En artículos precedentes ya nos hemos referido a la locución que Luisa recibió de Jesús Nazareno en la Parroquia de San Pedro de Huelva (“Has de fundar”, 1939). A partir de entonces, se sintió llamada a llevar a cabo su dura misión: atender a los más pobres, a los enfermos, a los más necesitados.
Nada más comenzar esta tarea en Nerva, comenzaron todo tipo de actitudes en contra de su labor. Incluso por parte de sus padres hubo incomprensiones. En un entorno de pobreza y hambruna, con graves problemas de salud pública por las enfermedades infecciosas y parasitarias transmisibles, Luis, su padre, como enfermero que era, tenía mucho temor a que su hija contrajera cualquiera de aquellas enfermedades, y en especial, la terrible tuberculosis, tan letal por aquel entonces y le “hacía la guerra” para evitar esa labor caritativa de su hija querida, que él entendía tan peligrosa. Por otra parte, era perfectamente comprensible, porque Luisa siempre tuvo una salud muy frágil, ya desde pequeña (para empezar, ¡a los 15 años fue intervenida de riñón!). La oposición por parte de su madre se centró más en evitar que Luisa utilizase las cacerolas de casa cuando, más adelante, empezó a dar comidas a los pobres.
Por lo tanto, vemos cómo la Madre Luisa se encontraba dividida entre lo que el Señor le pedía y el impedimento de sus padres. ¿Cómo se resolvió la situación?
La madrugada del 28 de diciembre de 1943, Luisa tuvo una visión del Niño Jesús («…Te vi en tu cuna, ¡más bello!…») que le avisó con antelación de la muerte repentina de su padre1 . Ella entonces ofreció su vida por la eterna salvación de su alma, pero entendemos que el Señor no consideró aceptar esa dádiva, puesto que Luisa aún tenía toda la misión que le iba a pedir como fundadora. No obstante, aunque el Señor no la llamó en ese momento, ella supo que su padre fue al cielo en virtud su ofrecimiento. Y lo reflejó en una poesía muy conmovedora: A mi padre
«Jesús, Niño de mi alma.
¡Cómo recuerdo yo aquello!
Una madrugada en calma
te vi en tu cuna ¡más bello!…»
A los dos años, por las mismas fechas, falleció también su madre, quedando Luisa huérfana de padre y madre a los 26 años.
Desde aquella visión, la imagen del Niño Jesús quedó impresa en su alma hasta el final de sus días. Muchos años más tarde, en 2015, con noventa y siete años, sin poder ya escribir por las manos deformadas y por la ceguera, le dictó a la Hna. Mª del Pilar una poesía que le dedicó al Niño Jesús.
Al Niño Jesús
¡Cómo me atrevo, mi Niño,
a llegarme hasta tu cuna!
solo me empuja el cariño,
no existe razón alguna.
Te contemplo envuelto en luz
radiante y lleno de vida
y me olvido de la cruz
¡aquella cruz tan querida!
Mas cuando pienso, mi rey,
que esa cruz que tanto quiero
ha de ser tu yugo y ley,
¡oh dulcísimo lucero!
Es que no puedo entender
que esa carita de lirio
pueda palidecer
a causa de tu martirio,
y sin embargo ha de ser.
Yo sé, mi Niño divino,
que siendo para padecer
tú no recortas camino.
Y como la culpa es mía
me arrepiento de verdad,
pido consuelo a María
y envuelta en su caridad,
sólo me atrevo a decir
que mi amor es tan sincero
que no podría vivir
sin decir ¡Niño, te quiero!
Madre Luisa Sosa, 2015
Celia Hierro Fontenla, sobrina de la Madre Luisa y
Postuladora de su Causa de beatificación.
- Efectivamente, falleció de 6 ½ a 7 de la mañana, según una nota manuscrita, recientemente descubierta, que conservaba María Sosa, hermana de la M. Luisa.
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