«La Iglesia eucarística: la alegría de la liturgia fraternal» comentario al Evangelio de la Solemnidad del Corpus Christi – B

Foto:  El Salvador con la Eucaristía. Juan de Juanes (1545 – 1550). Museo Nacional del Prado (Madrid)

Las primeras comunidades cristianas vivieron la cena del Señor como memorial y espera activa; como acontecimiento lleno de vida y de esperanza. El misterio de la salvación, incomprensible totalmente desde una perspectiva puramente humana, fue leído por los primeros cristianos en el marco de la continua Alianza que Dios ha querido hacer con su pueblo. Es difícil imaginar en este ámbito de comunión y esperanza, de alegría y fraternidad, algunas arrugas que el tiempo o la rutina han podido depositar en algunas celebraciones litúrgicas. Celebrar hoy en nuestras Iglesias la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una llamada a recuperar lo esencial: la alianza; la acción de gracias; el pan que da la vida y el vino siempre nuevo (Mc 14,12-16.22-26).

Comencemos por la primera lectura (Éx 24,3-8). Es conocido por todos que los autores bíblicos utilizan frecuentemente diferentes recursos literarios para comunicar el mensaje divino. En este sentido, en la primera lectura de este Domingo destaca un recurso retórico conocido como hýsteron próteron, que significa primero lo posterior: «todo lo que ha dicho el Señor haremos y escucharemos» (Éx 24,7b). Este recurso alera el orden lógico, es decir, primero se debería escuchar y solo después se podría hacer. El pueblo, en el contexto de la Alianza (Éx 24,1-8) y poco después de recibir los mandamientos mediante Moisés (Éx 20,1-17), se muestra dispuesto a hacer (primero) y escuchar (después). La inversión del orden lógico de las acciones no solo subraya la importancia de la obediencia, sino que vincula la acción de manera inseparable a la escucha y ambas a la Alianza: la escucha de la Palabra del Señor, transmitida por sus profetas, es la condición básica para entrar en la Alianza.

San Agustín, en las Confesiones, nos ayuda a comprender la dinámica de la comunión eucarística: «Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí». Continuando con esta preciosa imagen, mientras que el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros quienes lo asimilamos, sino él nos asimila a sí, para llegar de este modo a ser como Jesucristo, miembros de su cuerpo, una cosa sola con él. De esta manera, nuestra individualidad, en este encuentro, se abre, se libera de su egocentrismo y se inserta en la Persona de Jesús. La Eucaristía, mientras nos une a Cristo, nos abre también a los demás, nos hace miembros los unos de los otros: nos une a las personas que tenemos a nuestro lado, y con la cuales tal vez ni siquiera tenemos una buena relación, y también a los hermanos lejanos, en todas las partes del mundo.

La celebración del Corpus no se limita, por consiguiente, a la Eucaristía en el templo, sino que se prolonga en la adoración eucarística y en la tradicional procesión por las calles de pueblos y ciudades. Es posible que este año la procesión no se celebre como habitualmente, sin embargo, Jesucristo sacramentado llega a cada casa y a cada rincón cuando regresan a sus hogares los que han comulgado su Cuerpo y su Sangre en la celebración de la Eucaristía. La procesión, por tanto, requiere de los creyentes que llegan incluso los rincones más lejanos, donde la esperanza es siempre necesaria. El cristiano, a modo de custodia viviente, traslada dentro de sí el Cuerpo de Cristo. En el servicio al prójimo, las mismas manos que se extendieron al comulgar abrazan al “otro” y al “Otro”: al que tiene hambre; al que tiene sed; al forastero; al desnudo; al enfermo; al encarcelado.

La fe eucarística no agota la esperanza en el presente. Es posible afirmar que una Iglesia que viviese solo de certezas, que dependiesen de sus éxitos, o de las incertidumbres, que proviniesen de sus fracasos, sería una Iglesia pobre y empobrecida. O lo que es lo mismo, no sería una Iglesia eucarística. Una fe que no espera, es una fe enferma; una liturgia que no es alegre ni fraternal, no es una liturgia cristiana.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector electo del Seminario Diocesano de Huelva

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