Carta pastoral con motivo del Día del Seminario: «Levántate y ponte en camino»

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

Queridos fieles diocesanos:

Como sabéis, el próximo domingo 19 de marzo de 2023, coincidiendo con la solemnidad de san José, celebraremos el Día del Seminario.

El lema elegido en esta ocasión es: «Levántate y ponte en camino». Está inspirado en la cita bíblica elegida por el Papa Francisco como lema de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará este verano en Lisboa: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1, 39). Quiero invitaros, por este motivo, a celebrar este año el día del Seminario poniendo la mirada en la Virgen María, madre de los sacerdotes y titular, junto a San Eufrasio, de nuestro Seminario diocesano.

1. Como María, atentos a las necesidades del mundo

Al final del pasaje de la Anunciación encontramos en María un detalle singular que no puede pasarnos desapercibido. María conoce por boca del ángel Gabriel que su prima Isabel, de edad avanzada, ha concebido un hijo y «ya está de seis meses la que llaman estéril» (Lc 1,36). El evangelio nos deja vislumbrar con nitidez que, cuando el ángel deja a la Virgen, ella piensa enseguida en su prima y en la necesidad que tendrá de su ayuda y apoyo en aquel delicado embarazo. Agraciada con el mayor de los dones que una mujer pueda recibir –el de ser Madre de Dios– María no piensa en ella misma y en el bienestar de su propio embarazo, sino en acudir a auxiliar y a servir a su prima en aquellas complicadas circunstancias.

El hombre de nuestros días es, sin embargo, a menudo un hombre “curvado” sobre sí mismo. A veces vamos tan centrados en lo nuestro que no tenemos tiempo ni siquiera para mirar a la cara a quienes conviven con nosotros y ver sus necesidades. Tampoco parece que tengamos mucho espacio para atender a los graves desafíos de nuestro mundo. María nos enseña, en primer lugar, a ser hombres y mujeres de ojos abiertos, sensibles y cercanos a las llagas abiertas de nuestro prójimo.

Quiero animar a todos a contemplar con atención las necesidades del mundo y preguntarse, sinceramente: ¿qué puedo hacer para contribuir a cambiarlo y mejorarlo? Cada uno de nosotros hemos salido de las manos de Dios con un proyecto, con una vocación. Es importante interrogarse para ver desde dónde me llama el Señor a colaborar en su plan eterno de redención.

Desde que llegué a la Diócesis no he dejado de recorrer nuestra geografía giennense hablando de la importancia del Seminario y animando a que todos: laicos, sacerdotes y consagrados, nos convirtamos en promotores e impulsores la vocación sacerdotal. La necesidad de sacerdotes emerge con especial fuerza cuando miramos la realidad que nos circunda y descubrimos un mundo roto y herido por múltiples fracturas: la guerra, el hambre, la injusticia, los diversos tipos de pobreza, las enfermedades, la soledad, el paro… El mundo está sediento de la misericordia de Dios que, especialmente, derraman sobre él los sacerdotes. Un sacerdote es precisamente esto: un signo del amor misericordioso de Dios. Por eso, recemos juntos pidiendo muchos y santos sacerdotes. Y hagamos lo posible para animar la vocación de aquellos que han sido llamados por el Señor para esta hermosa misión en la Iglesia. Porque el ministerio del sacerdotal es un don y un regalo que pone sólidas bases para que se consolide y se desarrolle en la historia el apasionante proyecto del Reino de Dios que Jesús inauguró haciéndose hombre en el seno de la Virgen María.

La delegación de pastoral vocacional va a iniciar un grupo de discernimiento que se reunirá periódicamente para ayudar a clarificar el proyecto vocacional que Dios tiene sobre cada uno. Queridos jóvenes, que en estos momentos estáis interrogándoos sobre qué quiere el Señor de vosotros, os animo a informaros y a participar en él.

2. Dispuestos a ponerse en camino

Avanzando en el evangelio de Lucas, vemos que la Virgen María no se queda en buenos propósitos y en hermosos proyectos. Da un paso adelante y se pone en camino. Abandona la comodidad de su casa y su vida en Nazaret, para afrontar los inconvenientes del viaje e ir a la montaña al encuentro de su prima Isabel. El evangelista nos dice que María partió «sin demora». Tenía prisa en darse y en servir. Comentando este pasaje de la Visitación explica San Ambrosio que «la acción del Espíritu no sabe de lentitud» (Comentario al Evangelio de Lucas 2,19).

