III Domingo de Pascua – Ciclo C

III Domingo de Pascua – Ciclo C

El evangelio de hoy, tercer Domingo de Pascua, narra una de las apariciones del Resucitado llamadas “manifestaciones en Galilea”, las cuales tienen un especial tinte misionero. Galilea es el lugar teológico donde se reinicia la misión de la Iglesia tras el soplo del Espíritu por parte del Resucitado a sus discípulos.

Este capítulo tiene tres partes bien diferenciadas: en primer lugar, el evangelista nos advierte que la misión de la Iglesia sólo es posible siguiendo la Palabra de Jesús (vv. 1-8). La segunda parte es una invitación a contemplar cómo únicamente somos capaces de vivir y evangelizar si somos sostenidos por Jesús (vv. 9-14). Y la última es una exhortación sobre la misión de Pedro, prototipo del apóstol (vv. 15-19).

Además, el pasaje cuenta con una rica y diversa simbología que hay que tener en cuenta para una correcta interpretación del relato:

  1. Los 7 discípulos que se lanzan a pescar siguiendo a Pedro se refieren a que toda la Iglesia en plenitud (número 7) es misionera.
  2. La red llena de 153 peces, un número específico, sugiere un milagro y una abundancia que va más allá de lo natural. Algunos exegetas interpretan el número 153 como una referencia a todas las naciones del mundo, indicando la universalidad del mensaje de Cristo.
  3. La comida con el pan y el pescado que Jesús prepara en la playa simboliza el banquete celestial que Él prepara para los suyos, con clara referencia a la Eucaristía, alimento que da fortaleza para la misión encomendada.
  4. La pesca y la red que los discípulos no pueden emerger, la cual se llena gracias a la presencia de Jesús, representan la importancia de la fe y la obediencia para obtener los frutos de la misión.
  5. Las tres preguntas de Jesús a Pedro si lo ama, después de que Pedro lo negara tres veces, significan la reparación del daño que Pedro causó y su restauración en la confianza de Jesús.
  6. Finalmente, el mandato de «apacienta mis ovejas» a Pedro es una indicación de que el amor a Jesús debe llevar al apóstol a un cuidado exquisito hacia el pueblo de Dios que se le ha confiado.

Volviendo a las partes de este evangelio, en cuanto a la primera, decíamos que la misión apostólica sólo es posible siguiendo la Palabra de Jesús. De hecho, los discípulos no pescan nada de noche y sin la presencia de Jesús. Sólo cuando amanece y tras la manifestación del Resucitado se produce la pesca, es decir, se hace efectiva la misión. Es importante señalar que, a pesar de que los discípulos aún no reconocen la persona de Jesús, se fían de la Palabra. La pesca abundante hace que el discípulo amado reconozca la presencia del Señor. Sólo una misión con raíz en la Palabra es fructífera y nos conduce a Jesús.

Cuando llegan los discípulos a la orilla tras la pesca se inicia la segunda parte del relato. Los discípulos encuentran un pez en la brasa y pan. Jesús les invita a compartir su pez y su pan con la pesca que ellos han realizado. Este desayuno tras la faena tiene una clara resonancia eucarística: Jesús reparte la comida a los allí reunidos, siendo reconocido por los discípulos “al partir el pan”. Sin la presencia de Jesús no es posible una misión fructífera para la Iglesia ni una verdadera Eucaristía que nos alimente.

En la tercera parte del pasaje, Jesús hace ver a Pedro que amar a Jesús hasta la muerte es un don del Espíritu, es decir, no viene de la mera voluntad humana. Este don tiene que ser correspondido con un amor equivalente hacia el rebaño que Cristo ha encomendado al apóstol en su misión. La Iglesia no es dueña de los fieles, sino una madre-pastora que cuida y alimenta con la Palabra y los sacramentos.

A modo de conclusión, debemos entresacar una enseñanza clave de este evangelio. De forma transversal vemos que en todo el pasaje hay una presencia activa del Resucitado: Él instruye a los discípulos para la misión, los convoca en torno a la comida y los envía a cuidar del rebaño. Igualmente, hoy, en la labor de la Iglesia, lo fundamental es reconocer la presencia de Jesús. ¿Dónde está el único que tiene poder para instruirnos, convocarnos y enviarnos?

El evangelio de hoy parece escrito para protagonizar a Pedro, como el discípulo que con su ejemplo señala el camino hacia el Resucitado, hasta el punto de que es él solo quien se tira al agua, o el único que es interrogado por Jesús sobre su fidelidad hacia Él. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” quien verdaderamente reconoce a Jesús.

Tanto Pedro como el discípulo amado están hoy entre nosotros. El primero está en aquellos miembros de la comunidad eclesial que tienen el don del arrojo y la perseverancia. El segundo, en los que tienen la gracia de reconocer a Jesús en un nuevo amanecer, en los que siempre aciertan con una palabra de fe y de confianza en el Señor.

Pidamos al Señor de la Pascua que seamos capaces de reconocerle, a veces en medio de tanta bruma, y de seguirle en su mandato misionero de cuidar de sus ovejas. Que así sea.

Joaquín Rodríguez e Inmaculada Palanco (Fraternidad Verbum Dei).
Colaboradores en la Delegación Diocesana para la Familia y la Vida. Huelva.

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