En el Atrio de los Gentiles nos guiamos por la máxima socrática que enseña a seguir los argumentos donde quieran que nos lleven. El Atrio es lugar para buscadores no para dogmáticos que se crean poseedores de la verdad. En la búsqueda podemos llegar a comprender que la cuestión no es tanto si Dios existe o no existe, sino qué o Quién es Dios. Hablar de Dios es hablar del fundamento y el sentido de la realidad. El ateo considera que el fundamento es impersonal (algo análogo a la materia o la energía), mientras que el teísta piensa que el fundamento es algo personal (algo análogo a la conciencia). Esto conlleva que para el ateo, en último término, todo aquello que tenga que ver con la dimensión espiritual tendrá que reducirse a la materia o a algo similar. Para el creyente teísta la dimensión espiritual, por el contrario, tiene una realidad propia que no puede explicarse desde la materia. Para el creyente en un Dios personal no hay demasiada dificultad para entender todos los procesos materiales, vitales y espirituales mientras que para creyente en el dios-materia la cuestión se complica extraordinariamente al tratar la conciencia, la libertad y todo lo que tenga que ver con la dimensión espiritual del hombre.
Llegados a este punto uno puede decir “Sí”, mi razón me lleva a considerar la viabilidad racional de la existencia de un Dios trascendente, pero ¿ahora qué?
Ahora toca vivir una “mística de ojos abiertos” en la bella expresión de A. J. B. Metz. Se trata de mirar de frente la realidad, confrontarse con lo cotidiano, buscar a Dios en el universo que nos circunda, en la naturaleza percibida como creación y en el encuentro con los otros, en medio de un mundo complejo donde se dan inevitables conflictos. Esa mirada desde lo profundo permite que Dios pueda experimentarse en la realidad y nos siga sorprendiendo.
Dios se podrá hacer presente en la contemplación de los cielos y la tierra. Pongamos por ejemplo al conocido filósofo Byung- Chul Han quien recientemente mostraba como el acercamiento a la naturaleza por medio del cuidado de su jardín y la escucha del silencio contemplativo le había devuelto a la fe:
“De algún modo mi jardín me ha dado la fe en Dios…. Dios existe, luego existo. Utilicé la esterilla de goma… Recé a Dios «¡Alabo tu creación y su belleza»!¿Gracias!¿Grazzie!”
También se podrá encontrar a Dios en la celda interior, en la intimidad o en el encuentro, en el coro del todos juntos; Dios se hará presente en el hondón del alma o en el rostro del otro .
Sea como sea, debemos aprender a mirar con nuevos ojos lo que implica tanto una voluntad de apertura, como una razón-cordial capaz de acoger al Dios que te sale al paso. Es la vivencia del estar sumergido y penetrado por el Misterio en el que somos, nos movemos y existimos (Act. 17, 28). Se trata de la experiencia de un encuentro con lo divino capaz de propiciar un diálogo interior en el que se va descubriendo que la vida es bella, que tiene valor y que está llena de sentido aun experimentando las contradicciones de la existencia. Sea cual sea el sendero si lo sigues hasta el final te llevará a un claro de luz que podemos identificar con Cristo. Ilustremos esto con este testimonio de la joven judía Etty Hillesum quien, poco antes de ser deportada a Auschwitz donde moriría a la edad de 29 años, escribía:
“Con el odio no llegaremos a ninguna parte…Las cosas son en realidad muy diferentes a como nos la imaginamos en nuestros esquemas…Klaas (un amigo de Etty), en realidad solo quería decirte que tenemos que arreglar muchas cosas con nosotros mismos, que no podemos ceder al odio hacia los que llamamos nuestros enemigos….Es la única posibilidad, Klass, no veo otra salida que aquella en la que cada uno de nosotros se repliegue en sí mismo y extirpe y destruya dentro de sí todo aquello que conduzca a la convicción de tener que destruir a otros. Tenemos que estar convencidos de que cada chispa de odio que nosotros añadamos al mundo, lo hace más inhóspito de lo que ya es. Y Klaas, el viejo y enconado luchador de clases, dijo desconcertado y al mismo tiempo sorprendido: «SÍ,PERO ESO…¡ESO SERÍA OTRA VEZ EL CRISTIANISMO! »
Y yo, divertida por tanta confusión, dije muy serenamente: «SÍ, ¿Y POR QUÉ NO EL CRISTIANISMO?»
Nueve días antes había escrito en su diario: “Tengo sueños extraños. He soñado que Cristo me bautizaba”. Quizás, después de todo, la clave estará en soñar que Cristo te bautiza y vivir en radicalidad este sueño.
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía