Asi como existe un Domingo Gaudete en adviento, que nos prepara para recibir a Cristo encarnado en la Navidad, y un Domingo de Laetare en Cuaresma, que nos recuerda que la severidad y ascetismo propios de la Cuaresma están encaminados a la Mañana de Pascua de la Resurrección, yo creo que este 6º Domingo de Pascua deberíamos nominarlo Domenica Iubilatio. Domingo del Jubilo, como expresión máxima del sentido y la presencia del Crucificado/Resucitado en nuestras vidas, a tenor de las lecturas que se nos proponen en esta ocasión.
Y es que no se puede esperar mas alegría y jubilo cuando en los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta la historia del Primer Concilio de la Iglesia, en la que se propone la sana doctrina a los gentiles, o sea, a toda la humanidad, como el punto para seguir a Cristo y esperar que el Espíritu Santo actúe en nuestro mundo. La Iglesia se “catolifica” en este primer Santo Concilio. Por eso dice el Salmo 66: “que conozca la Tierra tus caminos, todos los pueblos tu Salvación”.
El libro del Apocalipsis abunda en esta sana y completa alegría cuando dice: “ Y en ella no vi Santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero.” Ningún templo es capaz de acoger la magnificencia y grandiosidad de Dios y su Espíritu. Y es que Dios con su Santo Espíritu se hace presente en medio de su pueblo, la Iglesia, su Cuerpo Místico, y lo plenifica hasta alcanzar la plenitud de su Santa Presencia en medio de nosotros. Es el jubilo absoluto de la mirada hacia nuestro adentro eclesial. La Iglesia es la poseedora de la plenitud y el sentido de la Vida con mayúsculas. Cristo es nuestra Alegría plena en medio de nuestro vivir y nuestro caminar.
El Santo Evangelio de Juan no ceja en el empeño de hacernos saber cual es el truco de todo este caminar en la Iglesia: mirar a Cristo y amarlo. Esa será nuestra clave de bóveda para ser Pueblo en camino, iluminados por la Verdad, hacia la Vida plena en el Espíritu. Amar a Cristo, creer en el poner en el todas nuestras ansias y desvelos, a cualquier nivel de nuestras vidas, personal, familiar, laboral, comunitaria, será la clave para alcanzar el jubilo eterno, que es lo que se nos regala este domingo en las lecturas pascuales que reflexionamos. Cristo Vive.
No quiero dejar pasar esta oportunidad que se me da para entroncar estas lecturas en la Celebración de la Pascua del Enfermo, que la Iglesia española celebra desde hace varias décadas en este domingo. Pues no hay mayor jubilo que encontrar sentido a la oscuridad de nuestro dolor y nuestra enfermedad desde la óptica de la Cruz de Cristo, que acaba en resurrección. En esto reside nuestra alegría y nuestro jubilo al acompañar y cuidar nuestros enfermos en las parroquias, residencias, domicilios, en nuestra Hospitalidad de Lourdes, que ya prepara su anual paso por la Gruta de Massabielle, y en la que tantos de nuestros peregrinos encuentran el sentido a su postración y desvalimiento. Nuestra Madre de Lourdes, presente en medio de la Iglesia que nace en Pentecostés, sigue aun estando en medio de ella hoy y nos señala el camino hacia Cristo con su eterno testamento: “Haced lo que EL os diga”. Así sea.
Manuel Díaz Muñoz
Diácono Permanente
Director del Secretariado Diocesano de Pastoral de la Salud de la Diócesis de Huelva.
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