No hay tiempo que perder. Hay que transformar el mundo. Y hay que hacerlo “ya”. Todos somos importantes en esta tarea. Dios cuenta con cada uno de nosotros, todos y cada uno somos muy especiales. El hecho de estar en el mundo y ser, es prueba del amor infinito y eterno de Dios que nos escogió entre un número infinito de seres posibles. De entre todos ellos, nos eligió a nosotros. Somos irremplazables como ejemplares únicos en una colección, porque Dios no es un artista que crea en serie, Dios no se repite ni se plagia. Al crearnos Dios puso una misión sobre cada uno de nosotros y nos hizo “a medida” para ella. A esto lo llamamos vocación y nos pide no quedarnos quietos, sino ponernos en camino al encuentro de las necesidades de los hermanos.

En la Jornada mundial de la juventud del año 2016 en Cracovia, el Papa Francisco lamentaba la parálisis de muchos jóvenes que «confunden felicidad con un sofá» y se quedan, cómodos, tranquilos y seguros, embobados y adormecidos en él, «mientras otros –quizás los más vivos, pero no los más buenos– deciden el futuro por ellos» (cfr. Discurso Vigilia Oración, 30 julio 2016).  También yo invito a los jóvenes de nuestra Diócesis, como hacía el Papa Francisco, en aquella memorable ocasión, a ponernos las zapatillas y lanzarnos al barro del mundo para jugar el partido de nuestra vida. No vinimos a este mundo para pasarlo cómodamente, sino para transformarlo y dejar nuestra huella en él.

Quiero animar, especialmente, a aquellos que en estos momentos puedan estar sintiendo que Dios les llama a entregar la vida por los hermanos desde el sacerdocio. Si es así, no te quedes dándole vueltas. Ponte en camino y no lo dejes para mañana. Hay mucho que hacer y no hay tiempo que perder. ¡Dios cuenta contigo! ¡Te necesita! ¿Le vas a decir que no?

3. Portadores de la alegría

Pongamos, nuevamente, nuestra atención en la Virgen. El encuentro entre María y su prima Isabel es un estallido de júbilo. Dice el evangelio que «aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre» (Lc 1,41). María ha hecho un largo camino llevando ya en su seno a Aquel que es «luz de las naciones y gozo de Israel» (Lc 2,32).

Nuestro mundo está lleno de demasiadas malas noticias. En este horizonte gris hacen falta hombres y mujeres que sean portadores de alegría y de esperanza. Llevemos a Jesús a cada rincón de nuestro mundo. Unas veces lo haremos ofreciendo una palabra de consuelo a quien llora ante las injusticias o las desgracias de la vida; otras veces lo llevaremos tendiendo la mano a alguien que necesita ayuda; en otras ocasiones lo haremos poniendo buena cara y sonriendo a los demás; otras veces dando un buen consejo a quien anda algo perdido y desorientado. Nuestro mundo necesita que, como María, nos convirtamos en portadores de Jesús porque, como dice el papa Francisco, «con Él siempre nace y renace la alegría» (EG 1).

Se precisan para esto todas las vocaciones en la Iglesia. Todos somos necesarios. Pero, de una manera concreta y especial, necesitamos sacerdotes que nos hagan resonar la dulce melodía del evangelio en nuestra sociedad y además hagan presente a Cristo a través de los Sacramentos. Sin los sacerdotes no hay Eucaristía. Sin ellos no hay perdón de los pecados. Sin los sacerdotes el horizonte del mundo palidece. Pidamos, con insistencia, a Dios que no nos falten sacerdotes portadores de Cristo que, como María, lleven al mundo su gozosa presencia. 

Oremos, en estos días también, por nuestro Seminario diocesano. Son dieciocho los seminaristas que se forman en él. Quiero darles las gracias, en nombre de la Iglesia diocesana, por su valentía y decisión. ¡Cómo deseo que su ejemplo se extienda y anime a otros muchos! Gracias, también, a quienes están dedicados a su formación: superiores y profesores, que son cauce para que crezcan, cada día, en su respuesta generosa y fiel a las necesidades del mundo y de la Iglesia. Gracias a sus familias que ofrecen con generosidad un hijo a la Iglesia.

Que la Inmaculada Virgen María bendiga nuestro Seminario y con su maternal intercesión implore a su divino Hijo para que envíe trabajadores a su mies.

Os envío a todos mi afecto y bendición,

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

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