Cada Martes Santo, la Misa Crismal marca la liturgia diocesana. Una Eucaristía de encuentro entre todo el presbiterio diocesano y un reencuentro con el «primer amor», ese que un día hizo a cada sacerdote darle un sí perpetuo al Señor con su entrega vital.
A las 10 y media de la mañana han comenzado a repicar las campanas de la Catedral de Jaén. Una llamada a participar en esta celebración eucarística, presidida por el Obispo diocesano, Don Amadeo Rodríguez Magro, que ha reunido, en torno al altar, a más de 100 sacerdotes llegados desde todos los lugares de la geografía jiennense, así como a los miembros del Cabildo Catedral.
Junto al Obispo de Jaén, ha acudido a esta renovación de votos y bendición de los sagrados óleos, el Obispo emérito de Cádiz y Ceuta, Monseñor Don Antonio Ceballos. También ha estado presente, Monseñor D. Fernando Chica Arellano, Observador permanente Santa Sede en la FAO, el FIDA y el PDA.
De un modo particular, los semanaritas y los diáconos han participado en esta solemne Eucaristía con las lecturas y la proclamación del Evangelio.
Homilía
El Obispo de Jaén, en su tercera Misa Crismal desde el inicio de su episcopado, ha ofrecido una homilía con un marcado acento paternal, en el que el ánimo ante el desaliento y la vocación primera han impregnado sus palabras.
Don Amadeo ha comenzado su predicación recordando que durante la celebración los presbíteros iban a renovar las promesas de su ordenación. En este sentido ha explicado que con este gesto: «Volveremos a identificarnos con aquel primer “Sí” que dimos a Dios, que nos eligió y llamó, y a Jesucristo, que nos invitó a su seguimiento y, por supuesto, con el “Sí” a la Iglesia, que desde el primer día nos pedía fidelidad a los compromisos sacerdotales». En este sentido, ha querido remarcar la labor de entrega y servicio de cada sacerdote con el pueblo santo y con la Iglesia, a la vez que les ha pedido que no olviden «nuestra propia historia de salvación, sobre todo la del “primer amor”.
El Prelado ha insistido a los sacerdotes esa labor ministerial que tienen encomendada y que los convierte en un «don de Dios para los hombres». Ya que el desarrollo de la vocación a través del ministerio sacerdotal los lleva a «dispensar la vida sobrenatural, esa que dignifica y enriquece a toda vida humana». En este sentido, Don Amadeo ha enfatizado la labor discipular del clero: «nuestra vocación es ser siempre presbíteros íntimamente unidos a Cristo. Por eso, ser discípulos misioneros es lo que mejor nos identifica al servicio de nuestros hermanos y hermanas. Nos define muy bien ser discípulos misioneros que acompañamos a los discípulos misioneros».
Don Amadeo ha querido que en sus palabras también haya un apoyo implícito a los sacerdotes, en un momento en el que «los que obispos y presbíteros estamos sufriendo un acoso mediático por los pecados y, a veces, delitos cometido por algunos de nuestros hermanos». Monseñor Rodríguez Magro ha expuesto dos hay dos remedios para «que este acoso que padecemos no nos haga daños ni a nosotros, ni a la Iglesia, ni a quienes necesitan confiar en sus sacerdotes: uno es la fraternidad y otro la fidelidad». De la primera ha expresado que «es sostén de la vida de los presbiterios diocesanos, será el mejor antídoto contra el daño moral que nos puedan hacer los ataques que tanto nos desconciertan y duelen. Si estamos divididos, si estamos unos contra otros, si desconfiamos los unos de los otros o si algunos se convierten en acusadores de sus hermanos, nos exponemos a presentar una imagen distorsionada y ajena a la verdad de lo que la mayoría es y hace y estamos ofreciéndole una coartada fácil a quienes nos atacan, con intención clara de hacer daño a la Iglesia y a su misión en el mundo». Sobre la fidelidad ha expresado «le da su verdadero rostro a nuestra identidad y es garantía de nuestra credibilidad. Nuestro compromiso está en no abandonar nunca la esencia de nuestro ser sacerdotal; pero ha de ser una fidelidad que se adapte a la creatividad, sin traicionar lo esencial».
Para concluir ha alabado la experiencia de Misión diocesana que se está desarrollando en la Diócesis, de las que se están extrayendo unas experiencias «preciosas», a la vez que les han insistido en continuar el reto misionero. Con palabras de súplica a la patrona de la Diócesis, la Virgen de la Cabeza, ha cerrado su homilía.
Renovación de las promesas y bendición de los santos óleos
Al término de la homilía, el presbiterio diocesano ha renovado sus promesas sacerdotales ante el Obispo de Jaén. Después, se ha llevado a cabo el rito de la bendición de los santos óleos: los seminaristas han presentado ante el Pastor diocesano las tres crismeras con aceite para ser consagrado: el de los enfermos, el de los catecúmenos y el santo crisma. El Obispo ha insuflado su aliento sobre cada una de las vasijas y después los ha bendecido. Al concluir el rito de la bendición, las tres recipientes con los óleos santos se han situado delante del altar donde han permanecido durante toda la celebración.
Este año, ha sido la Cooperativa Santa María de Pegalajar la que ha donado los 50 litros de aceite de oliva virgen extra que se ha bendecido y que al finalizar la Eucaristía fue repartido a todos los sacerdotes de la Diócesis.
Al finalizar la bendición de los santos óleos, el Obispo ha querido tener un recuerdo muy emotivo del Arzobispo emérito de Mérida Badajoz, Monseñor Don Antonio Montero, en el día en el que conmemora el quincuagésimo aniversario de su ordenación arzobispal y ha pedido al presbiterio que ore por él.
A la Eucaristía, ha asistido un importante número de fieles, así como religiosas y consagradas.
Al concluir la Santa Misa, el Obispo ha ofrecido unas palabras a los sacerdotes en la Sacristía. Les ha animado a todos a acudir a la apertura del Año Santo Avilista y a participar también en el homenaje de los sacerdotes que cumplen veinticinco y cincuenta años de ordenación. Después, se ha celebrado un encuentro de convivencia fraternal en las instalaciones del Palacio Episcopal.