La Diócesis de Huelva ha dado comienzo a la Semana Santa con la celebración litúrgica del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que ha tenido lugar en la Santa Iglesia Catedral de Nuestra Señora de la Merced.
La celebración ha dado comienzo en el atrio de la Catedral, donde Mons. Gómez Sierra ha bendecido las palmas y ramos de olivo, signo de la esperanza cristiana y de la victoria de Cristo. A continuación, se ha llevado a cabo la tradicional procesión de palmas por la Plaza de la Merced, en la que han participado los asistentes, rememorando con fe y devoción aquel primer gesto mesiánico del Señor aclamado como Rey y Salvador.
Durante su homilía, el Pastor diocesano dirigió a los fieles unas palabras profundas de fe, esperanza y comunión eclesial, con las que invitó a vivir esta Semana Santa como un verdadero camino de seguimiento a Cristo. Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la homilía pronunciada por Mons. Santiago Gómez Sierra:
Homilía de Mons. Santiago Gómez Sierra en el Domingo de Ramos
Santa Iglesia Catedral de La Merced, Huelva – 13 de abril de 2025
El evangelio de la entrada de Jesús en la ciudad santa, que hemos escuchado, comienza con estas palabras: “En aquel tiempo, Jesús caminaba delante de sus discípulos, subiendo a Jerusalén”. La fe en Jesucristo no es una invención legendaria. Nos sitúa en un espacio y tiempo concretos. Nuestra fe se funda en una historia que ha sucedido verdaderamente. Cuando se hace la peregrinación a Tierra Santa, es conmovedor subir la escalera hacia el Calvario hasta el lugar en el que Jesús murió en la cruz, estar ante el sepulcro vacío, y rezar donde su cuerpo fue sepultado y donde al tercer día tuvo lugar la resurrección.
“Jesús caminaba delante de sus discípulos.” Sí, caminar con Jesús es una invitación particularmente expresiva en la liturgia de hoy. Así lo hemos hecho en la procesión solemne con la que hemos iniciado nuestra celebración. Aunque la Iglesia, en todas las Misas antes de la consagración eucarística, proclama “Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”, las mismas palabras con las que aclamaban a Jesús en su entrada en Jerusalén; hoy con palmas y ramos hemos entrado en el templo aclamando a Jesús como Aquel que viene en nombre de Dios. Él nos acompaña en el camino de la vida y está siempre con nosotros.
También, caminar siguiendo a Jesús siempre es caminar con otros. El seguimiento de Jesús lo hacemos en comunidad, como Iglesia. En este Domingo de Ramos del Jubileo 2025 vivamos nuestro seguimiento como “Peregrinos de la Esperanza”, que es el lema elegido por el Papa Francisco para este Año Santo. Si avanzamos en nuestra existencia escuchando la Palabra del Señor con fe, esperanza y amor, estaremos en camino con Él hacia la Jerusalén del cielo, que es nuestra esperanza y nuestra meta.
La gente, después de haber recibido triunfalmente a Jesús en Jerusalén, pide su muerte. Ellos esperaban a un Mesías poderoso; en cambio, llega uno manso y humilde de corazón, montado en un pollino. Y precisamente la multitud, que antes lo había aclamado, es la que grita: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Y hasta los Doce, confundidos y asustados, lo abandonan.
Pero, si seguimos el relato de la Pasión, sólo uno de los malhechores crucificados con Jesús le habla con palabras de fe: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.” Y cuando Jesús muere, otro, el centurión romano, que no era creyente sino pagano, que le había visto sufrir y había oído sus palabras en la cruz, también “daba gloria a Dios diciendo: Realmente, este hombre era justo.” Estos dos dicen, precisamente, lo contrario de los demás. Expresan que Dios está allí, que verdaderamente Jesús crucificado es Dios.
Necesitamos escuchar el Evangelio para conocer a Dios y entrar en comunión con Él. Habitualmente proyectamos en Dios lo que humanamente somos y pensamos, elevándolo a la máxima potencia: nuestras formas de concebir el poder, el éxito, la solución de los problemas. Por eso, como la mayoría de los espectadores presentes en el Calvario, nos cuesta reconocer que en el sufrimiento, el fracaso o la misma muerte Dios esté presente.
Sin embargo, el Evangelio nos dice que Dios no es como lo imaginamos. Es diferente. Por eso se acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y precisamente se reveló completamente en la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios.
En estos días de la Semana Santa miremos al Crucificado en silencio, para aprender quién es nuestro Señor: El que abre los brazos a todos; el que no nos aplasta con su poder; el que nos ama y nos da su vida; el que toma sobre sí nuestros pecados y nos abre el camino hacia Dios. Jesús en la cruz nos revela que Dios es omnipotente en el amor, y no de otra manera, porque Dios es Amor.
El poder de este mundo pasa, mientras el amor permanece. Sólo el amor puede salvarnos. Con su muerte y resurrección Jesús sanó nuestros pecados con su perdón, hizo de la muerte la puerta a la vida verdadera, y abrió nuestros miedos y angustias a una esperanza que no defrauda. La muerte y la resurrección del Señor nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Y esto no es una ilusión, porque la muerte y resurrección de Jesús no son una ilusión: ¡fue una verdad! En el que murió y resucitó encontramos la base sólida que nos permite no naufragar en la vida.
Queridos hermanos y hermanas, Jesús cambió la historia acercándose a nosotros y la convirtió en historia de salvación, aunque todavía marcada por el mal y el pecado. Desde el corazón abierto del Crucificado, el amor de Dios llega a cada uno de nosotros. Podemos cambiar nuestras historias personales acogiendo la salvación que nos ofrece, viviendo los Mandamientos que no son sino reglas fundamentales del verdadero amor. Ante todo, el amor a Dios que expresan los tres primeros Mandamientos: Amarás a Dios sobre todas las cosas, No tomarás el nombre de Dios en vano y Santificarás las fiestas. Nos dicen: sin Dios nada es como debe ser, sin Dios todo se desordena y enmaraña, porque solo a partir de la persona de Jesucristo, muerto y resucitado, sabemos quién es Dios y quiénes somos nosotros para Él. Siguen luego la santidad de la familia (el cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre), la santidad de la vida (quinto mandamiento: No matarás), el ordenamiento del matrimonio (sexto y noveno mandamiento: No cometerás actos impuros y No consentirás pensamientos ni deseos impuros), el ordenamiento social (séptimo y décimo mandamiento: No robarás y No codiciarás los bienes ajenos) y, por último, la inviolabilidad y el respeto de la verdad (octavo mandamiento: No darás falso testimonio ni mentirás). Todo esto hoy reviste la máxima actualidad.
En la oración con la que hemos bendecido los ramos rezamos para que en la comunión con Cristo podamos dar fruto de buenas obras. Al inicio de la Semana Santa pidamos al Señor que nos conceda a todos abrir nuestra vida al amor del Crucificado y “dar fruto con buenas obras”. Que así sea. Amén.
Con esta Santa Misa, la comunidad diocesana se adentra en el corazón del Año Litúrgico, viviendo intensamente los días santos que culminarán en la Pascua de Resurrección, centro y cumbre de la fe cristiana.
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