Foto: Los envió de dos en dos. James Tissot (1886-1896). Museo de Brooklyn, Nueva York (EE.UU.)
Marcos cuenta la elección de los Doce de un modo sencillo y escueto -es el evangelista menos dado a adornar sus relatos-. Jesús elige a doce varones -tantos como fueron los patriarcas de Israel en la antigüedad- y los envía en parejas -estaba escrito en la Ley que no era válido el testimonio de un solo hombre-. Para realizar su misión les entrega el poder de expulsar los demonios -tienen que limpiar el campo para que el Reino de Dios crezca sin obstáculos-. Las instrucciones que les da son bien sencillas: no llevarán otro equipaje que la palabra y lo indispensable para caminar -un bastón y unas sandalias-, aceptarán humildemente la hospitalidad que les ofrezcan y dejarán en paz a quienes les rechacen.
La Iglesia -en los inicios del III milenio- se encuentra ante la tarea de la Nueva Evangelización y los evangelizadores -buscando la mayor eficacia del esfuerzo- corren el riesgo de olvidar las instrucciones del Maestro. Pablo -que sabia mucho de estas cosas- explica, hablando a los corintios, la razón de esa pobreza de medios cuando dice: «Llevamos este tesoro en vasos de barro para que quede claro que este poder extraordinario pertenece a Dios y no viene de nosotros». Dios hace grandes cosas con medios pobres. Si los grandes de este mundo -en cualquiera de los campos en que la grandeza humana es posible- recordaran continuamente que, por muy grande que sea, su poder siempre es efímero y por ello débil, tal vez asistiríamos a un modo de ejercer la autoridad más humano y justo. Pero, desgraciadamente, el riesgo de todo el que sube a la montaña del poder es creer que, por estar alto, pertenece al mundo de los dioses y es más grande que el resto de los mortales.
En cuanto a la hospitalidad que ha de aceptar el evangelizador ¿qué cabe decir en estos tiempos de puertas blindadas y porteros automáticos? En la antigüedad era un valor religioso acoger al forastero, ser solidario con el caminante y ofrecerle comida y cobijo. Hoy hemos optado por desconfiar de todo lo que es diferente y extraño. El evangelizador -aceptando la hospitalidad- propone a los hombres un mundo sin barreras, un estilo de vida con las manos tendidas y abiertas, con ojos que miran a los ojos, es decir, un modo de ser y de vivir construido sobre la fraternidad.
Y luego está el respeto al que no quiere aceptar el mensaje, que no es otra cosa que el reconocimiento de su libertad. En este tiempo de multiplicación de sectas y nuevos movimientos religiosos, conviene no confundir evangelización y proselitismo. La primera es una propuesta desde el respeto; el segundo es un ataque a la dignidad del otro y una amenaza para su libertad. El evangelio de Jesús es un regalo que se ofrece, no una mercancía a la que hay que dar salida. Son tres lecciones válidas para todos los tiempos y especialmente para el nuestro: la fuerza de lo débil, el valor de la acogida y el respeto incondicional al otro.
Francisco Echevarría Serrano,
Licenciado en Sagradas Escrituras y vicario parroquial de Punta Umbría