Don Alfonso Pecha. Obispo dimisionario de Jaén

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

Este estudio, que nos ofrece Juan Moreno Uclés, lleva en la portada el valioso cuadro del Episcopologio Diocesano, depositado en la Catedral de Jaén; lo acompaña un cuadro de Sta. Brígida del s. XVIII en Stuttgard, el escudo de los Jerónimos, y un miniado de la «editio princeps» de Revelationes Coelestes, la famosa obra de santa Brígida de Suecia.

La figura del Obispo dimisionario de Jaén, don Alfonso Pecha, siempre ha llamado la atención, produciendo un hálito de simpatía y admiración, a pesar de la lejanía en el tiempo y estar carentes de documentación explícita. El hecho de ser preconizado obispo de Jaén con 29 años, la dilación de la toma de posesión hasta cumplir la edad canónica, su humilde aceptación de auxiliar del obispo don Andrés, nombrado por el Cabildo, ya son suficientes indicios de un espíritu escogido. Un solo año de Episcopado «de facto» fue suficiente para hacer historia en la diócesis, con el Sínodo Diocesano de 1368, donde se estructuraron los Estatutos Capitulares. No se conservan las Constituciones del Cabildo. La etapa de vivencia episcopal en la diócesis de Jaén está marcada por el sentido de Reforma que lleva a cabo el Sínodo Diocesano.

La sorprendente renuncia a un prometedor y pingüe Obispado de Jaén, en plena juventud, y, posteriormente, la renuncia de la valiosa y múltiple herencia paterna de sus nobles padres, en pro de la Orden de san Jerónimo, el cambio brusco de estilo de vida, viviendo con los eremitas jerónimos en Orusco de Tajuña (Madrid) y la posterior dedicación exclusiva al servicio de la Iglesia en la figura de sus Pontífices, atrae la simpatía de personas espirituales. En edad madura, su recogida vida eremítica, dedicada al estudio y meditación de la Sagrada Escritura, en el Monasterio de Quarto, en Génova, hasta su santa muerte, indica cualidades de un alma sincera, defensora de un ideal cristiano y católico en pleno siglo XIV.

Todos sus escritos llevan la misma impronta: la defensa de la unidad eclesiástica con la Sede Pontificia en Roma, – pues le tocó vivir la etapa del destierro Pontificio en Avignon y el consiguiente Cisma de Occidente-, y la Reforma espiritual de las personas dedicadas al servicio de la Iglesia. Gran conocedor de la Biblia y la Patrística, así como igualmente gran admirador de la cultura grecolatina.

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