto le llevó a abandonar el campo de la biología y comenzar su andadura filosófica. “En esa época, nos dice, tenía la firme convicción de que, aunque había gente ignorante que creía en Dios, todas las personas educadas, todas las personas razonables, eran ateas. Para mí, la hipótesis de la existencia de un Dios estaba tan muerta como la de la existencia de un verdadero Papá Noel”. Sin embargo, poco a poco, especialmente a través de la lectura de la obra de Santo Tomás, se fue acercando al pensamiento cristiano. Su evolución espiritual devino finalmente en su conversión al catolicismo. Como ella misma dice: “Para cuando llegué a Harvard, ya era cristiana; una cristiana nueva, sin conocimientos teológicos, pero cristiana al fin y al cabo”. En Harvard esperaba tener problemas debido a su fe. Lo que le sorprendió fue que la razón, y no la fe, fuera la principal causa de sus problemas.
El pensamiento de Eleonore Stump destaca por su relectura del pensamiento de Santo Tomás desde categorías tomadas de la filosofía analítica y el personalismo cristiano. Esto permite que conceptos clásicos como alma, providencia o gracia puedan reformularse de tal modo que entren a formar parte de los planteamientos filosóficos actuales. Por poner un ejemplo, ella reconoce que la exposición sobre la cuestión del alma tal como se ha realizado tradicionalmente debe ser traducida para que pueda entrar en los debates contemporáneos sobre la mente y la identidad personal, lo mismo ocurriría con la mayoría de los conceptos y las ideas fundamentales del cristianismo.
Para Stump la fe y la razón, no solo se complementan, sino que son necesarias para la comprensión de la complejidad de la vida humana. La fe es una forma de conocimiento que se apoya en la razón y la trasciende. Más que con el asentimiento a una serie verdades, la fe surge de una relación amorosa que puede ser iluminada por la razón sin ser reducida a ésta. Para ella la cosmovisión cristiana, en toda su complejidad, se sostiene en la idea de que en el fundamento último e irreductible de toda realidad se encuentra el amor en una relación personal poderosa y acogedora. El aspecto argumental-lógico (razón) y lo relacional-empático (corazón) se aúnan en el acto de fe. Desde esta perspectiva considera errónea la dicotomía ente el Dios de los filósofos y el Dios de la fe. Dios es inmutable pero no indiferente. “El Dios eterno e inmutable, dirá, tiene un conocimiento empático del sufrimiento humano y ama de forma personal y redentora. Es el Dios del filósofo, pero también del corazón”.
En el pensamiento de Stump es recurrente el tema del mal y del sufrimiento, criticando las teodiceas (justificaciones de Dios ante el problema del mal) puramente racionalistas, porque no responden a la experiencia personal de la persona que sufre. El que sufre no necesita una explicación lógica, sino una respuesta empática y existencial. Por ello desarrolla una teodicea narrativa basada en historias bíblicas (Job, Abraham, Cristo…). Dios no se hace presente por el sufrimiento sino en el sufrimiento, lo que denomina “amor personal redentor”: el sufrimiento no es bueno en sí, pero puede cobrar sentido en una historia mayor de redención.
La siguiente cita sintetiza el tipo de teodicea que propone Stump: “Si tuviera que esbozar la solución, en la tradición cristiana, al problema del mal y el sufrimiento en particular, la plantearía así: en un pasaje, el salmista le dice a Dios: “En presencia de los ángeles, cantaré tus alabanzas”. Una cosa es que un ser humano cante alabanzas a Dios; otra muy distinta es que un ser humano cante esas alabanzas en presencia de los ángeles. ¿Cómo se atrevería el salmista? La respuesta reside en el amor sufriente.
Aunque, según la angeología medieval, los ángeles en el cielo son metafísicamente superiores a los seres humanos, no sufren; por lo tanto, tampoco reflejan el amor de Dios manifestado en la pasión de Cristo en su propio amor a Dios. Y así, según la tradición cristiana, cuando el salmista o cualquier sufriente canta las alabanzas de Dios en presencia de los ángeles, los ángeles querrán escuchar porque el canto que es la vida del sufriente es más glorioso que cualquier canto que canten los ángeles”.
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía
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