Cada 16 de julio celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María en su advocación del Carmen. Se trata de una fiesta muy popular, extendida por los cinco continentes, en la que invocamos a la Madre de Dios bajo ese título tan entrañable. La piedad hacia la Virgen del Carmen hace referencia a muchos símbolos y a muchos aspectos de la vida cristiana. Está relacionada, en primer lugar, con el mundo carmelitano, con aquellos eremitas que se reunieron a finales del siglo XII o principios del siglo XIII en las laderas del Monte Carmelo, cerca de Haifa, en Israel, para llevar una vida de penitencia y oración y que después trasladarían a Europa su carisma y su espiritualidad.
La devoción a la Virgen del Carmen hace referencia, también, al escapulario, ese pequeño signo que nos recuerda nuestra filiación, nuestra consagración bautismal y el compromiso de vida cristiana que supone imitar a María, perfecto modelo de entrega a Dios e intercesora nuestra.
Lógicamente, la devoción a la Virgen del Carmen nos pone asimismo en contacto con el mundo de la mística, de la espiritualidad, de la contemplación. La escuela carmelitana, desde hace ocho siglos, ha profundizado en esa dimensión de la vida cristiana tan necesaria en nuestros días: la intimidad con Dios, la hondura espiritual, la oración como fuente de vida. En el caso de España contamos con dos de las figuras más señeras de la historia, no solamente de la espiritualidad carmelita, sino de toda la literatura cristiana: Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz.
Esta fiesta nos remite igualmente al ámbito de la belleza. Ya desde la Escritura, el Carmelo evoca la hermosura. A María la invocamos como “Mater et Decor Carmeli” (Madre y hermosura del Carmelo) y lo carmelitano ha estado siempre relacionado con el arte, con la tersura, con la poesía.
Además, la devoción a Nuestra Señora del Carmen está muy vinculada con el mundo del mar. Los marineros, los pescadores, todos los que viven en ese ambiente, a veces peligroso, designan a María como Estrella de los mares e imploran de Ella que sea su guía y protectora. También nosotros en las tormentas de la vida nos ponemos bajo su amparo y, cuando cantamos esa salve marinera que tanto nos emociona, tenemos muy presente a todos los que en las tempestades de todo tipo precisan de su socorro y su ayuda.
Este año -qué duda cabe- las festividades de la Virgen del Carmen tendrán un carácter muy especial. La pandemia nos ha sacudido con fuerza y nos ha hecho sentir nuestra fragilidad. El coronavirus nos ha señalado nuestros límites y ha agravado crisis preexistentes. Por ello, a nuestra oración traeremos, particularmente, a los que experimentan la prueba o el dolor. Le pediremos a la Virgen Santísima por los que han perdido a un ser querido, por los que se han visto golpeados por la enfermedad, por los que han batallado en primera línea contra el coronavirus, dándonos un maravilloso testimonio de solidaridad y generosidad. No podemos olvidar a cuantos por razón del COVID – 19 perdieron su empleo, se ven abrumados por las deudas, buscan trabajo y no lo encuentran. Suplicaremos con singular intensidad por los que esta emergencia sanitaria ha debilitado psicológicamente y están sin esperanza, sin ilusión, desanimados o incluso han caído en la depresión.
La devoción carmelitana, como todas las devociones marianas, cuando es vivida rectamente y con autenticidad, no nos distrae de nuestros compromisos de vida cristiana o eclesiales, sino todo lo contrario, nos lleva al corazón del Evangelio. María, que fue la primera maestra y también la primera discípula de Jesús, nos enseña a nosotros a ser discípulos, a seguirle en la vida cotidiana, a transformar nuestras actitudes y modos de vida buscando escalar la cima de la santidad.
Una de las representaciones más típicas de la Virgen del Carmen es aquella en la que Nuestra Señora aparece rescatando las almas del purgatorio con su escapulario. Más allá de la representación en sí, qué duda cabe que esta imagen tan popular, por ejemplo, en nuestros cementerios, se puede convertir en una provocación, en una invitación para todos nosotros. Como dijo el Prior General de los Carmelitas hace ya algunos años, el devoto de la Virgen del Carmen está llamado a imitar a la Virgen, esto es, a rescatar a tantos hermanos nuestros que soportan el “purgatorio” de la necesidad, del paro, de la droga, de la injusticia, de la enfermedad, de la angustia ante un futuro incierto… y tantas otras lacras como hieren y menoscaban a nuestra sociedad actual.
Desde la FAO, desde Caritas, desde Manos Unidas, desde parroquias, congregaciones religiosas, asociaciones juveniles católicas, desde instituciones benéficas alentadas por personas de buena voluntad, se están haciendo ingentes esfuerzos para que disminuya (y un día pueda desaparecer totalmente) la lacra del hambre. Necesitamos cambios estructurales, pero también un cambio de mentalidad o, dicho en lenguaje creyente, una conversión del corazón que consiga unir voluntades y suscitar iniciativas concretas y eficaces que solucionen los problemas de tantos hermanos nuestros como carecen de pan, de salud, de gozo, de libertad o de otros indispensables recursos para llevar una vida digna y en plenitud.
Que el ejemplo de la Virgen, nuestra tierna Madre del cielo, bajo la advocación del Monte Carmelo, nos arranque del egoísmo y renueve nuestros criterios, a veces muy estrechos. Que, por su poderosa mediación, edifiquemos entre todos un mundo más justo y más fraterno. Con este propósito, recurrimos a Santa María, que es clemente y piadosa,con un precioso poema de José María Zandueta Munárriz:
¡Oh hermosura del Carmelo,
Virgen del Carmen bendita,
deja que yo me derrita
de amor y de santo anhelo!
Tú eres todo mi consuelo,
mi dicha y felicidad.
Tu cariño y tu bondad
inundan mi corazón
y te digo en mi oración,
que te quiero de verdad.
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA