El Obispo diocesano, Don Amadeo Rodríguez Magro, presidió, ayer, 26 de junio, la Eucaristía en la festividad de San Josemaría Escrivá de Balaguer, que se celebró en la Santa Iglesia Catedral de Jaén.
La Seo jiennense, contó con numerosa presencia de miembros del Opus Dei, que quisieron celebrar la festividad del fundador de “La Obra de Dios”, en el 41 aniversario de su fallecimiento.
Durante su homilía, el Obispo de Jaén afirmó, que la “vida de San Josemaría es una vida a imitar, porque es para nosotros como un tesoro de Dios, su santidad. Una santidad que la Iglesia ha querido reconocer para que nosotros vivamos de algún modo en su espíritu”.
Don Amadeo también quiso expresar que “San Josemaría es fruto de un tiempo, de una espiritualidad, fruto de una formación de los sacerdotes, fruto de un corazón lleno de ilusión y de entusiasmo, y sobre todo, San Josemaría fue un sacerdote, que buscó la santidad”. En este sentido, Rodríguez Magro afirmó, que “la santidad es un don de Dios que cae en nuestro corazón, que cae en nuestra vida y que poco a poco hay que ir buscándola para encontrar ese tesoro”.
“San Josemaría es un santo de nuestro tiempo, un ejemplo a imitar en nuestro tiempo, que movido por el Espíritu Santo, por este carisma especial que es el Opus Dei que supo darle a la santidad ese matiz que le dio, de poder llegar a todos vosotros que vivís vuestra experiencia cristiana en medio de la vida, que vivís vuestra experiencia de fe en el trabajo, en vuestra vida cotidiana… en definitiva, santificados en el deber cumplido, en el trabajo de cada día”.
La Eucaristía estuvo concelebrada por el Vicario General de la Diócesis, D. Francisco Juan Martínez Rojas y contó también con la presencia de un grupo de sacerdotes del Opus Dei. En el presbiterio, como es habitual en la celebración de su festividad, se colocó una gran imagen de San Josemaría. La misa estuvo amenizada por la música del coro de la Basílica de San Ildefonso.
San Josemaría, fundador del Opus Dei, nació en Barbastro (Huesca) en 1909. Falleció en Roma en 1975 y fue elevado a los altares, por Su Santidad, Juan Pablo II, el 6 de octubre de 2002.
